“Si no os hacéis como niños”. Esta célebre frase del Evangelio es el título e hilo conductor del último libro que Hans Urs Von Balthasar nos dejó antes de fallecer en 1989, como una suerte de breve testamento que cierra la obra más importante de la teología católica del siglo XX, junto con la de Henri de Lubac.
Pero, ¿qué significa verdaderamente “hacerse como un niño”? ¿Por qué Jesús nos hace esta propuesta que, si no es una mera imagen –y ciertamente para Él no lo es–, resulta paradójica? Pues no hemos de olvidar que Cristo se está dirigiendo a los adultos que son, somos, los que deben aprender a ser como niños o, en otras palabras, a renacer de nuevo. ¿Cómo ser adulto y niño a la vez?
En este breve libro –algo más de un centenar de páginas– Balthasar vuelve su mirada, en el atardecer de su vida, sobre estas preguntas que desarrolla con una sencillez y profundidad de las que solo son capaces los grandes maestros, dejándonos una pequeña joya teológica al alcance de todos.
Para comprender la propuesta de Jesús es menester, en primer lugar, abandonar cualquier imagen nostálgica o idílica sobre la infancia y entender qué es ser un niño. Balthasar, en el capítulo “el niño humano”, explica la categoría fundamental del niño: el don o la donación. El niño es fruto de la donación recíproca de su madre y de su padre y él es, a su vez, don para ellos. De la donación deriva, asimismo, nuestra naturaleza relacional que, en el niño, se manifiesta en la dependencia fundamental respecto de su madre, relación que abre su autoconciencia y permite su desarrollo. El niño va aprendiendo quién es dentro de la apertura y pertenencia a su madre, primero, y luego a ella y al padre.
Y es justamente esto lo que da razón, para Balthasar, de la sorprendente propuesta de Jesús. El Señor pone al niño como ejemplo porque Él es, de modo permanente, niño-hijo. En las bellísimas páginas del capítulo “El niño divino-humano”, Balthasar da cuenta de cómo Cristo vive una doble experiencia de filiación, distinguible pero inseparable: es niño, por su condición humana, al haber nacido de María y haberse educado con ella y José; y lo es también, por su condición divina y durante toda su vida, por ser hijo del Padre, al que se sabe perteneciente y por el que es sostenido. Para Jesús la dimensión de la filiación se caracteriza por una radical dependencia y por la continua experiencia de la donación.
Por ello, Cristo nos puede invitar sin caer en el absurdo a “devenir hijos de Dios” y a “vivir como hijos-niños de Dios” (capítulos 3 y 4). El adulto se hace niño e hijo de Dios en la medida en que crece en él la conciencia de que su vida es puro don, tanto en su origen –somos seres creados– como en su devenir existencial, dado que nuestra vida es sostenida a lo largo del tiempo por el Señor, en un gesto de absoluta gratuidad. El Padre nos ofrece la posibilidad de “ser niños” para crecer en la conciencia de la dependencia. Y al hacerlo, solicita nuestra libertad bajo la clave de un amor paternal inagotable, a fin de que también decidamos donarnos a Él, tal y como Cristo hizo.
Los frutos de esta relación paterno-filial, esbozados por Balthasar en las últimas páginas del libro, muestran una vida plena y cumplida, dominada, desde la certeza de saberse amado, por el sentido de la maravilla, el agradecimiento y la docilidad, en la que el tiempo se caracteriza no por la decrepitud sino por el valor infinito de cada instante presente.
Hans Urs von Balthasar
Si no os hacéis como niños
Fundación San Juan, Madrid 2006
pp. 109
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