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Primero marginados y luego eliminados

Roberto Fontolan
23/08/2013 - Il Sussidiario

Hay dos aspectos coesenciales en la libertad religiosa. La libertad para profesar la propia fe: en privado y en público, personal y comunitariamente; y asumir sin constricciones ni impedimentos las decisiones para la vida que la propia fe sugiere, incluida la de abandonar una fe para confesar otra. El segundo aspecto es la libertad para participar en la vida pública, para contribuir al bien de todos: la fe, los fieles, deben poder expresar su propia contribución a la casa común, al orden del mundo. Uno y otro aspecto se encuentran en la base de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que garantiza sin lugar a dudas el primer aspecto, pero resulta interesante señalar que el propio texto de la Declaración es fruto del segundo aspecto, como relata magistralmente Mary Ann Glendon en su libro Hacia un mundo nuevo.
Derecho fundamental significa que la libertad religiosa se reconoce, no se concede. Nadie puede reservarse el derecho de otorgarla, eso pertenece al corazón mismo del hombre. Reducirla o, peor aún, negarla es quere desnaturalizar lo que es propio del hombre, lo que le hace único e irrepetible. La conciencia contemporánea llegó a este conocimiento después de un largo camino, a veces trágico y tormentos. Pero de aquí no se puede volver atrás. « El corazón de cada cultura – afirmó Juan Pablo II en la ONU en 1995 – está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios. Por tanto, nuestro respeto por la cultura de los otros está basado en nuestro respeto por el esfuerzo que cada comunidad realiza para dar respuesta al problema de la vida humana».
¿Por qué sentimos hoy tan urgente el tema de la libertad religiosa y por qué lo vivimos tan íntimamente ligado a la “emergencia hombre”? Porque la teoría no basta para librar a la libertad religiosa de las amenazas, la discriminación, la violencia, el odio. Se puede abanderar el principio de la libertad religiosa y al mismo tiempo censurar al hombre – el hombre concreto: tal vez el vecino de casa o el antiguo compañero de colegio – que vive libremente su fe o que desea hacerlo. ¿No es acaso ese el relato de tantas noticias del mundo en que vivimos?
En algunas situaciones es el mismo principio teórico lo que se niega. Dios se convierte en una máscara, en un mito portador de muerte; y la afirmación de la Verdad, en el terrible cuchillo que la provoca. Para superar estas situaciones realmente primarias y bárbaras, queda un largo camino, tal vez larguísimo. En otros escenarios no se niega el derecho sino la acción humana, la iniciativa cultural y social que de él deriva, o las implicaciones vitales que genera. En ciertos organismos internacionales, en ciertos tribunales, en ciertos parlamentos actúan numerosos killer de la libertad religiosa. En este tiempo son sobre todo los cristianos los que pagan el prcio de la negación de la libertad para profesar la propia fe. En Egipto, Pakistán, Iraq o Nigeria. Hay quien hace estallar iglesias y quien crea hostilidad social. El objetivo es el mismo: declarar a los cristianos extranjeros para poderlos liquidar como tales. El llamamiento que hemos lanzado estos días en el Meeting expresa el abrazo a quienes están sufriendo y el compromiso para defender sus vidas y su derecho: la libertad religiosa se vive con los demás.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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