Bajo un viento gélido en la mañana neoyorquina, voy de camino a la iglesia de San Miguel para participar en la preparación de la jornada que los universitarios del CLU van a tener con Julián Carrón. En el ambiente se respira la espera. Mientras coloco las sillas y las mesas, sorprendo en mí una felicidad inesperada. El resto de la jornada, sobre todo la asamblea, será crucial para aprender a mirar el origen de la novedad que estoy experimentando. Se hace evidente con claridad: no soy la única estudiante del CLU que ha experimentado un cambio durante la semana del New York Encounter o durante el último semestre de clases.
Después de la misa, empieza la asamblea, que tiene como tema central las experiencias y dificultades de nuestra vida cotidiana. Las primeras dos preguntas llaman la atención sobre un problema que muchos, incluida yo, tienen que afrontar. A menudo percibimos la realidad como excepcional, pero no como relación. Carrón nos señala que esta actitud está en la raíz de todas nuestras incertidumbres y miedos. Muchos hablan de la novedad experimentada en las amistades, en el estudio, así como en el New York Encounter. Sin embargo, a pesar de todo esto, en la mayoría de los casos, lo que afirmamos ante una experiencia así es: «Increíble». Resulta difícil decir con certeza “Tú”.
John Paul, tras describir la novedad experimentada al ponerse en juego en su relación con profesores y compañeros de clase, le dice a Carrón: «Para ti la realidad no es solo excepcional, es una relación. A mí me falta este último paso». Nate cuenta el cambio que ha experimentado durante el fin de semana y pregunta: «¿Hay alguien detrás de lo que me sucede?». La réplica llega inmediatamente: «Si no hay una relación, es porque no entiendes verdaderamente lo que significa la palabra excepcional. Si alguien te hace un regalo, es imposible que tú no pienses en Otro. Si miras la realidad como don, todo es sencillo». Mirar la realidad como don es una característica de la naturaleza humana, es un problema de conocimiento. La cuestión es tratarla según su verdadera naturaleza para no perdernos lo mejor: la relación con Aquel que nos ama tanto que nos la da.
Con ternura y amor paterno, Carrón ha tomado a cada uno de la mano y lo ha acompañado en el recorrido que la razón debe hacer para llegar a reconocer la presencia de Aquel que nos da la realidad. El punto de partida es el cambio que hemos experimentado: la novedad en clase, la vitalidad en el trabajo del New York Encounter, la felicidad al colocar sillas y mesas. Este cambio es un hecho del que debemos dar razón. ¿Existe algo en el mercado que pueda provocar este cambio? ¿Alguna tisana? El cambio, ¿es un don o no? En nosotros, el cambio se explica porque compartimos la vida con un grupo de personas que conforman el CLU, pero ¿quiénes son estas personas cuya cercanía nos cambia? Hay algo, Alguien, presente entre nosotros. El cambio implica la existencia de algo, es el punto de partida de la relación con ese Alguien. Por tanto, la decisión crucial en la vida es mirar la realidad como don o como apariencia. Usando la afirmación de Carrón: «En dos palabras, el misterio de la vida: apariencia o don».
Increíblemente sencillo. Sin embargo, qué desafío a mi mentalidad positivista, que tiende a reducirlo todo a apariencia.
El resto de la asamblea es una sucesión de preguntas y testimonios de estudiantes que están viviendo claramente en relación con ese “Tú”, y que viven increíblemente liberados de sus miedos. Constanza cuenta que se siente libre del éxito o del futuro, Nick habla de la sensación de libertad experimentada durante el New York Encounter, Melissa describe cómo su estudio se ha convertido en un trabajo fascinante desde que empezó a tomar en serio la hipótesis de Cristo frente a lo que tenía que hacer.
¿Qué es lo que ha sucedido durante la jornada del CLU con Carrón? Una misa, un encuentro conmovedor sobre la música, una comida con amigos que se implican en la realidad, y una asamblea con la guía afectuosa de Carrón. Compartir la vida. Un don. Con su ayuda y el testimonio de mis amigos, vuelvo a casa diciendo “Tú” con certeza. Esta jornada ha profundizado mi relación con Cristo, tan real que ha convertido mi cansancio en alegría. Y que me cambia ahora.
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