El pasado 29 de mayo murió a la edad de 73 años el padre Vinko Kobal, después de una larga enfermedad. Gran amigo del movimiento desde los años 60, fue una figura determinante para la Iglesia eslovena, sobre todo durante los años de la Guerra Fría. He aquí un testimonio en su memoria
Conocí al padre Vinko cuando era todavía universitario en unas jornadas de estudiantes de GS en la Católica de Milán, en 1965, y he sido su amigo hasta el día de su muerte. Había conocido el movimiento, que entonces se llamaba Gioventù Studentesca, a través de nuestro gran e inolvidable don Francesco Ricci. Ricci tejía entonces, en los años tremendos de la guerra fría, una red de relaciones sustancial y vital entre hombres y comunidades cristianas a un lado y otro del telón de acero. Una ingente cantidad de documentos y de testimonios pasaron de este modo a Occidente, a través de las páginas de Cseo-Documentazione y de una densa trama de encuentros “clandestinos”.
El padre Vinko fue siempre fiel a nuestra amistad, aunque para él suponía un elevado coste físico y económico: siempre venía a nuestros encuentros, de jóvenes o de sacerdotes, con algún amigo (un estudiante, un seminarista, un sacerdote...).
Y el Señor nos concedió estar siempre cerca de él, en los momentos más importantes de su vida, en el nacimiento y en el desarrollo de ese hermoso gran movimiento cristiano de Eslovenia que él había querido bautizar con el nombre discreto e intenso de “Pot”, es decir, “camino”. El padre Vinko invirtió muchas energías en el nacimiento y crecimiento de una amistad verdadera entre los sacerdotes: hace casi treinta años, en una casa de ejercicios improvisada (una casa colonial casi en ruinas) prediqué mis primeros ejercicios espirituales a sacerdotes, con el peligro amenazador y real en cada instante de ser descubiertos por la policía política del régimen comunista.
El padre Vinko generó un pueblo cristiano, lo educó en una profundidad de autoconciencia nueva y original y le dio una dignidad de “presencia” que sabía desafiar cotidianamente el rigor y la violencia del poder. El poder se vengó de mil formas, desde la marginación social a las presiones económicas, obligándole a vivir toda su vida en una situación de pobreza que solo nosotros, sus amigos, conocíamos, pero que se convertía en riqueza derrochada a manos llenas para la vida del movimiento. El poder trató de asesinarlo con un “accidente de coche” bien organizado, del que salió vivo aunque con las piernas destrozadas, lo que le hizo sufrir una larga convalecencia hospitalaria. Recuerdo todavía con conmoción haberle visitado en el horrible hospital en el que estaba. Aun dentro del dolor físico, su persona suponía una “presencia” imponente, generadora de benevolencia y de paz.
Padre del pueblo cristiano, ayudó a la generación y a la educación de laicos que empezaron por oponer una resistencia activa a la dictadura y que ahora ofrecen su contribución para una sociedad más libre, menos opresora del hombre y de sus derechos fundamentales.
Todo este pueblo, junto con sus amigos, procedentes de distintos países de Europa, se reunieron en torno a él para darle su último adiós. Estaban todos, desde un antiguo alumno suyo, ahora presidente de la Cámara de Diputados de Eslovenia, hasta las viejecillas de su última parroquia en una zona rural, que no podían contener las lágrimas. Damos gracias a Jesucristo por el don de este indefenso testigo suyo, que ha generado efectivamente huellas en la historia de la Iglesia y del mundo.
Él, amigo fiel de don Giussani y de nuestro pueblo, seguidor apasionado de los papas Pablo VI y Juan Pablo II, testigo de la verdad y de la caridad de Cristo, se convierte ahora en protector de nuestro camino cotidiano de fe, esperanza y caridad.
Proponemos algunos pasajes que escribió el padre Vinko recordando a don Francesco Ricci
Brezovica, Slovenija, 1965
En aquellos años no sabía qué hacer, como sacerdote, bajo un régimen comunista que trataba por todos los medios de hacernos comprender que los días estaban contados para la Iglesia. Muchas veces, en los extenuantes interrogatorios de la policía, me decían que ahora la Iglesia era inútil.
Me preguntaba dónde buscar una dirección clara y amplia para enfocar el trabajo de educación de los jóvenes católicos en Eslovenia. Había sido ordenado sacerdote hacía 14 años. El régimen comunista tenía unos fines muy precisos: destruir la herencia de la rica cultura cristiana de mi pueblo, destruir a la persona desde joven. La Iglesia con sus sacerdotes no podía hacer otra cosa que defenderse. Mi pequeña parroquia de Rocinj en la diócesis de Gorizia, que me había confiado el obispo, era en realidad para mí un lugar de partida para alcanzar a todos los jóvenes necesitados de una propuesta humanizadora.
En ese momento se produjo el encuentro con Francesco Ricci. En un claro del bosque cercano a Lubiana, en Brezovica, a las 4 de una calurosa tarde de agosto de 1965, me dio su mano generosa diciéndome: soy Francesco Ricci. Se la estreché y pronuncié mi nombre: Vinko. Desde aquel momento sentí, en este sacerdote hasta entonces desconocido, la presencia de un Hombre que mostraba una increíble capacidad de amistad.
Aquella tarde en el bosque de Brezovica, ante mi pregunta: «¿Cuál es el objetivo de vuestro viaje a Eslovenia?», respondió: «No hemos venido a visitar vuestro bonito país, ni a degustar la sabrosa carne de vuestros restaurantes; hemos venido a conocer a personas. ¡Esto es lo que nos interesa!». Puedo decir que después de veinticinco años de amistad este valor de la persona nunca fue olvidado o negado. Don Francesco llegó a ser un verdadero amigo para muchos de nuestros jóvenes sacerdotes. Su amplia visión de Europa le ayudó a comprender y respetar todas las entidades nacionales del Este europeo.
(tomado de Francesco Ricci, una passione cento passioni, p. 72)
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