Empezó mostrando algunas fotos del Afganistán destruido por la guerra. Era un momento muy esperando desde hacía tiempo en el instituto Bachelet de educación superior en Abbiategrasso. Los propios alumnos empezaron a prepararlo en el mes de noviembre porque querían entender mejor qué está pasando en Oriente Medio.
Nuestro invitado, Farhad Bitani, nos contó cómo a lo largo de su vida solo había conocido la violencia. Convivió con la guerra y la barbarie durante toda su infancia y adolescencia, creció aprendiendo a odiar a Occidente, la tierra de los infieles y la terminal de la violencia que él debía soportar. Vio a los talibanes subir al poder y padeció los condicionamientos de las escuelas coránicas, donde le enseñaron, en una lengua que él desconocía, hay que matar al infiel, pues solo así se ganan méritos ante a Alá.
Luego habló de cuando asistía a las lapidaciones de las mujeres adúlteras y cómo, llegado a cierto punto, empezó a sentir que aquella violencia no era adecuada. Empezó a vislumbrar un puntito blanco en el fondo de aquel mundo opaco, horrible y cerrado. Ese puntito blanco era el corazón, esa tensión hacia el bien que le es propia. Y empezó a hacerse preguntas. Él, que quería tanto a su madre, ya no podía aceptar que la mujer tuviera una consideración tan negativa en su país. Empezó a rebelarse de esa sumisión de la mujer, una figura tan importante para el bien de la sociedad. Todo por ese puntito blanco del que depende nuestra humanidad.
«Estábamos convencidos», dice Bitani hablando de su familia y amigos, «de que, por ser muyahidines, se nos permitía todo. Conozco bien el fundamentalismo, conozco el odio que porta y difunde, porque yo nací en el fundamentalismo». Su acusación es fuerte y clara: «El que vive en el fundamentalismo, no tiene identidad propia».
En 2001, la OTAN atacó a los talibanes aliándose con los muyahidines y ayudándoles a construir una falsa democracia, que simplemente enriqueció a otros fundamentalistas, responsables de muchas muertes. En 2004, el padre de Farhad, uno de los generales de los muyahidines ahora en el poder, fue trasladado a Italia. Bitani llegó al aeropuerto de Roma con la idea de que todos allí eran infieles. Luego se topó con varios gestos de humanidad sencillos, como el de una mujer que le ofreció ayuda porque estaba lloviendo, o cuando fue acogido por una familia cristiana que respetó su religión y su persona tal como era.
Esos sencillos gestos le llevaron a leer directamente el Corán, esta vez sin intermediarios, y empezó a entender que también había escritas palabras de paz y no solo de violencia, como le habían enseñado. «El problema del islam es que no tiene una referencia, una autoridad que diga qué nos enseña Mahoma hoy». Empezó a conocer a la gente con la que se encontraba, y ya no los miraba como infieles. Farhad se dio cuenta de que la diferencia es un bien, que gracias al otro podía comprender mejor su identidad. Cada persona nueva con la que se encontraba lo enriquecía, ya no era una enemigo o un infiel, sino un hombre igual que él. Narró entonces el conmovedor testimonio de un cambio que no nace de las ideas sino de una experiencia concreta, la experiencia del corazón. Esto impresionó también a los alumnos que le escuchaban, porque pasar del odio al amor es una posibilidad para todos, basta utilizar la mirada y el corazón. «Yo cambié por pequeños gestos, y eso es lo que quiero testimoniar a todos».
Dar valor a lo humano, este es el mensaje que encierra el libro que Farhad ha escrito, La última sábana blanca, donde testimonia esta certeza suya de que lo humano vence y cambia la vida. Luego hubo tiempo para que los chavales hicieran preguntas. Farhad respondió a todos, precisando que «es el testimonio, y no la política, lo que cambia el mundo». «Los problemas del mundo se resuelven cuando se mira y se construye al hombre», prosiguió. Por eso el verdadero y único antídoto al terrorismo es la educación. En lugar del odio, llevemos al hombre a su verdadera naturaleza, el amor.
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