«El terrorismo de estos años no es fruto del islam. Los nuevos terroristas son jóvenes nihilistas, privados de una cultura árabe o musulmana, y miran hacia la muerte, abrazando un misticismo destructivo. El islam como tal no tiene nada que ver». Es la provocadora tesis que Olivier Roy, orientalista y politólogo francés, ha expuesto en el Meeting de Rímini. Roy no solo ha analizado este fenómeno sino que también ha señalado “qué hacer”, contracorriente de lo que se está haciendo, por ejemplo, en Francia. «Para combatir el radicalismo hay que aceptar la legitimidad del hecho religioso en el espacio público en vez de buscar por todos los medios la manera de eliminarlo, como hacen en mi país».
Roy, autor de numerosas publicaciones sobre este tema, ha dicho que el 60% de los terroristas de los últimos veinte años es de segunda generación, «jóvenes que no han heredado una fe ni una cultura religiosa de sus padres, que han crecido unidos a subculturas occidentales, a las llamadas “culturas de calle”». Luego, de repente, han roto con su pasado, adhiriéndose al mismo tiempo a la religión y a la violencia. Piensan en el paraíso y quieren morir. Roy ha señalado el aumento del número de kamikazes y ha recordado al terrorista de Barcelona, que tenía cinturones explosivos falsos (para provocar la reacción de los agentes de policía) y que se reía mientras le disparaban. «Están fascinados por la muerte, que está en el centro de su proyecto terrorista. Saben que el Daesh acabará derrotado, pero su objetivo es la muerte y el paraíso». El politólogo ha explicado que estos jóvenes adoptan una construcción narrativa en la que existe un héroe solitario luchando contra el orden mundial. «Ninguno de ellos está integrado en las comunidades musulmanas locales, luchan por una abstracción universal, como hacían las Brigadas Rojas en Italia, que decían luchar por el poder de la clase obrera sin tener relación alguna ni con los trabajadores ni con los sindicatos».
Roy sostiene que la fuerza del Daesh radica en haber expresado esta construcción narrativa con dos registros. El primero es la reconstitución del califato; el otro es una estética de la violencia, que usa enormemente las redes sociales e internet para hacer propaganda y proselitismo. «La fascinación de la violencia es central en la estrategia del Daesh».
Este tipo de violencia es, según la tesis de este experto, fruto de la deculturación de lo religioso. «Los problemas surgen en todas las religiones cuando se pierde una herencia. De hecho, una cultura común lleva a compartir algo con los demás. De otro modo, vemos que uno se considera el absolutamente puro y quiere destruir al otro». Roy ha destacado la diferencia entre la inmigración marroquí y turca. Los primeros están ampliamente representados en todos los episodios de terrorismo, en cambio los turcos no superan el 2%. ¿Por qué? «Porque la falta de cultura es máxima en los marroquíes, donde lo más jóvenes ni siquiera hablan árabe, mientras que los turcos en Alemania conocen perfectamente la lengua de sus abuelos».
Respondiendo al público, el ponente ha dicho que la integración en Europa no se puede decir que haya fracasado, pues en Francia e Inglaterra existe una tercera generación que no está vinculada al terrorismo y existen también clases medias de origen musulmán. A la pregunta sobre si el islam es una religión con más riesgo de caer en el terrorismo, Roy ha respondido afirmativamente por dos factores: el contexto de Oriente Medio y los fenómenos migratorios que acentúan la crisis cultural.
Para terminar, Roy ha puesto en guardia frente a la estatalización de lo religioso, frente a la política que quiere organizar la vida religiosa, tanto en Europa como en los países árabes, en algunos de los cuales las predicaciones de los imanes las escriben funcionarios del gobierno. Él propone otro camino: un intercambio, una contaminación entre creyentes. Por ejemplo, ha sugerido la necesidad de favorecer encuentros en Europa entre islámicos y cristianos para confrontaciones filosóficas y religiosas, para poder influir en la formación de los imanes. El politólogo francés ha puesto un ejemplo concreto, un cura de una parroquia de Viena habitada por mayoría de musulmanes. El sacerdote estuvo en Turquía para recoger un diploma de teología islámica y al volver a Austria pidió, y obtuvo del gobierno y de su obispo, la posibilidad para todos los imanes turcos enviados desde Ankara de pasar un tiempo voluntario y gratuito de quince días en un convento franciscano del Tirol. «De este modo los imanes turcos se están dando cuenta de que en Austria existen cristianos con una vida espiritual muy rica, con los que les conviene e interesa confrontarse».
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