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«Aquí los cristianos no se avergüenzan de Jesús»

Maria Acqua Simi
14/10/2013
La guerra continúa.
La guerra continúa.

El padre Clemente acaba de cumplir los 75 años. Su vida transcurre entre Tierra Santa, Líbano y Siria. El último año lo ha pasado, junto a muchos de sus hermanos, llevando ayuda desde la frontera libanesa a los conventos franciscanos afectados por la guerra siria. Hablamos con él a su regreso de su último viaje («El último de verdad», dice) al interior de Damasco. «Ahora dejo mi puesto a otro», explica. En parte por la edad, en parte también porque el Líbano también necesita ayuda debido al enorme flujo de refugiados que cruza la frontera cada día. Pero el padre Clemente no parece estar desanimado. «Nos han puesto aquí para servir», afirma en esta entrevista.

¿Cuántos conventos franciscanos hay en Siria? ¿Existe comunicación posible entre ellos?
Hay varios, desde hace siglos, estamos en Siria desde los tiempos de San Francisco. Actualmente están operativos tres conventos en Damasco, otros tres en Alepo, otros cuatro en el valle de Orontes, cerca de la frontera turca al noroeste de Siria, y por último un convento en la costa de Lataquia, con una casa para campamentos de verano. Es muy difícil mantener el contacto, a no ser cuando nos acercamos directamente al lugar donde está el otro o esas raras ocasiones en que las líneas telefónicas vuelven a funcionar. Haciendo viajes difíciles y muy largos, conseguimos llegar hasta los hermanos de Damasco y Lataquia, pero con los amigos de Alepo y Orontes todo es mucho más complicado.

Ustedes llevan ayuda material desde el Líbano hasta Siria: ¿qué sucede cuando entran en territorio sirio?
Hemos decidido que era necesario seguir llevando ayuda a la población siria y a los refugiados, por lo que actuamos en dos frentes. Uno dentro de Siria y otro dentro del Líbano. En el primer caso, no perdemos ninguna ocasión que nos permita llevar comida, medicinas, ropa o incluso dinero a nuestros hermanos en Siria para que ellos lo repartan entre la población según la necesidad que haya. Mucha gente de buen corazón nos está enviando ayuda, nosotros nos encargamos de hacerla llegar a las familias. Hay hermanos que sufren dificultades y Cristo nos pide que les ayudemos. En ellos vemos a Cristo que sufre. Jesús decía que todo lo que hagamos a los que sufren y tienen necesidad, se lo hacemos a Él. Por eso podemos arriesgarlo todo con tal de llevar un poco de aliento a los que siguen allí y a los que han tenido que huir.

La guerra, sin embargo, no da tregua. Hay muchos muertos y desaparecidos. ¿Ustedes también se han visto afectados?
Sí. Mantuve el despacho abierto hasta hace un mes y vi cosas muy dolorosas, yo mismo sufrí un ataque de hombres armados que querían matarme. Luego se dieron cuenta de que yo estaba ahí sólo para ayudar a los más débiles, no para hacer política. Y misteriosamente me dejaron marchar. Pero he perdido a varios amigos. Uno, muy querido, es el padre Francois Mourad. Era un sacerdote siro-católico que trabajaba con nosotros en la frontera con Orontes. Le mataron precisamente en la puerta de un convento en Ghassanieh, que luego ocuparon los rebeldes armados. Los hermanos tuvieron que huir y a ningún cristiano se le ha permitido seguir viviendo en aquel pueblo.

Es una situación muy dura. A Europa también han llegado noticias de conversiones forzosas. ¿Puede confirmarlo?
Sé que la zona donde sucedió el martirio del padre Mourad ha sido declarada emirato musulmán, por lo que todos los cristianos que había allí han tenido que convertirse, o bien dejar su casa. Pero han sido pocos los casos de abjuración. Han matado a gente por odio a su fe.

La situación de los cristianos en el resto de Siria es muy complicada. Son una minoría, y la guerra lo está destruyendo todo. ¿No existe la tentación de inclinarse por un bando o por otro?
Los cristianos son una minoría en Siria, igual que en casi todos los países árabes. Con la excepción quizá del Líbano. Pero antes de la guerra no vivían mal en tierra siria. Estaban orgullosos de vivir en un Estado totalmente laico, donde estaba garantizada la libertad de culto para todas las religiones. No olvidemos que Siria es el país que vio florecer al cristianismo antes que muchas otras naciones que hoy se declaran cristianas. Es verdad que hoy los cristianos en Siria viven con miedo. Pero no se avergüenzan de su fe, no se avergüenzan de Jesús. Están orgullosos, aunque eso conlleve a veces el riesgo de morir sacrificado por negarse a renegar de Dios. Y quiero añadir una cosa: los musulmanes moderados también son perseguidos por los extremistas islámicos. Exactamente igual que los cristianos. O a veces más.

Usted visita el Líbano a menudo. Un país que está afrontando un flujo de inmigración sin precedente desde las fronteras sirias. Sabemos que el Gobierno tiene problemas, pues que lleva décadas albergando campos de refugiados palestinos o iraquíes. ¿Qué va a suceder ahora?
Es una situación compleja. Estamos ayudando a los refugiados como podemos, pero el país está dividido. Porque además no sólo llegan refugiados, sino también terroristas tanto del bando del Gobierno sirio como de los rebeldes. Han aumentado los robos, los actos de violencia, y eso tiene repercusiones negativas en la sociedad libanesa, crea mucha rabia y confusión. Nosotros ahora estamos organizándonos para poder dar cursos escolares a los niños sirios, porque al llegar al Líbano no se pueden incorporar al programa educativo libanés. Por eso intentamos ayudarles con cursos intensivos para que no pierdan la posibilidad de recibir una educación. Muchas asociaciones católicas, Cáritas y las parroquias están en primera línea para echar una mano en todos los frentes: encontrar un trabajo, conseguir ropa, una cosa, algún dinero para volver a empezar una vida nueva. Sabemos muy bien que lo que estamos haciendo sirve para responder a una emergencia, pero eso es lo que tenemos delante y a eso debemos responder.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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