Volvemos a salir a la calle, por cuarta vez. De nuevo, cientos de miles de personas, en el habitual tira y afloja numérico. Un millón según los organizadores, muchos menos según la policía. París sigue siendo el escenario de la protesta contra la ley que autoriza el matrimonio y la adopción en parejas homosexuales. Frente a los manifestantes, madres, religiosos y jóvenes “armados” con pancartas y carteles, un imponente despliegue de fuerzas del orden. La primera vez fue el 24 de marzo. Allí se produjeron los primeros arrestos: fue una manifestación pacífica, pero algunos tuvieron la culpa de confundir el recorrido. El 15 de abril volvió a haber detenciones, esta vez fueron 67, por alteraciones del orden público. El gobierno, el 22 de abril, día de la aprobación de la ley, envía al Elíseo a 1.200 agentes para hacer frente a un “peligroso” ejército de familias armadas con bebés y carritos.
Esa noche nacieron los veilleurs, vigilantes. Grupos espontáneos de jóvenes que se reúnen en varios puntos de París y de otras ciudades de Francia para protestar pacíficamente, leyendo textos de diferentes autores. Y también en estos encuentros son continuas las amenazas de detenciones por manifestaciones no autorizadas y por la ocupación de suelo público. Pero los jóvenes no se arredran. Todas las noches se reúnen en la calle. El clima se hizo incandescente la víspera del 26 de mayo, cuando los que tienen las “riendas” del poder parecieron volverse literalmente locos. Amenazas a los veilleurs, la invitación del ministro de Interior a las madres para no llevar a sus hijos pequeños, y la detención de 50 jóvenes que llevaban puesta la camiseta de la manifestación.
Una larga letanía que no nos ha quitado ninguna certeza; muestra la ceguera del poder, que ya no sólo se dedica a quitar ceros a las cifras de participantes en las manifestaciones. Ya no sólo los elimina simbólicamente, sino que pasa a la fase siguiente: quitarlos del medio físicamente. El clima de violencia que las fuerzas del orden denuncian es el que, paradójicamente, han querido y creado ellos mismos para acallar a un pueblo que se opone a una ley inútil y por tanto injusta.
El país de las libertades y de los derechos del hombre se está convirtiendo en un nuevo gulag del siglo XXI. Como diría Saint Exupéry: «Nos han cortado los brazos y las piernas y luego nos han dejado libres para andar».
Sin embargo, el domingo salimos a la calle. Tal vez un millón de personas, respondiendo a la provocación de la manifestación con el mismo deseo de la multitud de personas que desfilaban por allí: familias, jóvenes, abuelos, personas mayores que quieren estar y decir, con todas sus fuerzas, que no quieren esta ley.
Muchísimos religiosos: monjas, sacerdotes… Incluso diecisiete monjes benedictinos que vinieron de la otra punta de la Bretaña. El abad autorizó a la mitad de la comunidad para «llevar su solidaridad a las familias». Una pequeña monja protestante, tras sus gafas oscuras, llevaba dos banderas y un estandarte: «Todos hemos nacido de un hombre y una mujer». Madre, ¿por qué está aquí? «Porque el matrimonio es un valor propio de lo humano». Basta esto para sentir plenitud en el corazón y dejar a un lado la amargura de los días previos.
También había una persona muy anciana, en una silla de ruedas que empujaba su nieto. No repetía ningún eslogan: iba rezando el rosario. ¡Qué reclamo tan potente en un gesto casi imperceptible! Rosario en mano, ante una violencia absurda y fría por parte de quienes nos gobiernan. Entonces uno entiende aún mejor que la oración no es un refugio sino precisamente la indicación de una Presencia que nos salva. No estamos solos. Hay Uno al que dirigirse. Por eso, junto a un grupo de amigos, decidimos empezar la marcha rezando el Angelus. Conscientes de que lo que podía cambiarnos no eran tanto lo que pudiéramos llegar a hacer o cuántos podríamos llegar a ser, sino que todo fuera ocasión de memoria y petición. Sólo así te puedes sorprender ante la “vida” y la “creatividad” de esta gente. ¿De qué está hecha esta humanidad que desfila y desafía todas las previsiones? ¿Se trata sólo de testarudez?
Los ataques mediáticos no dieron tregua a lo que calificaban como manifestaciones “absurdas”. «¿Por qué seguís?»; «¿Por qué os oponéis a los derechos de otros?». Un cartel dice: «Un hijo es un don, no un derecho». La ley afirma lo contrario, y eso escandaliza las conciencias de muchos. El cardenal Vingt-Trois, arzobispo de París, declaró unas semanas antes: «Que la ley haya sido aprobada en el Parlamento no significa que sea una ley justa».
Dos mujeres musulmanas llevaban un cartel donde se leía: «Hollande, ¿dónde está el progreso de la ley?». Tras ellas desfilaban más musulmanes: «¿Que por qué estamos aquí? Por la misma razón que vosotros. Yo voté a Hollande, pero me siento traicionado. He venido desde Rennes a pie, con un grupo de personas. Hemos caminado durante veinte días, 450 kilómetros, para estar hoy aquí. Hemos encontrado a mucha gente por el camino y a todos les hemos explicado por qué lo hacíamos y por qué estamos en contra de esta ley que destruye nuestras conciencias».
¿Dónde se puede encontrar todos los días una humanidad así, gente que se pone en juego de este modo? Al final de la manifestación, nos sorprenden las palabras de Axel, el joven que puso en marcha a los veilleurs: «Nuestra humanidad no es un producto que se fabrica; no queremos ser privados. Estamos aquí porque queremos gritar con nuestro corazón y con nuestra inteligencia el despertar de nuestras conciencias, del pueblo de Francia. Partimos de un “no”, pero sabemos bien que una ciudad no se construye sólo con el “no”. Queremos sembrar en las plazas públicas una cultura que construya nuestro corazón y nuestro espíritu».
Estamos aquí por eso. Si todo lo que vivimos fuera una construcción política, estamos seguros de que estas personas no estarían aquí, no las habríamos conocido. La ley no cambiará. Seguirá como está, casi con total seguridad. Pero nosotros tenemos la certeza de no haber perdido nuestro tiempo. Volvemos con el deseo de vivir mañana, en nuestro trabajo, en las circunstancias que el Misterio nos dé, estos destellos de humanidad nueva.
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