El 23 de junio tuvieron lugar en Roma las ordenaciones sacerdotales de siete miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo. Uno de ellos relata el año transcurrido en Boston como profesor en un colegio, describiendo la relación con los alumnos y sus preguntas
JOSÉ MEDINA
Los bolígrafos y las aspirinas se han gastado. En el armario en el que se guardan las “provisiones” de la North Cambridge Catholic High School quedan solo algunas cucharillas de café. Hemos terminado hace poco de poner las notas y nos quedan ya pocas reuniones. Los chicos y chicas están de vacaciones. Es el final de un año académico, mi primer año como profesor en este pequeño colegio católico de Norteamérica. Andando por los pasillos, ahora desiertos y casi sin vida, una pregunta se abre camino entre mis pensamientos: «Pero, ¿qué hago aquí yo?». Es la pregunta que, más que ninguna otra, me ha asaltado durante este largo curso académico.
Hace dos años, paseando por el jardín de nuestro seminario en Roma, don Massimo Camisasca, superior de la Fraternidad San Carlos, me pidió que fuera a Estados Unidos: «Vete allí e intenta introducirte en el mundo de la enseñanza». De esta forma un año después, ordenado diácono, partí para EEUU y a los pocos días estaba ya dando clase de matemáticas, introducción a las ciencias, física y religión en un colegio de la diócesis de Boston. Se trata de un pequeño colegio frecuentado por cerca de 250 estudiantes de origen afroamericano e hispanoamericano, procedentes de familias de extracción modesta. Enseguida se me hizo evidente el único motivo por el que me encontraba allí: Otro me había enviado. No había elegido yo ni el puesto ni el tiempo de mi misión. Hoy, con la perspectiva del tiempo, puedo decir que no habría podido imaginar nada mejor para mí.
Desafío cotidiano
Los días en el colegio son verdaderamente intensos. Cada minuto sucede algo, y la enseñanza no admite pausa. O estás por entero, con toda tu humanidad y tu atención, o los chicos se pierden. Enseñar es algo hermoso. A veces los alumnos no tienen ganas de trabajar, pero otras están tan interesados en lo que tienes que contarles que te bombardean a preguntas, como si trataran de aferrar todos los detalles de tu vida sin pedirte permiso. La batalla de todos los días no es tanto la de mantenerlos en silencio o hacerles trabajar, sino la de apasionarlos por lo que enseñas, por la vida y por el sentido que ésta tiene.
Por eso me ha sorprendido mucho oírme hablar sin miedo de la felicidad, de la vida y de cualquier tema. «A ti te puedo preguntar cosas que no me atrevería a preguntar a ningún otro cura», me dijo un día uno de mis alumnos. Cada día he tratado de explicar que nosotros podemos amar sólo porque somos amados y que de otra manera no sería posible amar a nadie de forma verdadera. Cuando les hablo así pienso siempre en mi relación con Cristo que se concreta a través de la Fraternidad San Carlos y del movimiento: ¡qué verdad es que podemos amar y perdonar sólo si hemos experimentado ya cada día el amor y el perdón!
Un día, después de las clases, una chica llamada Janet me preguntó si era posible empezar en el colegio un grupo de preparación para la confirmación. Jackie, Andrè y yo cazamos al vuelo la sugerencia y empezamos la catequesis con veinte chavales. Después de dos semanas, Luisa planteó este desafío: «Puede ser que Dios tenga la respuesta a mi felicidad, pero Él no está aquí y por tanto no puede responderme». Desde entonces esta frase fue el corazón de nuestras reuniones. Pienso que en esta provocación radica el drama de la Iglesia hoy. Hay celebraciones, reuniones, pero a Cristo muchas veces no se le ve. Cristo suena como una palabra extraña; todos hablan de los pobres, de los buenos sentimientos, pero nadie habla de Él. Hacer presente a Cristo es lo que verdaderamente cuenta. Pero sin una experiencia cotidiana de Su amor y de Su compañía sería imposible. Cristo se me hace presente cada día a través de Antonio, el otro sacerdote que vive conmigo, y de los demás amigos del movimiento de Boston. De otra forma no podría hablar de Él, porque no sabría quién soy yo.
Las preguntas de Janet
Hace dos meses Janet, mientras esperaba a un amigo, empezó a contarme su vida. Después se decidió a escribirme cuatro preguntas en un papel. Decían más o menos lo siguiente: «El tiempo apremia. Todas las preguntas llevan al mismo punto. ¿Cómo es posible tener certeza sobre el futuro, estar seguro de que todo es para mi bien? ¿Cómo es posible que una amistad dure siempre? ¿Cómo es posible que exista algo que permanezca para siempre? Tú, ¿estás cierto con respecto al futuro, cierto de que todo será para un bien, de que las cosas importantes de la vida son para siempre?».
Sus preguntas giran siempre en torno a este problema. Todos desean encontrar a alguien del que puedan fiarse de verdad y llegar a tener certeza de ser queridos por lo que son, y serlo para siempre. Los miedos desaparecen sólo dentro de una experiencia de paternidad. Si no, la vida es una continua búsqueda de lo que puede ser bello, una búsqueda marcada por el miedo a que algo pueda hacerte daño. Algunos chicos están empezando a vivir esta experiencia: pienso en Alejandro, en Janet, o en Marisol. Ante a la insistencia de sus preguntas, y muchas veces ante la precariedad de mis respuestas apresuradas, pienso: «¿Qué tengo yo que pueda ser el objeto de su búsqueda?». Porque es evidente que la paternidad de la que hablaba antes o es real también para mí o si no yo soy también un soñador utópico como muchos de sus cantantes preferidos... Esta paternidad es posible porque Cristo está presente.
“Estrategias” escolares
Las reuniones de fin de curso de los profesores se han centrado en la búsqueda de las cosas que habrá que cambiar para que nuestros chicos aprendan mejor, para favorecer su aprendizaje. Las discusiones han sido muy vivas, fruto también de la relación de amistad entre nosotros, los profesores, y de la pasión que afortunadamente todos tienen por la enseñanza de los alumnos. «Desde el momento en el que ponen el pie en este edificio nos convertimos en padres y madres para ellos», decía Shannon, una de las profesoras. Y realmente somos para estos chicos padres y madres. Para muchos de ellos que no tienen casa, somos el único lugar seguro que tienen en su vida, rodeada con frecuencia de violencia y de odio.
Ahora el colegio ha terminado y dentro de pocos días volveré a Roma para recibir la tan esperada ordenación sacerdotal. El año que viene empezaré un Master en educación en Harvard. Una escuela nueva, esta vez una escuela pública, con nuevos rostros y nuevos desafíos. Hay un deseo que me abrasa en el corazón: poder trabajar en un lugar donde sea posible vivir la experiencia de vida que me ha traído hasta aquí. Una obra que pueda ser expresión de la fe de un pueblo. En medio de este torbellino de acontecimientos, me conmueve saber que Cristo elige el camino de la vida, y el que se confía a Él puede constatar que es un camino más bello y fascinante de lo que hubiera podido nunca imaginar. Aunque todavía veo sólo sus contornos, me doy cuenta de que lo estoy recorriendo todos los días.
Siete nuevos sacerdotes para la Fraternidad San Carlos Borromeo
Alessandro Camilli, Martino De Carli, Mario Grignani, Wojciech Janusiewicz, Silvano Lo Presti, José Medina y Giuseppe Tamborini son los siete miembros de la Fraternidad San Carlos que el pasado 23 de junio, en la basílica de Santa María la Mayor de Roma, recibieron la ordenación presbiteral del cardenal James Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos. El cardenal comenzaba así su homilía: «Queridos hermanos y hermanas. En nombre de la Iglesia doy las gracias a los padres y a todos los familiares por haber animado las vocaciones sacerdotales de estos hombres, como también doy las gracias a sus amigos y a todos los que han contribuido a su formación, en particular a la facultad y al personal de la Fraternidad de los Misioneros de San Carlos». «Dios os ha elegido como sacerdotes suyos “in principio” - añadió el cardenal Stafford - . En efecto, no podemos dejar de sorprendernos por el gran amor que Dios ha mostrado hacia cada uno de vosotros. Os conocía antes de que fueseis formados en el seno de vuestra madre. Os consagró antes de que nacieseis y os ha constituido sacerdotes para siempre ante todos los pueblos. Habéis descubierto vuestro “yo” humano a través de un diálogo ininterrumpido con Dios. “En el principio existía el Verbo”. Con el “nombre” con el que Dios se dirige hacia vosotros, cada uno de vosotros es distinto de cualquier otro ser humano. “El Señor me llamó en las entrañas maternas” (Is 49,1). Aquellos con los que formaréis la comunidad del presbiterado de Dios son los que son, y son esos porque también a ellos Dios les ha dirigido la palabra. Este diálogo personal entre la libertad divina y la libertad humana comenzó cuando, por primera vez, siendo niños, correspondisteis a la sonrisa de vuestra madre». Después concluyó: «Vosotros anunciáis el pasado y el futuro de Jesús. Cuando proclamáis este Misterio Su gloria llena el presente. Aquí reside la fuente de la tensión presente en los bautizados, tensión que se hace todavía mayor en los ordenados. Porque la forma interior del Sagrado Orden Sacerdotal es el Misterio Pascual, es la forma originaria de la Iglesia. Vosotros sois arrancados así de forma definitiva de cuanto era vuestro. Vuestra gloria no está en vosotros mismos, sino en el Misterio pascual en el que participáis. Y este Misterio es inexplicable. Es paradójico. Al proclamar un evento pasado y una esperanza futura, reconocéis que el presente es obra y auto testimonio de Aquél al que Jesús llamó el Consolador, el Espíritu de Santidad».
Estos siete nuevos sacerdotes desarrollarán ahora su propia misión en el mundo yendo a los distintos lugares a los que han sido destinados. Alessandro Camilli de Grosseto y Wojciech Janusiewicz de Szczecin (Polonia), irán a Fuenlabrada, población de la periferia de Madrid, en España. Allí, además de ayudar a los sacerdotes de la Fraternidad que ya están presentes en el trabajo de la parroquia, proseguirán sus estudios en la facultad teológica San Dámaso de Madrid. Silvano Lo Presti, de Turín, se unirá, como coadjutor parroquial, a don José María Calado Cortes y a don Francesco D’Erasmo, en la casa de la Fraternidad de Alverca, en las afueras de Lisboa, Portugal. José Medina, de Madrid, irá a Boston, en EEUU, en donde asistirá a un Master en Pedagogía en la universidad de Harvard. Martino De Carli, de Lodi, Mario Grignani, de Milán, y Giuseppe Tamborini, de Varese, permanecerán con distintas misiones en la sede de la Fraternidad en Roma. Martino proseguirá en su trabajo de secretario particular del Superior General de la Fraternidad; Mario continuará los estudios de especialización en Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia Gregoriana, y Giuseppe se encargará de la casa de la Acogida Internacional, adyacente a la casa de formación de la Fraternidad.
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