Tomar la decisión de vivir puede ser difícil. Para Ryan Stone (Sandra Bullock), una brillante ingeniera biomédica en su primera misión espacial, respirar dióxido de carbono dentro de una astronave a la deriva en el espacio, caer en el olvido y esperar la muerte parece la única opción después de que un inesperado incidente la deje sin compañeros y sin carburante para volver a casa. ¿Cómo encontrar la fuerza necesaria para luchar y aferrarse al último recurso desesperado para salvar la vida?
Gravity, una película de Alfonso Cuarón que se presentó en Venecia, muestra a su protagonista confrontándose con esta pregunta. Y ofrece una respuesta. Sólo veremos a dos actores en la pantalla, Bullock y George Clooney, que interpreta a su compañero, Matt Kowalsky, capaz de ocultar tras su ironía su gran profesionalidad.
Estos dos astronautas se encuentran reparando una estación orbital en el espacio cuando les llega desde Houston una noticia alarmante: los rusos han golpeado involuntariamente uno de sus satélites y el incidente ha desencadenado una tormenta de escombros que interceptará la posición de la lanzadera norteamericana. En el impacto, inevitable y devastador, la estación queda destruida y sus compañeros mueren.
Ryan y Matt son los únicos supervivientes, pero el oxígeno para respirar y el carburante para moverse en el espacio empiezan a escasear, obligándoles a tomar decisiones imposibles. Matt se sacrifica para conceder a la dama una posibilidad. Ella luchará contra la ausencia de gravedad, los continuos problemas técnicos y, sobre todo, contra sí misma y contra el dolor por la muerte de su hija. ¿Cómo hará para volver a la Tierra?
Sobre el trasfondo místico de un universo amenazador y bellísimo en el que la Tierra aparece como la meta deseada, la batalla de Ryan por vivir llega a emocionar y enternecer al espectador, con la respiración contenida. Según las reglas hollywoodienses, lo peor siempre está por llegar y los obstáculos se suceden sin cesar para hacer aún más intensa y potente la sugerente escena final.
Con una dirección refinada y a la vez espectacular, Cuarón nos cuenta una historia de supervivencia en el espacio, el lugar por excelencia para confrontarse con lo ignoto, y lo une al clásico tema de la superación de un trauma personal que mantiene al protagonista anclado a su pasado.
El film se basa en una recitación, con diálogos cuidados y espléndidas imágenes, entre las que queda impresa la poética secuencia de Bullock que parece danzar en el aire, plegándose sobre sí misma como para volver al origen de la vida. En la inmensidad física y metafísica, en la oscuridad en la que penetra un rayo de sol y se vislumbra el perfil verde y blanco de los paisajes terrestres, el hombre se descubre en contacto con su propia esencia y con las razones por las que vive y por las que se levanta cada mañana de su lecho.
Siguiendo la estela de Los hijos de los hombres, Cuarón lanza con Gravity un mensaje de renacimiento, al mostrar a un hombre y una mujer (como si fueran la imagen de Adán y Eva) que se enfrentan a la vida y a la muerte, al deseo y al miedo, a la tentación y al amor. Los peligros externos llegan de improviso con un gran estruendo, seguido del silencio cósmico en el que sólo se advierte la respiración de la protagonista, aterrorizada por el limbo en que gravita.
La opción de la tridimensionalidad potencia el sentido de inmersión en este ambiente ajeno, donde el espectador siente la tentación de agarrarse a la silla para no ser arrojado fuera de la Tierra. El director nos regala un film poético y envolvente que en noventa minutos llega a unir el espectáculo propio del cine de Hollywood y la sensibilidad más humana, llegando hasta el corazón.
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