Seis meses en El Cairo, luchando con la revolución, el curso, los amigos... y un gran vacío. Al volver a Milán, Raquel lo ha entendido...
He vuelto de El Cairo después de un semestre estudiando en la American University. He pasado allí un momento histórico y político importantísimo, he visto con mis propios ojos la revolución del 25 de enero. Fue difícil acostumbrarse al toque de queda, a los gritos en la plaza (vivía a la misma altura de Tahrir, pero al otro lado del Nilo), al helicóptero siempre en el cielo, a los diparos a cualquier hora del día o de la noche, a los gases lacrimógenos... Al estudiar Políticas, era muy interesante para mí poder ver nacer, crecer y morir un fenómeno que siempre había estudiado en los libros.
Regresé a Italia durante los últimos días de la revolución, para volver a El Cairo el día después de la caída del rais. Los meses siguientes fueron una gran prueba: la compañera de piso que había encontrado no volvió y nadie estaba por la labor de venir a vivir a El Cairo justo después de la revolución.
Ahora que he vuelto a casa, hago balance de estos meses, en los que una vez más he visto la iniciativa de Otro en mi vida para recordarme que yo, sin Compañía, sin el movimiento, sin Cristo, estoy perdida.
Puedo decir esto porque en todos estos meses he sufrido el riesgo de vivir una vida paralela a la mía, una vida distinta. Al pasar mucho tiempo en la universidad, mis amigos eran también estudiantes: americanos, egipcios, libaneses, marroquíes, saudíes, alemanes... Jóvenes procedentes de todas partes del mundo. La vida con ellos era divertida, despreocupada, desatada, pero en el fondo vacía, sin sentido, a merced del estado de ánimo, del cansancio o del aburrimiento. Sobre todo, del aburrimiento. Tanto que la respuesta más habitual que me daban cuando les preguntaba «¿cómo estás?» era «aburrido».
Entonces me descubrí menos “atrofiada” de lo que pensaba. Gracias a Dios, tenemos el corazón, y el mío gritaba, sobre todo cuando cuando estaba (poco tiempo) con amigos como Wael Farouq o cuando don Ambrogio vino a vernos. Ellos eran el recuerdo inevitable de mi historia. Cuando el corazón es sencillo y leal con su necesidad, reconoce inmediatamente aquello para lo que está hecho. No había nada dramático, mis amigos eran simpáticos, me divertía, íbamos juntos por Egipto, tenía incluso algún pretendiente... ¿por qué entonces no estaba contenta?
Yo ya había visto un modo de vivir, un modo de ser amigos diferente, más verdadero. Lo que me diferenciaba de ellos era sólo una cosa: el encuentro que he tenido. Un encuentro que no me he dado yo, ¡Otro me ha elegido! ¡A mí, y no a uno de mis amigos de la American University! Es una Gracia para mí, que me hace sentir indigna de tener algo tan grande entre las manos.
No es la primera vez que llego a conclusiones como éstas en mi vida, y esto hace que me dé cuenta mejor de cuánto me quiere el buen Dios, que me lo recuerda y es paciente. En otras palabras, me doy cuenta de que el único lugar donde se me ayuda a hacer memoria de esta pertenencia es aquí.
He vuelto llena de expectativas... Sabía que éste es el lugar donde por fin disfrutaría de un modo de estar juntos y de tratarse que es lo que me faltaba con mis amigos de El Cairo, pero no ha sido así. El peligro que yo veía en mis amigos era el de una compañía sin fundamento, un “hacerse compañía” donde lo que reinan son los “problemas del claustro”... Lejos por tanto de la radicalidad que buscaba. Necesito ayuda para mantener viva la respuesta a la pregunta «¿de Quién soy?». Yo ya he respondido a esta pregunta en mi vida por la historia que he encontrado, pero reconozco que necesito volver a responderla todos los días porque, cuando he estado sola unos meses, no era capaz de hacerlo. A veces pienso: si todos se fueran, ¿yo qué haría?, ¿qué me quedaría? En Egipto no he sido capaz de responder que permanecería en Cristo, a pesar de haber comprobado que al final es lo único que satisface mi corazón.
Así que he desafiado a mis amigos más queridos y veremos qué pasa. Verdaderamente, estoy empezando a vivir con la conciencia de que he sido elegida y, por tanto, las circunstancias que tengo delante son para mí.
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