Va al contenido

Huellas N.7, Julio/Agosto 2001

ONU

Los niños de la guerra

Marco Bardazzi y Andrea Costanzi

El 5 de junio se desarrolló en Nueva York el simposio promovido por la Misión permanente de la Santa Sede en la ONU, AVSI y el representante especial de las Naciones Unidas para la infancia y los conflictos armados. En primera línea, el mensaje del Papa y el testimonio de algunos ex “niños-soldado”

MARCO BARDAZZI

La bendición del Papa entra en una gran sala de conferencias de la ONU y se posa sobre los rostros hoy sonrientes de Jimmy, Mimosa, María y Agnes. Esos ojos, obligados en los últimos años a contemplar escenas que les han hecho crecer demasiado rápido, se dirigen ahora a un auditorio de 700 personas, entre las cuales se encuentran muchos protagonistas de la diplomacia internacional que han acudido para escuchar sus testimonios de “niños de la guerra”.
Al Palacio de cristal de Nueva York, empleado demasiado a menudo para interminables e inútiles discusiones sobre las grandes superestructuras, el 5 de junio le ha llegado una ocasión para darse un buen baño de realismo. Una provocación constructiva, resumida en el título del simposio promovido por la Misión permanente de la Santa Sede en la ONU y por AVSI, junto con la Oficina del representante especial de las Naciones Unidas para la infancia y los conflictos armados y la Path to Peace Foundation: “Los niños en los conflictos armados: una responsabilidad de todos”. Un tema de dolorosa actualidad en un mundo donde 300.000 niños se ven impelidos a combatir en 41 países.
Para reforzar el alcance del mensaje objeto de debate llegó una carta del Papa, precedida dos días antes por una bendición lanzada desde el Vaticano al término de la misa dominical. Juan Pablo II pidió en Roma «por los niños envueltos en conflictos armados de todo tipo, víctimas de una absurda violencia» y, a la vista del encuentro en las Naciones Unidas, invitó a toda la comunidad internacional «a acrecentar los esfuerzos para proteger y rehabilitar a quienes viven en tan dramáticas condiciones». El Papa retomó estas nociones en su mensaje especial a los participantes en el simposio, leído por el nuncio apostólico de la Santa Sede, el arzobispo Renato Martino: «La memoria de los niños que han sido asesinados - escribó entre otras cosas Juan Pablo II - y los sufrimientos continuos de tantos otros nos comprometen a no renunciar a ningún esfuerzo para llevar a término conflictos y guerras, y a hacer todo lo posible para ayudar a sus jóvenes víctimas a volver a una vida sana y digna».

Historia de Jimmy
Hay quien ha salido adelante, gracias al trabajo de AVSI y de las muchas realidades comprometidas en los países masacrados por los conflictos. A destacar, ante todo, la obra del padre Berton entre los niños de Sierra Leona. Jimmy Tamba es uno de ellos y habló al auditorio de embajadores, diplomáticos y miembros de las organizaciones internacionales, del largo camino que le ha llevado lejos de la guerrilla de su país, Sierra Leona. Con 13 años, fue raptado por las milicias cuando iba al colegio; durante tres años vivió en la selva y fue transformado en un soldado, mató y creció rodeado de la muerte. Ahora tiene 18 años y está marcado inevitablemente para siempre por aquella experiencia - que acabó cuando logró huir de un campamento de rebeldes -, pero está reuniendo todo lo bueno que hay en su joven vida para volver a empezar a partir de ahí. Y entre las cosas buenas está el encuentro con el padre Giuseppe Berton (cfr. Huellas, febrero 1999, p. 4 y ss.).
Junto con AVSI, el padre Berton está reconstruyendo un futuro para centenares de jóvenes. Pero, como buen misionero pragmático, cuando el moderador del debate en la ONU, el embajador francés Jean-David Levitte, le ofreció el micrófono, el padre Berton no se limitó a hacer un balance del trabajo realizado en estos años. «Estoy profundamente preocupado - dijo a los asistentes - porque hay necesidad de programas de largo alcance para los niños. Las intervenciones de emergencia son buenas, pero es preciso construir mirando lejos. La percepción del bien y del mal que tienen estos niños ha sido destruida, y necesitan un ambiente de paz donde ser ayudados».

Un reto abierto
Palabras que evocan las del Papa, quien ha hablado de un «reto que se plantea a los individuos y organizaciones, y en definitiva a toda la comunidad internacional»: ayudar a los niños a que lleguen a ser constructores de paz. Porque las guerras enseñan siempre una triste lección, que recordó en el simposio Olara Otunnu, el brazo derecho del secretario general de la ONU, Kofi Annan, delegada para la infancia y los conflictos armados: «Quien hoy ha sufrido abusos, mañana abusará, en un círculo de violencia continuo».
A no ser que encuentre en su camino a alguien capaz de abrazarle como persona y de compartir el desafío de su destino. Como ha sucedido, por ejemplo, con Mimosa Gojani, que contó en el Palacio de cristal su historia de adolescente marcada por los horrores de la guerra de Kosovo. «Cuando piensas en la guerra, piensas en algo malo, pero vivirla es mucho peor», dijo Mimosa, que quedó bloqueada en Prístina en medio de los serbios hostiles en los peores días de la guerra. Sin embargo, el mensaje que la adolescente kosovar ha dejado a los diplomáticos del mundo tiene la impronta del optimismo por el futuro, gracias a los encuentros de estos años - entre los cuales está su toma de contacto con los voluntarios de AVSI comprometidos en varios proyectos en Kosovo - «que me han dado los criterios para juzgar la realidad». Una experiencia no muy distinta de la de Agnes Lilian Ocitti (ver box).

Cita en septiembre
El simposio, que ha contado con la adhesión oficial de 30 misiones permanentes en la ONU (desde la de USA hasta la de Bangladesh), ha tenido lugar en un momento decisivo para el futuro de las políticas para la infancia. De las tres horas de debate, intercaladas con la proyección de un impresionante documental canadiense sobre los niños de la guerra y con la actuación de un gran coro de niños de la escuela Einstein, derivaron importantes indicaciones que tendrán enseguida un campo de pruebas. «En septiembre - recordó el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Harry Holkeri - comprobaremos lo que los líderes mundiales piensan hacer por los niños: la asamblea general especial dedicada a la infancia». En 1990 el World Summit sobre los niños señaló las líneas de acción del futuro y ahora, a 11 años de distancia, los líderes mundiales se reunirán en una sesión especial en la ONU, del 19 al 21 de septiembre, para valorar este decenio y ver qué queda por hacer.
El debate promovido por el nuncio y AVSI ha precedido en una semana al comienzo de los trabajos preparatorios para la asamblea de septiembre y ha sido una llamada de atención a la diplomacia internacional, poniéndola ante las historias de los niños y ante los testimonios de quienes trabajan “sobre el terreno”. Tal vez no es casual que la sesión de los trabajos preparatorios se haya abierto en los días sucesivos precisamente con una reprimenda a la comunidad diplomática internacional: la reina Rania, la joven y bella soberana palestina de Jordania, subió al podio de la Asamblea general y acusó a los países del mundo de hacer “muy, muy poco por los niños”, limitándose a meras “declaraciones de principio”, que rara vez vienen secundadas por los hechos.
Los hechos, en cambio, preceden casi siempre a las conversaciones entre quienes trabajan en África y en las demás zonas difíciles del mundo. El debate sobre los niños de la guerra, como ha subrayado el arzobispo Martino, ha sido una ocasión «para sacar a la luz algunas de las muchas iniciativas que la Iglesia y las diversas organizaciones religiosas realizan a favor de los niños golpeados por la guerra en todo el mundo. Me impresionó cuando Olara Otunnu me dijo, hace poco, que las primeras personas que suele encontrar cuando visita las zonas en guerra son religiosos: sacerdotes y monjas que se dedican a asistir a los niños víctimas del odio de los adultos y forzados a formar parte de conflictos que les privan de su libertad e inocencia».


Historia de Agnes

ANDREA COSTANZI

19 años, nativa de Kitgum en el norte de Uganda, pertenece a la tribu de los Acholi y es la quinta de dos hermanos y siete hermanas. Es una de la alumnas de sor Raquel (ver Huellas, marzo 1999, p. 16, “Los guerrilleros y las 139 chicas”) y está recorriendo el mundo para contar su historia: Nairobi, Pompei, Nueva York...

10 de octubre de 1996.Agnes es secuestrada junto con 138 compañeras por los rebeldes del Lord Resistance Army en el Colegio-residencia de St. Mary en Aboke. Con la bendición de sor Alba, directora de la escuela, sor Raquel Fassera y Bosco, dos profesores, siguieron las huellas del grupo y se arrodillaron ante al comandante de los rebeldes para implorar su liberación. Agnes estaba entre las 30 chicas que no fueron rescatadas. «Permanecí prisionera durante tres meses. Junto con otras compañeras me vi obligada a tomar parte en el asesinato de una chica que había tratado de escapar, apaleándola hasta morir. Después, los rebeldes cumplieron un rito propiciatorio, dibujando una cruz con las cenizas sobre nuestro corazón, la espalda y el costado».
Mientras estaba prisionera hubo un llamamiento del Papa. El comandante estaba furioso. «Nos preguntó por qué todo el mundo estaba hablando de las chicas de Aboke. ¿Creíamos que éramos distintas de otros prisioneros? Nos dijeron que éramos soldados y que debíamos olvidarnos de llegar a ser profesoras, médicos o cualquier otra cosa que tuviéramos en mente».
El día en que iba a ser deportada a Sudán, Agnes reunió el coraje necesario y logró escapar con una amiga. Pidió al ejército que la llevasen enseguida a Aboke, para abrazar a sor Raquel y sor Alba. Después regresó a Kitgum.
«Llegué a casa la tarde del 13 de enero de 1997. Mi madre no lograba articular palabra. Pensaba que su hija había muerto. No había palabras para expresar nuestros sentimientos».
Agnes decidió volver a estudiar a Aboke, a pesar de que muchas compañeras habían cambiado de colegio por motivos de seguridad. El colegio volvió a abrir sus puertas el 31 de marzo de 1997. «El colegio me gustaba y sabía que nos tratarían bien. Hay un ambiente muy acogedor».
En Aboke las puertas del convento están siempre abiertas para que los estudiantes puedan ver a las monjas en cualquier momento. «Sor Raquel y sor Alba nos piden todos los días que recemos juntos por el rescate de nuestras compañeras. Mi amiga Josephine escapó de Sudán en abril de 1997. En total, diez de nosotras han logrado volver».
Hoy Agnes es una chica plenamente recuperada, aunque hay una herida que sigue abierta... «A pesar del amor de mi familia y de las hermanas y la terapia de una psicóloga, me persigue desde hace tiempo la pesadilla del asesinato de aquella chica. No podía dejar de sentirme culpable, me consideraba una criminal, aún a sabiendas de que me habían obligado a hacer aquello y que no tenía alternativa. Compartir este drama me ha ayudado con el tiempo a recuperar la serenidad». Durante las vacaciones escolares, Agnes empezó a seguir los encuentros entre un grupo de voluntarios de AVSI y los estudiantes de la Kitgum High School. A su regreso a Aboke, conoció a algunos jóvenes de la comunidad de CL en Kampala que presentaban la exposición de GS sobre la libertad. «He encontrado una gran correspondencia entre lo que decían y mi experiencia». Las hermanas le animaron a leer Traces: en el St. Mary’s College hay siempre dos ejemplares en la biblioteca. Agnes decidió acudir a la escuela de comunidad con un gran deseo de ser ayudada a comprender mejor. En mayo participó con una veintena de coetáneos en las primeras vacaciones del CLU que tienen lugar en Uganda, con el tema de la paz. «Leyendo y meditando las palabras de don Giussani he empezado a entender que la paz no es sólo ausencia de guerra...».
Desde principios de este año Agnes trabaja para AVSI en un programa de sostenimiento psico-social a víctimas de la guerra, de secuestros y traumas, en el distrito de Kitgum. «Aunque se trata de un trabajo, el sostener a otras personas me está ayudando a compartir mi experiencia con quienes han sufrido como yo y con quienes aún están sufriendo». En septiembre Agnes empezará a asistir a la Facultad de Derecho, en la Universidad de Makerere en Kampala. Quiere ser abogado, ayudar a proteger a su gente. «Mi corazón tiene una exigencia de justicia que se manifiesta ante todo cuando recuerdo a mis veinte amigas que siguen en Sudán».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página