París, miércoles 11 de abril de 2012. Aparentemente, un día como tantos otros, a la espera de las próximas vacaciones primaverales e inmersos en una campaña electoral sin ideales, en la que resuena profética y cínicamente la célebre frase de Malraux: «No existe ningún ideal por el cual podamos sacrificarnos, porque de todos conocemos la mentira, nosotros que no sabemos qué es la verdad». Entonces podemos preguntarnos: ¿pero un hombre “sano” de nuestros días, tiene algún lugar en el que poder buscar y ver la verdad, donde sea posible volver a esperar la felicidad? La Iglesia. Una realidad humana que propone una vida sorprendente.
En la Octava de Pascua la Iglesia celebra la victoria de Cristo sobre la muerte y vuelve a decirnos a todos: “mírame”. Y hoy nos dice también: mira cómo vive este hombre. Un científico, un médico, pero sobre todo un hombre de una gran fe, un hombre “unido”: Jérôme Lejeune. En menos de cinco años han finalizado los trabajos diocesanos para solicitar la apertura de su causa de beatificación. Ahora la documentación pasa a Roma. Monseñor Éric de Moulin-Beaufort, obispo auxiliar de París, lo ha comunicado oficialmente mediante una misa. ¿Pero quién es Jérôme Lejeune?
Nada más conocer la noticia, se lo conté a algunos jóvenes amigos médicos, pero la mayoría de ellos no sabían quién era. Sin embargo, Lejeune fue uno de los grandes científicos del siglo XX. Juan Pablo II escribió el día de su muerte, el 3 de abril de 1994, que daba «gracias al Creador (...) por el carisma particular del difunto, (...) porque el profesor Lejeune siempre supo usar su profundo conocimiento de la vida y de sus secretos para el verdadero bien del hombre y de su humanidad». Gracias a su pasión y a su trabajo como médico e investigador, descubrió el origen genético del síndrome de Down. Como recordó el Papa, su gran amigo y defensor en los momentos de soledad, «su lucha fue siempre en nombre de la vida, no de la muerte, como sin embargo vio cómo amenazaban con utilizar su descubrimiento después».
Para él, la ciencia y la fe no estaban separadas. Sufrió el ostracismo científico, pero eso no le preocupó, aunque le costó el Premio Nobel de Medicina.
París, miércoles 11 de abril de 2012. El pueblo llena la Catedral de Notre Dame. Sorprende ver a tanta gente y tan distinta, unidos por este acontecimiento, un hecho presente más que un mero recuerdo conmemorativo. Y esto vale el doble en la laica (¿o laicista?) Francia. Personas totalmente distintas, con discapacidades visibles o no, pero todas iguales, todas hijas del mismo Creador. Muchos de ellos con síndrome de Down, alrededor del altar. Una imagen que recuerda la que Mounier utilizaba para describir a su hija Françoise: «esta pequeña y blanca ostia que nos sobrepasa a todos, una infinitud de misterio y de amor que nos deslumbraría si lo viésemos cara a cara». Vidas salvadas gracias a la tenacidad y la fe de Lejeune, y ahora gracias a su Fundación.
Madame Lejeune nos repetía: «La Fundación Lejeune y CL son una sola cosa». Hace algunos años, don Giussani dijo algo que se me quedó grabado, aunque no llegué a entenderlo del todo. Decía en el Manifiesto de 1992: «En toda compañía vocacional hay siempre personas, o momentos de personas, a los que mirar». Este era uno de esos “momentos de personas”. Reconoces un hecho y nace una ternura hacia ti mismo porque estás “reconociendo y amando a Otro”. Es conmovedor cuando Dios nos llama a él, nos quiere para Sí, misteriosamente, de tal modo que nuestro “sí” hace historia.
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