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La Europa que buscamos

Paolo Perego
19/05/2014
Joseph Weiler.
Joseph Weiler.

Citando al profeta Miqueas, Joseph Weiler empieza a responder a la primera de una serie de preguntas que constituyeron el eje central del debate “¿Qué Europa buscamos?”, organizado por el Centro Cultural de Milán el pasado 15 de mayo. Weiler es un gran conocedor de Europa. Nacido en 1951, hebreo, ponente de la Cátedra Jean Monnet de la Unión Europea en la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York, actualmente dirige el Instituto Universitario Europeo de Fiesole, en Florencia. «Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan solo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios». El profesor americano responde así a la provocación de Bernhard Scholz, presidente de la Compañía de las Obras, sentado a su lado en la mesa. «Siempre se habla de economía y política. Pero la crisis que estamos viviendo en Europa nos permite percibir, una vez más, una dimensión cultural del problema», le había dicho Scholz: «Ya sucedió en el pasado, y vuelve a suceder ahora. Cuando las grandes palabras como “economía” o “política” se convierten en ídolos, empiezan a volverse en contra del Estado, de la sociedad y de la persona. Por otro lado, cada uno de nosotros tiene su incidencia particular en la vida social. ¿De verdad es posible no delegar a otros la responsabilidad de la propia vida?».

Weiler no tiene dudas: «Si hay una crisis cultural, el primer paso es asumir responsabilidades». Buscar las causas en lugares como la familia o la educación, por ejemplo. «Yo nunca querría vivir en un estado donde no hubiera derechos. Pero la cultura de los derechos puede llevar también a la idolatría. ¿Quién ha permitido que esto pudiera suceder en Europa?». La tarea de cada uno, añade Weiler, está en la cita del profeta bíblico.

«Pero ningún sistema político se mantendría en pie sin un sistema de reglas que diga lo que es justo y lo que no», objeta el tercer ponente, Maurizio Ferrera, profesor de Historia Política y columnista del Corriere della Sera: «La gente piensa que no existe una justicia europea». El ejemplo por excelencia es la desigualdad distributiva, es decir, el hecho de que unos países viven mejor que otros. ¿Dónde está la solidaridad de la “buena vecindad”? «Vemos que los países defienden solo sus propios intereses, y que la percepción más extendida es que la justicia que llega de Bruselas es injusta».

Weiler vuelve a tomar la palabra. «Como decía Scholz, no se debe delegar, pero si no hay igualdad distributiva es porque nadie ha puesto nunca un pie sobre la Europa fiscal». Y cuenta un caso de Texas de hace quince años, cuando a «dos milímetros» del default, el Gobierno de EE.UU, después de un acalorado debate interno, aprobó medidas de apoyo a los bancos: «Ningún californiano dijo nunca: “¿Por qué hay que ayudarles con dinero de California?”». ¿El motivo? Ante todo, una idea diferente de la ciudadanía “americana” respecto a la que nosotros tenemos de la “europea”. Pero, principalmente, porque ese dinero era de Estados Unidos, no de California o de Nueva York: «Es más democrático pagar impuestos que votar», afirma el profesor. Que la democracia europea es imperfecta lo dirá muchas veces a lo largo de la noche. «No es fácil hacer la unión fiscal porque afecta a la soberanía de los estados».

«Tampoco es fácil por una diferencia de concepciones muy profunda», responde Ferrera, quien para explicarlo se refiere al hecho de que lingüísticamente, en los países latinos la palabra “impuestos” lleva implícito el significado de “quitar”, mientras que en los países nórdicos el mismo concepto tiene en su raíz la idea del tesoro común. «Por eso creo que hay que trabajar sobre la idea de la justicia europea», insiste Ferrera: «Por ejemplo, empezando por decir quién invertía en Grecia para llevarse a casa unos intereses muy altos. Todos, empezando por los alemanes. ¿Y qué hay de los miles de datos de países europeos y Atenas que se ocultaron para evitar la bancarrota? Al final volvemos a Alemania para devolver los intereses a los inversores».
«Cuidado con la hipocresía», responde Weiler: «También se puede aceptar un análisis como este, ¿pero quién ha creado el sistema? ¿Quién lo ha votado? ¿Quién lo ha querido? Siempre son responsables los demás. Y si los alemanes tampoco hubieran hecho nada por los griegos y todas las culpas fueran de estos últimos, ¿la caridad cristiana qué tendría que hacer?».

Todo es muy complicado y complejo, apunta Scholz, que plantea una nueva pregunta: «Pero entonces, la democracia de verdad, en Europa, ¿tiene aún alguna oportunidad?». Weiler cita a Churchill: «¿La democracia? Un sistema tremendo, pero no los hay mejores». Es imprescindible, no hay alternativa. «Renunciar implicaría renunciar a la dignidad del hombre. No es perfecta, cierto, pero se puede corregir». El problema, el 25 de mayo, no será quién gana sino quién va a votar. «En 1979, con un Parlamento sin poder, fueron a votar el 60% de los ciudadanos». Se pensaba que, con un mayor poder del Europarlamento, con los años ese porcentaje aumentaría: «En 2009, con muchos más poderes, votó el 35%. ¿Por qué? El problema es que la gente intuye que el voto no determina quién gobierna ni cómo». Si antes las europeas eran una especie de evaluación del gobierno nacional de cada momento, hoy también muestran diversos puntos de vista sobre Europa, con antieuropeístas por un lado, y europeístas que dicen «sí a Europa, pero a una Europa distinta», por otro. «Ciertamente las estructuras institucionales europeas hoy no se pueden defender, pero por otra parte renunciar a Europa no solo sería un error práctico. Sería renunciar a un conjunto de valores que los padres fundadores, partiendo de un pasado terrible, construyeron sobre la idea de perdón, esperanza, futuro».

«En cambio, se suele dar por descontado que Europa es un espacio de libertad, de bienestar, a un nivel único en el mundo», afirma Scholz: «No tenemos la humildad de reconocerlo como don. Por eso alguno puede pensar en abandonar la Unión». La pregunta, continúa el presidente de la CdO, es cómo debe ser la alternativa, cuánta responsabilidad otorgar al Europarlamento y cuánta a las relaciones intergubernamentales de la Comisión. «¿Dónde está el equilibrio?».

«Existe ya», responde Weiler: «La cuestión es otra. Habría que politizar el gobierno europeo. Es un riesgo, habría un gobierno de derecha o de izquierda. Pero al menos las decisiones no serían fruto de un equilibrio institucional sino la expresión de una voluntad popular». Sin embargo, al llegar a Europa, la política desaparece. «¿Entonces la Comisión debería ser la expresión del Parlamento?», plantea Scholz. «Sí», responde Weiler con claridad: «No existe democracia sin política. Una identidad es necesaria».

«Pero la democracia también necesita información», insiste Scholz, llamando la atención sobre el papel de los medios, que demasiado a menudo destacan solo las contraposiciones. «Se puede usar la inteligencia para construir. Y para hacer que las cosas funcionen mejor, no solo para señalar lo que no va bien», concluye Weiler: «¿Qué podemos hacer en el día a día? Yo solo digo una cosa. Tengo un deseo: el de llegar al final de mi vida habiendo transcurrido al menos diez días en que haya llegado a la noche sin sentir cierto malestar hacia Dios, sin haberlo “traicionado”. Yo afronto así la vida diaria. No sé si eso responde a la pregunta...».

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