Hacía años que los seminaristas de la Fraternidad de San Carlos Borromeo lo sabían. En la capilla de la casa de formación en Roma se haría un mosaico. Pero nunca habían imaginado lo que nacería de esos cuatro días al lado del padre Marko Rupnik y sus ayudantes del Centro Aletti. El 14 de marzo, por fin, tuvo lugar la inauguración, la ocasión de tomar conciencia de lo que habían visto suceder ante sus ojos.
«En cuanto llegaba de la universidad, corría a ver cómo iba el trabajo, sin ni siquiera soltar la mochila», cuenta Emanuele, que este año se ordenará diácono para luego partir hacia Taipei. «Dado mi pasado como cantante de ópera, me fascinaba el trabajo “entre bastidores” del padre Rupnik. Me llenaba de curiosidad ver el cuidado con que colocaba cada tesela en su sitio, la giraba una y otra vez hasta encontrar la posición adecuada. He podido ver que detrás de esas piedras hay vida». La riqueza de esos días de trabajo fue precisamente descubrir esa vida porque los seminaristas pudieron conocer a los artistas y aportar su granito de arena.
Cada mañana, el padre Rupnik celebraba la misa para todos y en la homilía explicaba el sentido del mosaico. «Pero no todo», matiza Luca, que también se ordenará diácono. «Cada detalle ha sido pensado, pero se desvelará en nuestro diálogo con Dios a lo largo de los años, como la vida». El encuentro con los artistas fue muy significativo. «El primer día vi a un chino, un rumano y otros extranjeros que transportaban las figuras preparadas en el laboratorio», cuenta Alberto, un madrileño que cursa su primer año en Roma. Su primer pensamiento fue: «Estos italianos... siempre dejan el trabajo pesado a los inmigrantes». Pero pronto cambió de opinión. «Todos eran colaboradores de Rupnik». Desde la teóloga hasta el albañil, personas con historias de lo más diverso que «testimoniaban una unidad parecida a la nuestra».
De aquí nació un interés creciente en el que profundizaron durante las comidas y las cenas, y que llevó a los seminaristas a descubrir la afinidad con ellos. Sobre todo una: «En su trabajo, Rupnik lleva una vida casi monacal», afirma Luca. «Hay una especie de ayuno de la imagen. Dice que, para representar a la Virgen, no puede tener la cabeza llena de las figuras que se ven en las revistas o en la televisión». En el fondo, no es muy distinto del espacio de silencio que cada seminarista trata de encontrar cada día. «Si quieres que Dios te llene, debes dejarle espacio». Pero no sólo eso. «Ellos son misioneros, como nosotros. Allí donde van, llevan consigo a sí mismos y su obra, que proponen como testimonio de Dios. Lo mismo que estamos llamados a hacer nosotros».
Alberto incluso pidió participar activamente, y pudo colocar dos azulejos.«Son poca cosa, parecen iguales que los demás, pero ese gesto para mí significa participar en la Fraternidad. Yo aporto lo que puedo, lo que soy». Como Abraham en el mosaico, en el episodio del encinar de Mamre, cuando ofrece a la Trinidad pan y leche. En el centro, María, que sujeta un pergamino que sube hasta el cielo: su sí al Verbo. «A veces, me sorprendo contemplando estas dos figuras, cuando me pregunto si será capaz, yo que soy débil y pecador. Abraham y María me hacen ver lo que ya ha sucedido en la historia a través de su llamada y eso me hace profundizar en el misterio de mi vocación».
Desde aquellos días de trabajo a finales de noviembre, el mosaico se ha convertido en una ayuda constante en la vida de la comunidad de seminaristas, como afirmó Carrón durante la inauguración: «Este mosaico es una ayuda para la memoria de este Hecho, el encuentro con Cristo. Nos ayuda a tener delante todo lo que somos. Nos llena de silencio y de la petición de estar disponibles a la acción de Dios». Luca recordó en ese momento algunas circunstancias muy concretas. «Sobre todo ha cambiado nuestro modo de cantar: ahora es más unido, y no por una cuestión estética sino porque te das cuenta de lo que estás haciendo. Antes ya estaban el celebrante y el Santísimo, pero ahora también están estas figuras que nos acompañan». También se nota en la oración personal. «Me quedo mirando la figura de Jesús, que señala a la Iglesia entre Él y María. Es como si respondiera así a la pregunta de Juan y Andrés: “¿Dónde vives?”. Y me pregunto, de cara a la ordenación, ¿qué significa hacerse como Él?». O, como dice Emanuele: «Toda mi vida, ya antes del seminario, está atravesada por un binomio; belleza y grandeza. Este mosaico me ha hecho darme cuenta de ello una vez más. Yo voy a Taipei para llevar la belleza que es ver la grandeza de la vida de la Iglesia de la que formo parte. Es como llevar a los chinos a ver Asís».
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