Tomados de algunas conversaciones de Luigi Giussani con los Memores Domini
La memoria es un acontecimiento que sucede ahora
Milán, 18 de marzo de 2001
El tema al que os habéis referido hoy es la memoria. La vida cristiana es memoria. La memoria es el órgano espiritual, sensitivo y espiritual, que capta este objeto con toda su fuerza. Porque, ¿qué sentido tiene la vida, qué sentido tendría mi vida en las condiciones tan limitadas en que me encuentro ahora, si no fuese memoria de Cristo?
Como ha dicho Mario, me parece, en su última intervención cuando ha leído esta frase: «Es un acontecimiento. Y también el cristianismo es un acontecimiento, pero no un acontecimiento que se ha cumplido, sino un acontecimiento que está sucediendo ahora» (cf. L. Giussani, «Acontecimiento es el Misterio que se impone», en Huellas n. 3 - 2001, editorial).
Un acontecimiento que está sucediendo ahora. Cuando el aburrimiento acecha o cuando lo que se desea no se puede mínimamente saborear o, lo que es más importante, ni siquiera se puede tocar un poco de lejos (aunque, esté justificado por la situación en la que me encuentro), el acontecimiento es algo que sucede ahora. El acontecimiento sucede ahora: entonces, también en mis jornadas, incluso en las más negras y nubladas, ¡es hermoso!
Por tanto, no hago una comparación abstracta; es una comparación muy concreta: la memoria es el órgano que ve las cosas verdaderamente, el órgano espiritual que sabe ver las cosas según su naturaleza real. La memoria es un acontecimiento que sucede ahora. En cualquier situación en la que nos encontremos, la memoria es un acontecimiento que sucede ahora, es parte del Acontecimiento, le pertenece. Y en esta pertenencia [al acontecimiento que sucede ahora] resulta afirmada y pertinente nuestra pertenencia al misterio de Dios, que es el Señor Jesús; la pertenencia a Jesús, porque Jesús es el hombre en el que Dios hizo confluir toda la fuerza infinita de su filiación misteriosa.
Os deseo, por tanto, que también en vosotros la memoria sea sostenida por una voluntad de participación, por un apasionado deseo de Jesús, por una entrega radical y entera al Misterio, al Misterio que Él ha venido a desvelarnos.
Sólo cabe decir que la casa es un lugar que se apoya por completo en la palabra ‘memoria’, ¡enteramente en la memoria! Todos los factores de una casa están determinados, son definidos por esta palabra: ‘memoria’. La casa es el lugar de la memoria. Lo es en cualquier estado o situación en el que lleguen a encontrarse nuestros días.
Os lo deseo de corazón. He hablado porque quería saludaros, pero con el deseo de contribuir de nuevo, aunque sea un poco, a la dulzura y la profundidad, a la perfección hacia la que debe tender toda nuestra vida.
Es mi deseo, el más fácil de expresar, incluso si no se expresa formalmente; os lo dirijo con el augurio de que vuestro esfuerzo (lo que os queda de fatiga humana) sea sostenido victoriosamente por la relación con el Señor, que no se ha cumplido todavía, sino que se está cumpliendo.
Todo esto ha de animar la vida de nuestra casa al igual que en una familia cualquiera. En una morada cualquiera la carne del hombre está empeñada y a la vez es el factor que la sostiene tanto en las fatigas y en el dolor, como en las alegrías.
Al escuchar vuestro canto, se ha renovado en mí esa particular solicitación que Dios me dirige en este tiempo. Dios me solicita - sí, digámoslo - a la memoria. Se llama ‘memoria’. Hay que probar lo que significa, hay que experimentarlo existencialmente, ¡experimentarlo personalmente! De tal modo que todo lo que hagamos manifieste Su señorío, todo lo que digamos se vea dominado por la memoria, tanto en su contenido como en su forma.
Os deseo que el Señor os acompañe a cada uno de vosotros para que entendáis lo que significa ‘memoria’, y os lo haga vivir precisamente al suscitar en vosotros todo su significado: ¡que podáis tocar esta palabra en toda su extensión!
Entonces comprenderéis que todos los gestos que realizamos, los días que vivimos y los años que transcurren, todo es grande - incluyendo cualquier relación de nuestro yo con lo que existe -: toda relación tiene una dimensión grandiosa, porque es obra de ese Creador que, dentro de la historia, es también Redentor.
Debemos rezar. Todos los santos que la Iglesia canoniza, los que se nos proponen o surgen a nuestro lado, son hombres que han alcanzado la plenitud de la vida, la plenitud de su mente y de su corazón humano. Y en esa plenitud, que puso a la vida el sello del cumplimiento, no se puede sobrellevar ningún silencio, ninguna hostilidad, ningún reclamo doloroso o ineptitud personal, en suma, ningún límite que nos oprima, si no percibimos la relación que tenemos con nuestra fuente, con nuestro nacimiento continuo de Aquel que es fuente y origen de nuestro vivir. O, dicho de manera más aguda y siempre misteriosa, sin que esta percepción se relacione con nuestra debilidad y poquedad. Es decir, cuando la gracia del Señor señala que el cumplimiento de nuestra vida viene de la existencia de Alguien que en todo momento recrea, de un Redentor.
Os deseo que en esta Semana Santa el Señor reavive la evidencia de su presencia dentro de nuestra misma experiencia: como Creador se esfumaría, si fuera en nuestra vida meramente el término de una pretensión; en cambio, Él es realmente “un acontecimiento” que lleva a cabo su designio sobre el mundo. Y, en este designio, el señorío del hombre se manifiesta por completo como oración.
Positividad de la vida y memoria
Milán, 10 junio de 2001
Siento robaros unos minutos pero quería antes de nada saludaros, pidiéndoos la caridad de que ofrezcáis algo - algo de lo que os cuesta - también por mí. Pero esto es obvio que ocurra ante otra tarea - la tarea de la vocación - que es más verdadera que la que vivimos ante un particular que, de algún modo, interese a nuestra vida. Esta tarea es que Cristo nos ha llamado y, si hemos dicho sí a Cristo, hemos dicho sí al sentido del mundo entero. E imitar a Cristo significa imitar a uno que ha vivido por amor al mundo.
En este sentido, se puede o se debe decir que nuestro actuar - en cuanto trata de hacer un juicio sobre lo que sucede o en cuanto trata de seguir con toda su frágil voluntad, a partir de la confianza misma que Dios le hizo probar con la decisión de seguirle -, debe regirse por una positividad ya que, siendo Cristo el objeto de cada una de nuestras acciones, cualquier relación que tengamos debe ser afrontada de manera positiva.
La positividad es la gran ley de quien tiene una razón de guía o de corrección, pero sobre todo de autoguía y autocorrección: en la medida en que vivimos la memoria de Cristo, esta se convierte en puerta abierta de par en par a lo positivo.
Y no es una dificultad menor entre las que vivimos, el hecho de la no inmediata tranquilidad en lo que hacemos, si la tranquilidad nace de un sentimiento, un temperamento, una falta de reflexión o por presunción.
Mientras que la positividad como criterio sobre todo lo que se lleva a cabo, normalmente - digo normalmente, al menos hasta cierto punto para aquellos periodos que Dios marca - es fuente de sacrificio; este afirmar todo partiendo de lo positivo es fuente de sacrificio, fuente de dolor, es el presentarse ante nuestra mirada de algo que implica una fatiga, de algo que nos depara el futuro, un futuro que en sus detalles, sea como sea, será fatigoso. Aferrar lo positivo en lo que hacemos o vemos que hacen los demás, o que sabemos hay en el mundo, exige una gran fe. Una gran fe, no una fe como ola que nace en el corazón, sino fe en el sentido más riguroso de la palabra.
Volveremos sobre ello. En los ejercicios de agosto volveremos sobre lo que hoy hemos dicho, porque se trata de una observación fundamental. Pero, mientras tanto, recordémonos que, dado que lo que he dicho sobre la fe es verdad, la cuestión se ve mejor - mejor que a partir de exámenes técnicos o comentarios fruto de nuestro ímpetu o de la fuerza de nuestros ojos - se ve mejor a partir de la memoria: es la memoria, la memoria vivida es lo que permite hallar respuesta a todos los problemas que habéis planteado (aunque, si estuviera allí, pediría a Carlo que volviera a decir lo que ha dicho. ¡Pero antes de agosto le veré!).
La fe en Cristo es sencilla, la fe en Cristo es sencilla en su planteamiento; por tanto razonable. Profundamente razonable y profundamente sencilla.
Os lo deseo a todos que la fe llegue hasta este punto de sencillez última. Y además, la fe cuando se vive según este orden de cosas ensancha el horizonte, nos impele hacia un horizonte total: es para todo el mundo; y todo el mundo es por tanto espacio para la intervención de Dios, espacio para entender la realidad como voluntad de Dios. Incluso si, por ejemplo, yo hoy debo aceptar, estos días debo aceptar esta voluntad de Dios ofreciéndole, ofreciéndole lo que me cuesta.
Pero la fatiga que me toca vivir no ve su significado último si no se ve iluminada por la memoria. Tenemos que reclamarnos a la memoria. Esta iluminará paulatinamente todos los momentos de nuestro tiempo y los espacios que utilizamos.
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