Los documentos del concilio Vaticano II son «incluso para nuestro tiempo, una brújula que permite a la nave de la Iglesia avanzar en el mar abierto». Lo dijo el Papa en la audiencia general que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el miércoles 10 de octubre, en la víspera del quincuagésimo aniversario de la apertura de la asamblea ecuménica, que coincidirá con la apertura del Año de la fe.
Retomando la expresión de Juan Pablo II —que en la Novo millennio ineunte definió al Vaticano II una «gran gracia» y una «brújula segura» para la Iglesia — Benedicto XVI puso de relieve la necesidad de volver a los textos conciliares «liberándolos de una masa de publicaciones que a menudo en lugar de darlos a conocer, los han ocultado». Sólo así, según el Pontífice, es posible acercarse a la asamblea ecuménica como a «un gran fresco, pintado en la gran multiplicidad y variedad de elementos, bajo la guía del Espíritu Santo».
De aquel «momento de gracia —afirmó el Papa— seguimos incluso hoy captando la extraordinaria riqueza, redescubriendo en él pasajes, fragmentos y teselas especiales». Para Benedicto XVI, que ha sido un «testigo directo» participando en él como perito, el Vaticano II sigue siendo, por lo tanto, «una experiencia única», en la cual se ha manifestado el rostro de «una Iglesia viva que asiste a la escuela del Espíritu Santo, el verdadero motor del Concilio».
Para nuestro tiempo, «marcado por un olvido y sordera con respecto a Dios», aquel acontecimiento histórico tiene un mensaje «sencillo» y «fundamental» por anunciar: «el cristianismo en su esencia consiste en la fe en Dios, que es Amor trinitario, y en el encuentro, personal y comunitario, con Cristo que orienta y guía la vida». Todo lo demás «se deduce de ello».
«El concilio Vaticano II —concluyó Benedicto XVI— es para nosotros un fuerte llamamiento a redescubrir cada día nuestra fe, a conocerla de modo profundo para tener una relación más intensa con el Señor, a vivir hasta la últimas consecuencias nuestra vocación cristiana».
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