He besado la mano a su Santidad el Papa en la ocasión, hace unos días, de presentarle el gran Quijote del Instituto Cervantes incorporado ahora a la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española. El Santo Padre es un devoto lector de la obra y más de una vez ha confesado con palabras del propio Cervantes que comparte el juicio universalmente positivo que ha merecido a lo largo de cuatro siglos: “Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (II, 3). Creo que un dictamen muy similar podría aplicársele a él: no parece que haya hoy figura con proyección global que concite tanta simpatía y aprobación (salvo acaso en la curia romana). Creo además que esa valoración favorable tiene que ver con el rasgo más cervantino de su personalidad.
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