En la segunda jornada cambia el escenario. De la embajada a la sede del Instituto Italiano de Cultura: un edificio de doce plantas con la fachada roja diseñado por Gae Aulenti, a tres minutos del santuario sintoísta de Yusukune. Aquí el diálogo dará otro paso. Comienza con los saludos del Embajador Petrone, en absoluto formales: «Queremos aportar un granito más a esa relación de amistad entre cristianismo y budismo comenzada por don Giussani. Una relación de la que estamos orgullosos. Si conseguimos contribuir a estructurarla, habremos hecho algo bueno por nuestro país y por la relación entre dos mundos».
Inmediatamente después, Roberto Fontolan, responsable del Centro Internacional de CL, lee el saludo de Julián Carrón que en esos momentos está en Asís, invitado por el Papa.
Se ponen de manifiesto el afecto y el estupor por la amistad que se está desarrollando, se percibe una gran densidad por el "desafío antropológico" ante el que nos encontramos. Y la exigencia lanzada por Benedicto XVI es decisiva también aquí: «Volved a abrir las ventanas», volved a abrir la razón. Emilia Guarnieri habla precisamente en su saludo de «continuidad con lo que está sucediendo en Asís», y de la excepcionalidad «de una amistad que sucede ahora, que está sucediendo ahora». Un cortometraje rápido (y bien hecho) da una idea de lo que es el Meeting. Después le toca a Shodo Habukawa contar lo que ha significado para él la relación con los amigos de Rímini y con don Ambrogio Pisoni, que va a visitarle regularmente a Japón: «Ya somos hermanos. Nuestra relación está creciendo también ahora. Y yo deseo intensamente que sea para siempre».
Daijo Ota, abad del templo Zen, Eiheiji, otra escuela budista que se está implicando en este diálogo, habla de la «necesidad de intercambios de este tipo, reales, de corazón a corazón. De esta manera se pueden dar cambios importantes». Umberto Donati, director del Instituto, se pregunta «qué quiere decir convivir con el Absoluto» y subraya dos palabras, «relación» y «humildad» citando a San Francisco.
Después le toca a don Massimo Camisasca. Comienza un recorrido intenso, que hay que volver a leer y profundizar, que parte de las exigencias y evidencias de los hombres, iguales en todas partes. Del corazón. Y llega a la «conciencia de la que nos invitaba a participar don Giussani: que la realidad remite a otra cosa. Es una invitación. Es un signo». También Habukawa cita don Giussani: «Hace veinticuatro años me impresionó su interés por una estatua que vio en el monte Koya: una divinidad con muchos brazos, porque cada mano le servía para salvar a un hombre. Se había quedado impresionado por ese reclamo al ideal del sacrificio de sí mismo por la salvación humana. Don Giussani nos ha recordado siempre que los hombres anhelan el infinito. Kobo Daishi, el padre de nuestra escuela, decía que observando los fenómenos del universo se puede aferrar el misterio. Hay que abrir el corazón a las cosas, observar».
También por eso Camisasca habla de «un aspecto profético en ese encuentro de hace años. Estamos ante una semilla que crece y se convierte en árbol. El encuentro entre oriente y occidente es esencial para la salvación de la humanidad». E indica dos cuestiones abiertas por las intervenciones, «dos caminos para profundizar en el trabajo común. La naturaleza, que nos muestra el infinito y a custodiar la relación con él. Y la piedad que nace de la percepción de que no estamos solos. No somos polvo del universo».
Una comida veloz, un café en lo alto del edificio, con vistas a una parte de los Jardines imperiales y después vuelta al trabajo.
Música y danzas Gagaku, como el día anterior. Después la segunda mesa redonda. Es un continuo descubrimiento. Giorgio Amitrano de la Universidad de Nápoles “La Oriental”, habla de Miyazawa Keniji, literato políglota y curiosísimo (budista) en cuyas obras aparecen continuamente referencias al cristianismo: figuras calcadas de misioneros, el tema del viaje, referencias al Paraíso. «Había comprendido bien el potencial dramático de la tradición cristiana y sabía utilizarlo. Y recurría también a él para introducir una consolación que en el budismo, del que él era tan devoto, no existe».
Después le toca a Costantino Esposito. La realidad como presencia y la apertura de la razón. Se parte de San Agustín y del corazón que sólo puede reposar en Él. Del deseo reducido a ilusión, a «espera sin cumplimiento». Se echan las cuentas con el nihilismo actual. Y se recorre un camino en el que pasando por la crisis de la certeza, la apertura de la razón y la recuperación de la experiencia de una realidad «dada», se llega a la conclusión de que «en el intento común de cristianos y budistas de expresar el infinito existe tal vez un camino más razonable y más fascinante que la simple negación. Más que en la ausencia y en la reducción, tal vez podamos encontrarnos precisamente frente a la presencia misteriosa de las cosas». Eisho Yagi, abad del templo Myojoin, de la escuela Shingon, habla de la dignidad de la vida partiendo de su visita a África, Kenia y Uganda, después de los encuentros del Meeting. Habla de la pobreza, del SIDA, de la guerrilla. De los niños soldados. De una duración media de la vida «que allí es menos de la mitad que la nuestra». Y se conmueve hablando de Rose y del Meeting Point: «Me he dado cuenta de que para las personas que se están muriendo, tener a alguien cerca que las acaricia, que les transmite su amor es lo más importante. Lo que le devuelve la dignidad del hombre».
Franco Marcoaldi, en cambio, habla de Fosco Maraini, «alguien que para mí encarnaba la vida», y no sólo porque la ha vivido bajo múltiples dimensiones: literato, estudioso, viajero y arqueólogo. Retoma su carta a Dios («Ilustre Señor, ¿no estás jugando con el hombre? ¿Cuál es tu verdadera revelación?») y su idea de «revelación perenne, no en un momento de la historia, sino a través de la vida y del mundo mismo». Fácil de comprender porque «sobre su tumba están tanto Cristo como buda».
Llega el turno de preguntas del público. Se profundiza sobre la «revelación puntual con la que tenemos que hacer cuentas, porque el problema hoy es precisamente comprender si algunos valores que han entrado en el mundo con el acontecimiento histórico del cristianismo, pueden mantenerse y crecer separados de su origen» (Esposito). Y las conclusiones (provisionales) confiadas a don Ambrogio Pisoni: «Vamos de viaje y esta es sólo la primera etapa. Pero si nos preguntamos qué hemos visto hoy, podemos ya decir algo. Tenemos dos amigos que no traicionan, como nos recordaba don Giussani: el corazón y la realidad. El corazón ha sido creado para encontrar la realidad y confiarse a ella. Porque la realidad es un signo, una invitación. Es fascinante». Y conviene seguirlo.
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