Estamos ante la primera película que se acerca a la figura real de Fratel Biagio. Este italiano de 54 años, junto a su pequeña comunidad de consagrados y al salesiano Pino Vitrano, ha creado y dirige una obra de caridad –la misión Esperanza y Caridad– dirigida a los más excluidos de nuestra sociedad. En su ciudad de origen, Palermo, y en el resto de Sicilia, es considerado un santo que acompaña a los más pobres y desamparados.
La película homónima se sitúa en el momento en que Biagio Conte es un joven de 27 años. En el mes mayo de 1990 decide abandonar su casa de Palermo, sus amigos, sus comodidades y fiestas, y se marcha con lo puesto a vivir a los montes de la Madonia siciliana. «Lo tenía todo pero nunca estaba contento», declara de sí mismo. En esos bosques conseguirá trabajo de pastor, y comienza una vida pobre y ascética, de búsqueda de respuestas. Después de diversos e interesantes encuentros humanos descubrirá su camino vocacional en la persona de san Francisco, tras su fugaz estancia en el monasterio franciscano de San Bernardo de Corleone.
La película es el testimonio honesto y sincero de un proceso de conversión. El enigmático comienzo deja clara la intención pura y auténtica de este filme, que solo pretende reflejar una verdad, la verdad de una vida, de un hombre de carne y hueso, con nombre y apellidos, que busca sin coartadas ni componendas el sentido y misión de su vida, su vocación, el camino que Dios ha pensado para él.
Este respeto al personaje impone un uso transparente de la cámara, haciendo que el encuadre solo contenga el espíritu del personaje, el momento por el que pasa su alma. Así, el espectador comprueba cómo Biagio va creciendo como personaje a medida que avanza el metraje.
Ciertamente, el filme se toma muchas licencias en lo que a fidelidad biográfica se refiere. Tanto el director, Pasquale Scimeca, como el guionista y actor protagonista, Marcello Mazzarella, huyen de la hagiografía convencional y nos ofrecen una mirada muy personal y desnuda sobre el personaje.
Las siguientes declaraciones del director de la cinta, que se refiere a Biagio como «uno de los pocos hombres justos que habitan en el planeta», son muy iluminadoras: «Biago no quería que yo contara esta historia. En su corazón temía pecar de orgullo. Pero al final se convenció y me dijo: “Si Dios quiere que tú hagas esta película, hazla”. Yo, por desgracia, no tengo el don de la fe, pero una cosa sí que es cierta: los días que pasé en la misión en compañía de Biagio han cambiado mi vida». Un filme que merece la pena por dentro y por fuera.
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