Una pequeña iglesia parroquial en Saint-Etienne-du-Rouvray, un pueblo de la periferia de Rouen, en la Alta Normandía. Es un día laborable y la asistencia a la Misa de la mañana es escasa, tan sólo el anciano sacerdote, Jacques Hamel, y otras cuatro personas. Nadie podía imaginar que este lugar tranquilo se convirtiera en objetivo de los asesinos del Daesh. Habían matado ya en discotecas, supermercados, redacciones de periódico, en transportes públicos y hasta en un paseo marítimo. Sería ingenuo pensar que una iglesia podía estar libre de peligro. Dos “valientes” matarifes han asaltado un lugar indefenso por definición, mientras se celebraba la Eucaristía, el amor de los amores. Siguiendo el ritual diabólico de tantas veces, han degollado al sacerdote y casi consiguen repetir la hazaña con uno de los asistentes a la Misa.
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