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Huellas N.9, Octubre 2002

PRIMER PLANO

Judíos y gentiles se sentarán juntos

Giancarlo Giojelli

Jerusalén: dos católicos invitados a la fiesta judía de las Tienas, para leer junto al rabino Israel, a Efraín y a Angélica la entrevista de don Giussani sobre el Misterio y la deseada unidad entre judíos y cristianos. Crónica de un encuentro increíble, pero real


La noche de Sukkot, la fiesta de las Tiendas que recuerda los 40 años que los judíos pasaron en el desierto antes de llegar a Mea Sharim, la tierra prometida, en un barrio ultra-ortodoxo de Jerusalén las calles se iluminan con miles de luces. En cada casa se prepara una sukkà, una cabaña, y las familias comen, beben y rezan juntas. Después se sale, se baila en las sinagogas y por la calle, y a última hora de la noche se vuelve a casa. Esta noche se duerme juntos en una tienda transformada en habitación: es la noche más hermosa y cálida del año; se percibe el hálito de Aquel cuyo nombre no puede escribirse, se advierte su amistad y la alianza, y se espera que el cumplimiento de la Promesa esté más cerca.

En las principales sinagogas bailan felices esos personajes que alguna vez vemos también en nuestras ciudades occidentales, vestidos de negros, con cabellos oscuros o anchas birretinas que recuerdan el origen lituano de la familia, con los tirabuzones que cuelgan a los lados de la cara.

Bailan felices y se sienten hermanos, unidos por Alguien que advierten cercano y poderoso y que pronto vendrá. Bailan felices en grandes círculos. En el centro, ancianos y jóvenes dibujan extrañas figuras y saltan haciendo piruetas, agilísimos; no lo dirías jamás viéndolos por las calles ocupados en sus discusiones teológicas. Los demás judíos ateos o poco ortodoxos, no quentan, son como el aire que se atraviesa, ni te cuento los goyim, los gentiles, los no judíos.

Al borde del precipicio
Entonces, ¿qué pintan dos goyim la noche de Mea Sharim bailando con ellos y filmando la fiesta? ¿Qué hace allí un matrimonio judío famoso en toda Israel hasta hace algún tiempo, aunque no aquí? ¿Y por qué los libros de Giussani están encima de la mesa junto a la Torah y al último número de Huellas? ¿Por qué a pocos kilómetros de distancia (aunque a años luz a causa de las barreras, la guerra y el abismo de la lengua y de la mentalidad) una palestina cristiana se prepara para un encuentro más increíble aún que éste al que asistimos esta noche?

Como en cualquier historia que se precie hay que retroceder unos pasos en el tiempo y en el espacio. En el tiempo, hasta hace cuatro años; en el espacio, hasta el desierto al sur del Mar Muerto. Aquel día, Efraín, judío ortodoxo desde hace varias generaciones, un gigante de rostro bondadoso, ojos azules y cabello rubio que recuerdan su origen canadiense, caminaba con su familia, su mujer, Ruth, sus diez hijos y unos amigos, por el borde de un precipicio. En un segundo, un pie pierde apoyo y Efraín se cae por el despeñadero. Se rompe una pierna, lo cual es un asunto serio cuando se pesa más de 150 kilos y ascender por una pared casi vertical se antoja una empresa imposible. Es el atardecer y el cielo rojo fuego no se muestra benigno. Los judíos se van a buscar ayuda, pero ya casi anochece y Efraín se está resignando a pasar la noche sólo en el fondo del barranco. Una noche fría en el desierto, en compañía de chacales y serpientes.

Unos goyim curiosísimos
La salvación adquiere formas inesperadas por estos lares y esa vez tuvo el rostro de Yehuda y Angélica. Él nació en un kibbutz, ella es judía romana. Están casados, tienen cuatro hijos y fueron líderes de un grupo juvenil sionista, pacifista, laico y de izquierdas. En definitiva, justo lo contrario de todo lo que Efraín consideraba sacrosanto. Pero Yehuda, que había combatido con las tropas especiales del ejército, estaba acostumbrado a las situaciones difíciles, como la vez que salvó con su destacamento a un grupo de niños judíos hostigados por milicianos palestinos. Al ver a Efraín, descendió a lo largo de treinta metros por el despeñadero con una cuerda de alpinismo y se cargó al gigante sobre sus espaldas llevándolo hasta lugar seguro. Efraín se quedó turbado al enterarse de que su salvador venía de uno de esos kibbutz laicos donde se susurraba que se podía comer incluso el conejo y, horror de los horrores, el cerdo... Pero cuando alguien te salva la piel debes al menos concederle el beneficio de la duda, de modo que invitó a los dos esposos a celebrar el Shabbat, el sábado, en su casa. Efraín es un tipo curioso y quiso volver a ver a menudo a esos amigos tan diferentes (pero que, de todas formas, no comían ni conejo ni cerdo). Tan diferentes que cuando se enteró de que dos goyim habían venido de Italia para realizar un reportaje televisivo sobre Angélica, que había encantado a centenares de personas en el Meeting, no le cupo la menor duda: debía conocer a esos curiosísimos gentiles. Así, Luigi Amicone y yo nos encontramos celebrando la Sukkà y regalándoles The Religious Sense. Durante la cena, Efraín dijo estremeciéndose: «El profeta Zacarías dice que cuando venga el Mesías todas las gentes subirán a Jerusalén a celebrar la fiesta de las cabañas y se sentarán juntos judíos y gentiles. Vuestra presencia aquí quiere decir algo».

El rabino Israel

Y así fue. Nos acompañó a la fiesta solemne y al gran baile al que pocos judíos no ortodoxos han asistido jamás, con que ¡figúrate unos goyim como nosotros! Pero Yehuda y Angélica habían rescatado a Efraín y nosotros éramos sus amigos; no importaba que fuésemos goyim (aunque a saber qué porquerías comeríamos normalmente). No importaba: éramos bienvenidos, nos estrecharon las manos y nos invitaron a bailar.

Después, el rabino Israel nos llamó aparte y habló con nosotros y Efraín,. SE conmovió cuando le leímos la entrevista a don Giussani publicada en Libero y reproducida en Huellas (septiembre 2002). Los ojos azules se iluminan escuchando frases como «el Ser es Misterio, Misterio existente... el Misterio que nos hace existir, que nos rodea, que suscita nuestras preguntas y nuestros deseos, y que se nos propone por todas partes, es Caridad. Dios se soporta por esto...». Se sobresalta ante la frase más inesperada: «Yo creo que, si no llega primero el fin del mundo, los cristianos y los judíos pueden llegar a ser una sola cosa en unos 60 ó 70 años». Angélica, que traduce al hebreo, contiene el aliento y abre la mirada en la noche de Mea Sharim. Y sigue hablando de sus amigos de Comunión y Liberación y nos pregunta cosas de don Giussani. Cuenta que al día siguiente tiene una cita con Samar, su amiga palestina que tiene un orfanato en Betania, y que van a ir juntas al Muro del Templo y después al Santo Sepulcro recorriendo la Vía Dolorosa.

Al día siguiente Samar se encontró también con Efraín delante del Muro, y el judío ortodoxo reunió a diez amigos para bendecir juntos a aquella mujer cristiana y árabe: «Sé que haces grandes cosas, - le dijo - sigue así».

El buen camino
Después, las dos mujeres cruzaron el barrio árabe hasta la iglesia del Sepulcro. A causa de la guerra no había turistas, sólo estában ellas delante de la Piedra donde fue depositado Jesús y que vio su Resurrección; subieron solas el calvario y llegaron delante del agujero donde estuvo clavada la cruz. Samar reza mientras Angélica tiene los ojos cada vez más abiertos como para abrazar con la mirada aquel misterio que está entrando en su vida, ya tan plena hasta ahora. El amor por Yehuda, por sus hijos, Gal (que acaba de enrolarse en el ejército), Yotam, Kfir, Or; el compromiso en el kibbutz, la educación de los jóvenes, la ayuda a los chicos víctimas del terrorismo, los niños que han perdido a sus padres en los atentados suicidas, los cursos de teatro, los alumnos árabes y judíos, el libro que acaba de escribir... Una vida tan fecunda a la que ahora se añade un nuevo encuentro. Pero estos nuevos amigos no le piden que añada nada, sólo abrazan con ella toda su vida.

Así, el rabino jefe de los ortodoxos ha querido conocer a Angélica, quien tenía una pregunta en el corazón: «¿Qué quiere decir todo esto para mí, qué me está diciendo el Señor?». «Sigue así», le dijo el Gran Rabino, «es el buen camino».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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