En la histórica Sala Alessi del Palacio Marino arrancó el ciclo titulado "El otro es un bien. Migraciones y ciudadanía en Milán", organizado por el Centro Cultural de Milán, en colaboración con las entidades Nocetum, Vita, Proyecto Arca, Casa de la Cultura Islámica, Cooperativa Martinengo y Diálogos de Vida Nueva. Un lugar para confrontarse con el otro en una sociedad plural, indicando la existencia de lugares donde sujetos distintos, cada uno con su propia identidad, pueden encontrarse y ayudarse a caminar hacia el destino de felicidad que todos anhelamos. Una gran ocasión de enriquecimiento entre identidades diferentes.
Este primer encuentro, coordinado por Giorgio Paolucci, periodista y director del ciclo, se abrió con estas preguntas: «¿Los inmigrantes son un recurso para Milán y para Europa? ¿Cómo ha cambiado la inmigración el rostro de la ciudad? ¿Cómo cambia de rostro la ciudad al encontrarse con sus nuevos ciudadanos?». Tres puntos de vista para responder.
El profesor Gian Carlo Blangiardo, demógrafo en la Universidad Bicocca de Milán, presentó una inmigración caracterizada por la permanencia, personas que viven en un territorio y se establecen en los lugares donde trabajan y crían a sus hijos. Italia es un país con seis millones de extranjeros. Una presencia que con el tiempo ha cambiado su perfil. Aumenta la duración de la estancia de los extranjeros, crecen las segundas generaciones y se refuerza la condición de estabilidad. Los extranjeros en Milán son una presencia cualificada: el 40% tienen estudios universitarios, aunque luego desempeñen trabajos no cualificados. La potencialidades del patrimonio demográfico de los inmigrantes es enorme. Frente a un 2015 que registró el pico más bajo de natalidad, la contribución de los extranjeros en Milán es fundamental. Un fenómeno vital con el que hay que medirse.
Francesco Wu, presidente de la Unión de Empresarios Italia-China, habló de su experiencia de veinte años como inmigrante en Milán. «No hay integración si no hay amistad. Y el afecto lo he aprendido en Italia estando con amigos italianos. He aprendido el amor a la verdad y a la justicia que está presente en el corazón de todos los hombres. Es una sensibilidad nueva que he querido poner a disposición del trabajo que hago con la comunidad china. Para mí la integración es esto: sucede. Las instituciones y la política solo tienen que apoyar un proceso que ya está en acto y que sucede diariamente».
Mahmoud Asfa, director de la Casa de la Cultura Islámica de Milán, arquitecto y líder de una comunidad que cuenta con más de 120.000 personas en la ciudad italiana, habló de la inmigración como un recurso que ayuda al crecimiento del país. Se detuvo en el problema de la educación de los hijos de segunda generación por parte de los musulmanes tradicionales. ¿Qué significa educar y transmitir una experiencia, poniéndose en cuestión incluso delante de los propios hijos? Contó como ejemplo una conversación con un compañero al que dijo: «Cuando tu padre te llamaba para pedirte algo, tú salías disparado. Ahora tienes que pedirle a tu hijo primero que te escuche si luego quieres pedirle algo. No puedes pretender que responda a una orden, debes crear un diálogo con él». Además, Asfa explicó que las religiones no son enemigas, de hecho deben vivir un respeto mutuo. Y afirmó que el terrorismo islámico no existe, solo existe el terrorismo.
Concluía así este primero paso hacia una «cultura del encuentro», cada vez más necesaria para afrontar los desafíos de nuestro tiempo.
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