En el Happening de la CdO, en una soleada tarde milanesa Lerner y Cesana hablan de Abrahán, de pertenencia, pueblo y libertad. El misterio de una elección que ha dado comienzo a la historia
El calor de ese día en la baja Mesopotamia, en el valle del Éufrates que se extendía para desembocar en el mar, no debía de ser muy diferente. Los historiadores dicen que, más o menos, era el año 1850 a. C, es decir, hace 3850 años. Es probable que entonces el porcentaje de mosquitos no fuera inferior, vista la abundancia de agua y de material humano. Hoy la impresión es de gente que ha venido de toda Lombardía para un gigantesco fast food organizado por las familias de la Bassa milanesa. Los niños, ahora igual que entonces, son los que ya lo han entendido todo; y mientras los mayores oyen hablar de libertad, de generaciones próximas y futuras, de sangre y carne bendecidas, de promesas y de estrellas, ellos, con la boca manchada de helado, dejan de preguntar «¿cuándo acaba?» y se organizan, se buscan y se encuentran al toque de “gavettoni”. Ríen y gritan mientras el sol ilumina la tarde y se prolonga hacia el atardecer, más rojo y más cálido, cada vez más parecido al sol aquel, al de Ur, al sol inmenso de los desiertos orientales. Alrededor del estrado hay muchos jóvenes, y menos jóvenes, señores con grandes barrigas apenas contenidas en las camisetas de verano. Buscan un sentido a ese encuentro y a la paciencia de los jóvenes que, acalorados, escuchan atentos, a veces corriendo las sillas a la sombra porque el sol calienta de verdad. En definitiva, no es tan difícil entender que aquí, en el lugar donde nos damos cita, el Idroscalo, venimos todos de Ur de Caldea. Y nos parecemos un poco a aquel pueblo de nómadas, algo indisciplinado, sucio y sudado que atravesaba los polvorientos caminos que llevaban hacia el Norte, hacia la tierra de los cananeos. Entre ellos había uno, sólo uno, que sabía por qué caminaba hacia el Norte y tenía fe, sólo fe, en una increíble promesa. Y la diferencia entre él y los demás era que él sabía decir “yo” como ningún otro. Porque Alguien le había dicho “tú” y se lo había dicho de tal manera que no podía dejar de creer. Y creía que por él vendrían muchos otros capaces de decir “yo”. Y tal vez - es más, seguro - en ese firmamento estrellado, en esos granos de arena que nadie podía contar veía también los rostros de estas personas que hoy en el Idroscalo oyen hablar a un descendiente directo suyo, un periodista judío, nacido en Beirut, cerca de esa Tierra Prometida, donde ya entonces había navegantes valientes y también cerca de Byblos, donde se inventaba el arte de la escritura.
El periodista y el médico
Un periodista famoso, director de los servicios informativos de una televisión importante y comentarista de periódicos autorizados, que no esconde sus ideas, sino que las utiliza como punto de apoyo, porque para ver es necesario un punto de vista. Un periodista curioso al que le gusta recordar cuando era joven y discutía y se peleaba con esa gente extraña que en su escuela, el liceo Berchet de Milán, osaba mostrar su carisma asambleario y hablaba de Jesucristo cuando parecía verdaderamente poco oportuno y elegante. Pero de alguno de ellos se hizo amigo y sigue siéndolo, y ahora está aquí para hablar con la misma gente. Con idéntica curiosidad. Y junto a ese periodista, un médico de Brianza, tal vez con más cromosomas de los celtas que vivían en los bosques del valle del Po que de los habitantes de estas tierras. Un médico que también es curioso y que se plantea alguna pregunta más de lo habitual sobre su profesión, que tiene que ver directamente con la muerte y la vida de la gente. También él en la universidad conoció a esos extraños cristianos, los siguió y llegó a convertirse en uno de sus líderes, es decir, en uno de los que llevan el peso de recordar las estrellas que indican el camino y de marcar el camino del pueblo... ¡quién sabe si este esfuerzo no pesa algo más de lo que parece humanamente soportable!
Miran a los que tienen delante, curioso el periodista, apasionado el médico. Ante el tema del encuentro, Gad Lerner y Giancarlo Cesana tienen que dar un paso más en ese camino que Abrahán empezó aquel día, porque ambos, como todos los que están aquí, vienen de Ur de Caldea, por caminos, historias, aventuras y ocasiones diferentes. Con diferentes medios. Cesana recuerda enseguida que hay un hombre que nos ha mostrado este origen; recuerda cuando le preguntó a don Giussani en qué se diferenciaba, en medio de la gran confusión de la vida, la persona que había encontrado el Misterio de la que no lo había hecho. Y no era la suerte, entendida como dinero, salud o carrera, lo que marcaba el signo de la Gracia que elige. Don Giussani no había dudado al responder: «La diferencia está entre el “yo” y el “no yo”».
Descendencia infinita
De nuevo esas palabras, ese concepto de persona que mira las estrellas del cielo y los granos de arena y sabe que si los cuenta obtendrá el número de su infinita descendencia. De nuevo esas palabras que ponen al hombre en relación con el Infinito, con el Misterio. Y la confusión no es la última palabra sobre la vida. También Gad, cuando era joven, descubrió a don Giussani viendo a sus jóvenes en el Berchet; después lo conoció como periodista y ha aprendido a ver en los cristianos algo diferente de lo que esperaba, igual que es diferente e imposible encasillar en esquemas políticos y sociológicos al Papa polaco que se dirige a los judíos llamándoles hermanos mayores. Un Papa que ha realizado algo excepcional, el esfuerzo de un viaje a las raíces para reivindicar una pertenencia común. Así la Alianza con el pueblo vuelve a ser una promesa actual, tanto que - Gad lo sabe bien - el judío sigue siendo visto como una amenaza debido a esa pertenencia que remite únicamente a la Promesa. El médico cristiano y el periodista judío siguen adelante y llegan a ese punto donde se mide la historia; hay un punto en ese camino desde Ur que marca la diferencia. Un Dios que se hace hombre, impronunciable para el judío. Irrenunciable para el cristiano. La encarnación irrumpe como inimaginable cumplimiento de esa Promesa que Israel ha mantenido despierta. El pensamiento, la fantasía, la Gracia que había roto la idolatría hace suceder algo aún más inesperado. Y el camino que parte de Ur de Caldea encuentra gente que nunca habría imaginado estar aquí, convocada por ese hombre, Jesús de Nazaret. Es ya un milagro que se hable de esto, y no de otra cosa, al sol de esta tarde en el Idroscalo. Y los niños manchados de helado, que se buscan, ríen y juegan con el agua, forman parte de esta Gracia. A saber qué puesto tendrán los mosquitos en el paraíso.
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