Muchas semillas esparcidas en el verde prado de América empiezan a dar fruto: pequeñas comunidades del movimiento nacen aquí y allá, de forma original, muy distintas entre ellas. Breve recorrido por Indiana, Missouri, Evansville, Raleigh y Houston en busca de algunas de estas historias
MARCO BARDAZZI
Un libro de algunas decenas de páginas aparece a la cabeza de las listas de ventas en EEUU. Se titula La oración de Jabez; el autor, un reverendo protestante de Atlanta, ha sacado a la luz un fragmento sepultado del libro de las Crónicas, un pasaje de cinco líneas en el que un pastor, Jabez precisamente, entona un himno al Señor pidiéndole que aumente sus propiedades, y es escuchado. Escasamente un par de pinceladas, un papel de comparsa en el gran guión bíblico. Sobre este desconocido el astuto reverendo ha construido una filosofía de vida, sugiriendo la oración de Jabez como solución a cualquier problema, como clave de lectura de cualquier suceso e incluso como estrategia de negocio (si pides a Dios ser más rico, el Altísimo te escuchará).
En pocos meses se han vendido más de cinco millones de ejemplares. Esto significa que millones de personas, encerradas en sus oficinas de Manhattan o en sus villas de California, meditan sobre la oración del pastor de Oriente Medio para tratar de hacer las cuentas con su propia vida. En una soledad espantosa.
Los libros de don Giussani no han vendido cinco millones de ejemplares en EEUU, por ahora. Un número muy inferior se ha distribuido entre el Atlántico y el Pacífico. Y sin embargo, cada uno de esos volúmenes, al igual que cada ejemplar de Traces, parece llevar consigo la semilla de una nueva amistad. Las semillas se están esparciendo y florecen. Y ninguno de ellos, tras haber experimentado una correspondencia, se conforma con vivir como los seguidores de Jabez.
«Tras el comienzo de la vida del movimiento en EEUU, ahora vemos lo que Dios obra más allá de cualquier previsión o estrategia», observaba recientemente Giorgio Vittadini, escuchando en una sala con vistas sobre los rascacielos de Nueva York las numerosas historias que relataban los amigos del movimiento venidos de todos los rincones del país.
Las huellas de CL se han diseminado en unas 60 ciudades de EEUU y han marcado la vida de personas de todo tipo, completa e increíblemente distintas entre ellas. «Gente que tiene en común únicamente a Cristo y a don Giussani», sintetiza Riro, que junto a Jonathan, Angelo y a otros amigos tiene la tarea de hacer un poco de abeja obrera, yendo de flor en flor para mantener el contacto en esta inmensa pradera.
Aquí referimos algunas historias recogidas aquí y allá, on the road.
La bibliotecaria de Indiana
Patti es una brillante tejana licenciada en derecho, que después de haber vivido y trabajado en Minnesota ha echado raíces en Indiana, en donde trabaja en la Universidad de Notre Dame, antigua y prestigiosa institución católica. No ha sido la fe lo que la ha ligado a este lugar, a la vista de sus orígenes metodistas, sino su trabajo de bibliotecaria. Una tarde Paolo, un amigo, le invita a escuela de comunidad. Ella no sabe de qué se trata, pero piensa que le gustaría ir. No lo consigue por diversos motivos, pero le queda un manifiesto con un nombre, Luigi Giussani. Como buena apasionada por los libros se conecta a Internet, entra en Amazon y teclea ese nombre para ver qué sucede. Aparecen varios títulos. Llena de curiosidad, a la luz de la propuesta recibida de su amigo, compra uno de esos libros, The Religious Sense. «Lo devoré en un fin de semana. Después leí todo lo que encontré sobre don Giussani - cuenta Patti -. Comprendí enseguida que aquellos libros me estaban hablando precisamente a mí».
El paso siguiente fue la escuela de comunidad. Hicieron falta pocas sesiones para confirmar la correspondencia que había experimentado y para llevarle a dar el paso de la conversión, desde el metodismo al catolicismo. «Al principio me impresionaron muchas cosas. Por ejemplo, escuchar hablar de esa forma de la Virgen. Para mí había sido siempre una presencia secundaria, una figura sin un significado especial, que resurgía cada Navidad».
En mayo Patti se entera de que los universitarios preparan unas vacaciones en la costa este. Se pone en camino sola; viaja durante 22 horas, durmiendo en el coche, y el día que comienzan las vacaciones está allí: «Hola, soy Patti, he venido para estar aquí con vosotros...». En junio, para los ejercicios en Washington, otras 11 horas de coche, para ver, junto a algunas decenas de amigos, las cintas de vídeo grabadas en un lugar muy lejano, Rímini. En la pantalla gigante, rostros desconocidos pero sorprendentemente familiares.
El cartero de Missouri
«Antes que nada, explicadme una cosa: ¿por qué en los libros y en Traces hay esta insistencia en el “yo”? ¿Qué es el “yo” y qué tiene que ver con mi persona?». Alvaro y Mark acaban de bajar del avión que les ha traído de Washington; están todavía en el aparcamiento del aeropuerto y ya Dale les descoloca con su sed de comprender. Les pilla un poco de sopetón, pero ya no se sorprenden como antes. Con Dale, cartero de Branson, Missouri, las sorpresas abundan. Estos dos son las primeras personas del movimiento que ve después de haber conocido la existencia de CL de forma rocambolesca. Como sucede siempre en EEUU, por otra parte.
Dale y Micki, su mujer, siempre estaban buscando una respuesta a la exigencia de felicidad que advertían dentro de sí. Un deseo a veces confuso, que les empujó a peregrinar desde el estado de Washington al de Missouri, en busca de una comunidad religiosa que más tarde se ha revelado lejana a sus expectativas de católicos neoconversos. Su familia vive en condiciones difíciles, con seis hijos que comparten la casa con perros y gatos, en una pequeña ciudad indiferente y a veces hostil, en medio del Bible-belt protestante. Branson, con 5.000 habitantes, es una especie de Las Vegas de tercera clase, célebre por sus musicales a bajo precio (sus teatros tienen más aforo que todo Broadway) y por los festivales veraniegos de cantantes semidesconocidos.
Dale y Micki viven como pueden, en una extraordinaria unidad familiar. Y no dejan de buscar. En su ansia de respuestas, Dale se conecta un día a Internet, entra en la web del Vaticano, en las páginas de L’Osservatore Romano, y lee un artículo sobre CL. Algo le conmueve. Empieza a investigar, encuentra el teléfono de la sede del movimiento en Nueva York y llama para pedir información. Recibe Traces y los libros de don Giussani y empieza a hacer escuela de comunidad en casa, con Micki y sus hijos mayores.
El deseo de saber cada vez más le lleva a realizar un golpe de mano: Dale el cartero será la primera persona, en todo EEUU, en tener en sus manos un ejemplar de ¿Por qué la Iglesia? en inglés. Mientras las sedes del movimiento en Nueva York y Washington esperan recibir el nuevo volumen, él llama al editor en Canadá y pide que le envíen uno, quemando a todos...
Cuando Alvaro y Mark bajan la escalerilla del avión, Dale tiene muchas preguntas que le rondan la cabeza y una gratitud llena de alegría por esos dos amigos, llegados a Branson tras 8 horas de viaje.
Evansville: en una pizzería
En una noche de finales del otoño de 2000 un coche se dirige hacia el sur por las carreteras de Indiana. Dentro, cinco personas, Mike, Philip, Cora, Sarah y Jason hablan, cantan, ríen y escuchan el CD de la Bay Ridge Band. De pronto una rueda se pincha y se ven obligados a pararse. Mientras cambian la rueda, se detiene junto a ellos un coche de la policía estatal de Indiana y un agente examina a ese quinteto que ríe y bromea con su rueda pinchada. «Borrachos», piensa. Pero ellos, intuyendo la perplejidad del agente, le dicen «Simplemente somos felices, hemos conocido a unos amigos....».
Los cinco de Evansville vuelven de South Bend, en donde han asistido a la presentación de The Religious Sense por parte de Monseñor Albacete y donde, sobre todo, han podido ver por vez primera rostros que sólo habían intuido a través de conversaciones telefónicas: Riro, Jonathan, Paolo, Mary. Ahora saben qué rostro tiene ese movimiento del que se “enamoraron” hace un año.
“Enamoramiento” es la única forma de describir lo que sucede en Evansville desde el otoño de 1999. Por aquel entonces Mike, dinámico responsable diocesano de la pastoral juvenil y animador de muchas realidades católicas, entró en una librería, Barnes&Noble, y se puso a curiosear entre las estanterías. Junto a los libros de Martin Lutero había un volumen que atrajo su atención, porque tenía en la portada un cuadro de Paul Klee, «uno de mis artistas favoritos». Aquel libro, The Religious Sense, trajo a su mente un encuentro “casual” en 1993, en Denver, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. En aquella ocasión Mike, que tenía 23 años y se acababa de casar con Mariah, se había quedado fascinado con el cardenal de Milán, Carlo María Martini, que hablaba con afecto de la experiencia de CL. Mike estaba lleno de curiosidad, pero no volvió a oír hablar del movimiento hasta aquel día en 1999. «Se había plantado una semilla», comenta hoy.
El libro de don Giussani le provoca enseguida. Estudia la historia del movimiento, empieza a utilizar el libro con fines didácticos y finalmente reúne a 25 amigos, jóvenes y adultos, en la Turoni’s Pizza de Main Street, y propone a todos la escuela de comunidad. No sabe muy bien cómo funciona, pero se lanza. Los amigos le siguen, «con el corazón encendido», como recuerda ahora Mike. Es el comienzo de la aventura. Lo que sucedió en Milán en los años 50 se repite aquí de la misma manera, en la frontera con Kentucky, a orillas del río Ohio.
La sala de espera del médico en Raleigh
Robert está sentado en la sala de espera de su médico, en Raleigh, la capital de Carolina del Norte. En la mesa hay revistas variadas, las típicas que se pueden encontrar en las salas de espera de todos los médicos del mundo. Pero una revista distinta de las demás atrae su atención. Se llama Traces, tiene una portada muy bonita, habla de “temas cristianos”. Le interesa, pues se dedica a la educación de adultos en la Diócesis de Raleigh, en donde los católicos son alrededor del 8% de la población en medio de una mayoría de protestantes. Ojeándola, llega a un texto de don Giussani.
«Me impresionó el lenguaje, la forma provocativa de hablar de la fe. Nunca había oído hablar del Acontecimiento cristiano como en esas páginas», recuerda Robert. «Pensé enseguida que tenía que saber más». Después de algunos e-mail a Nueva York, Robert tiene entre las manos más ejemplares de Traces y los libros de Giussani. «Buscaba desde hacía tiempo un método para enseñar que ayudase a la gente de cuya catequesis me ocupo en este periodo de desintegración. En aquellos textos estaba ese método. Hablé de esto a mi obispo, le dije que me había impresionado profundamente, que lo sentía como una nueva conversión».
En el mes de junio Robert coge el coche y atraviesa Carolina del Norte y Virginia para llegar a Washington y conocer a la gente del movimiento. Participa en los Ejercicios, come y bromea con sus nuevos amigos; después se despide de todos y vuelve a Raleigh. En cuanto llega le cuenta a su mujer todo lo que ha visto y oído, se sienta al ordenador y escribe un e-mail a un amigo de Nueva York: «Ahora puedo decir que Giussani es mi padre, porque pertenezco a sus hijos, su compañía. (...) Pensaba que sabía qué era el cristianismo, pero a través de los escritos de don Giussani estoy aprendiendo una novedad que va a las raíces más profundas de mi ser, una novedad que había casi olvidado y que seguramente había reducido. (...) Y lo que más me sorprende de todo es la conciencia de la responsabilidad de llegar a ser “padre” para los demás».
Queda por resolver un misterio que ni siquiera Robert sabe explicarse: cómo terminó aquel Traces en la consulta del médico de Raleigh.
Una barbacoa entre los cocodrilos
Los libros de don Giussani y los ejemplares de Traces pasan de mano en mano también en las praderas de las afueras de Houston, bajo la mirada somnolienta de los cocodrilos. La barbacoa durante el fin de semana en el parque de los cocodrilos - con los simpáticos animales que circulan, libres e impertérritos, a pocos metros - es uno de los momentos que afianzan la amistad en la comunidad “de frontera” de los tejanos del movimiento.
Entre chuletas y picantes productos tex-mex, florecen historias de adhesión gratuita a la experiencia de la comunidad, cada vez más numerosa, que gira en torno a Paolo y a Eduardo. Historias como la de Jay, un consultor de software de la vecina Luisiana, y de su mujer Stacy. Comenzaron un grupo en su parroquia proponiendo a todos el trabajo de escuela de comunidad con los libros de don Giussani, quizá todavía no muy seguros de lo que habían encontrado, pero con ese atrevimiento ingenuo que por estas latitudes no es extraño encontrar.
En las barbacoas en el parque, en casa de Paolo o en el rancho de Bandera que alberga unas vacaciones de verano al estilo “old West”, puede verse - como es habitual en EEUU - un pueblo que hace de la diversidad una de sus riquezas. Hay una pareja de episcopalianos, él geólogo y ella relaciones públicas, para la que la escuela de comunidad es el primer y verdadero gesto que sienten que hacen “juntos”. Hay también un teólogo y una ex locutora de Radio Vaticana, marido y mujer, que en los textos del movimiento y en los rostros de aquellos con los que los comparten encuentran acentos de verdad no disponibles en otros lugares. Está también un desterrado de Sudán al que la Agencia de la ONU para los refugiados, después de años en Egipto, ha trasladado a la otra parte del mundo, a Houston. Antes de dejar El Cairo, un sacerdote le dio el teléfono de algunos amigos, y su vida ha vuelto a empezar a partir de esa llamada.
Palabras y obras van a la par en Tejas. No es casualidad que haya quien se muda a apartamentos del centro para estar más cerca de los amigos. Y cuando, a mediados de junio, la tormenta tropical Allison arroja sobre Houston 90 centímetros cúbicos de agua e inunda la ciudad en un fin de semana, las puertas de casa se abren para acoger a los afectados por la furia del mal tiempo.
En el país de la libertad
De vacaciones con el melting pot de los universitarios norteamericanos en Lake Placid. El individualismo de la cultura americana cede ante el estupor por una novedad y una amistad conmovedoras.
GIOVANNI CESANA
En EEUU la gente lee Traces y nace el movimiento. Desde la sede de CL, en el centro de la City neoyorkina, cada mes parte la revista dirigida también a todos los obispos de Norteamérica. Circula por los estados y genera un pueblo: en el Medio Oeste, en Nebraska, en Indiana... En la universidad italiana muchas veces basta la sigla CL para abrir las jaulas del prejuicio. Riro dice que EEUU es como un adolescente en busca de algo. “The land of freedom”, el país de la libertad, un lugar en el que la policía no te puede parar por la carretera (a menos que, claro está, hayas cometido una infracción) porque vales más que el Estado, como me contaba una vez Albacete; pero en donde, si vas de excursión a la montaña con 50 personas no uniformadas como perfectos boy-scout te ponen una multa de 200$, porque solo se puede subir en grupos de 15 personas, distantes unos de otros una milla; y en donde si tocas la guitarra y cantas con tus amigos a las 11 de la noche en un college perdido en el norte del estado de Nueva York aparece la policía con sus luces rojas, blancas y azules. “The land of freedom”: existe una gran promesa sin un marco para crecer. La libertad se pierde en el individualismo. Resulta casi inconcebible que se pueda hacer una excursión con más de quince personas, que se pueda cantar por la noche con más de 30 amigos.
Los chicos que se reúnen en Lake Placid (al norte del estado de Nueva York) para las vacaciones del CLU pertenecen a este país. Algunos han crecido en Nueva York, otros en Oklahoma, otros en California, Philadelphia, Maine, Chicago, Boston, Indiana... Están juntos para formar lo que llaman el “melting pot”: una mezcolanza de orígenes, razas e historias. La mayoría de ellos vive circunstancias difíciles: desde el barrio en el que habitan o las familias en las que se han criado al hecho de que para ir a la universidad tengan que pagar 20.000$ al año. No hay ninguno que no trabaje desde los 17 años.
¿Qué darles?
«Si en EEUU leen Traces y nace el movimiento, entonces - me dije - voy a leerlo también yo». Siete horas de viaje de vuelta en avión son perfectas para hacerlo. Sobra incluso tiempo para ver una película y beber un Jack Daniel’s.
Hacía poco tiempo Giussani me había dicho que la única moralidad frente al Misterio es darlo todo. Yo sigo preguntándome qué significa esto. Y después, cuando nos dicen que hay que ofrecer, yo me pregunto: ¿ofrecer qué? ¿Ofrecer a Dios que tiene todo, que es todo en todo? ¿Qué ofrecerle? ¿El esfuerzo que hago cuando no me apetece hacer algo? ¿Qué tiene que ver Dios con mi esfuerzo, con mi alegría, con mi dolor, con el hecho de que las cosas vayan bien o mal? Lo único que el hombre puede ofrecer a Dios es la propia libertad, porque es lo único que Dios no posee todavía habiéndonos creado libres. Esto lo leí en Tracce aquella tarde; lo decía el custodio de la fe católica, el cardenal Joseph Ratzinger. Y yo creo que la última noche que pasamos en Lake Placid, cuando nos reunimos como las noches anteriores con los chicos a los que se les había encomendado una responsabilidad en la dirección, que estaban profundamente conmovidos por lo que habían visto en las vacaciones, ocurrió algo especial. Aquella noche, cuando Rich, uno de ellos, dijo que no entendía lo que estaba sucediendo, pero que lo único que podía hacer era ponerse de rodillas, dar gracias y preguntar: «Pero tú, ¿quién eres?», aquella noche Dios estaba contento, los ángeles estaban contentos y mi madre y Enzo estaban contentos.
Entre el hombre y el niño
«The things that I see make me laughing like a baby, make me crying like a man». Las cosas que veo me hacen reír como un niño, me hacen llorar como un hombre. Ray, rebautizado como “Maguila” por Vittadini, decía: «Sólo ahora comprendo el significado de esa canción. Hasta ayer mismo el niño era para mí el que lloraba, y el hombre el que debía reírse de la vida para ser hombre». En lo que he visto aquí me ha conmovido comprobar cómo vence Cristo al mundo, vence todas las dificultades familiares y las circunstancias feas de la vida, ha salvado realmente a estos amigos, incluso físicamente, hasta de la calle. Cristo me ha salvado a mí y esta es la verdad de mi vida; cada vez que estoy con ellos esto se vuelve a evidenciar.
Una última cosa. Un profesor me propuso ir a EEUU a estudiar y trabajar; de aquí podía nacer también la posibilidad de participar activamente en la vida del CLU americano. Debo decir que, después de seis años de medicina, un poco cansado del estudio y de todo, he empezado a gozar de lo que hago como no lo había hecho antes. Porque si la ocasión para participar del acontecimiento físico que ha marcado sus rostros es la medicina, y la condición es ser valiente, entonces yo estudio. Pero no supone una obligación moral, sino algo que he vuelto a descubrir y que me gusta. No me parece estar alienado si digo que estudio hoy para algo que se dará mañana. Esta es para mí la novedad, porque yo siempre he estudiado para algo que habría tenido que llegar (la nota), pero cuando iba bien y alcanzaba mi objetivo no siempre estaba satisfecho. En cambio, en este caso, aunque el proyecto de ir a EEUU se malograse pasado algún tiempo, estoy contento de hacer lo que hago hoy. Don Pino me dijo: «La fuerza de una tarea (que establece la diferencia entre el “yo” y el “no yo”, como nos explicaba mi padre en el último Equipe del CLU) no está tanto en el hecho de que alcanzaré algo mañana, sino en Aquel que te llama a esta tarea hoy». Y para los chicos americanos del CLU la novedad es precisamente esta: que Jonathan está con ellos, que se ha implicado con ellos en todo, desde el estudio hasta el juego, desde la preparación de los testimonios hasta los cantos... Es la experiencia de una paternidad, cosa que algunos experimentan quizá por primera vez en su vida.
Querido don Giussani:
Acabamos de regresar de las vacaciones del CLU de EEUU y te escribimos esta carta porque sabemos que quieres conocer la maravillosa experiencia que se nos ha dado, y nosotros también deseamos que la conozcas.
El curso que ha terminado ha sido duro para todos nosotros. Todo en nuestra compañía, desde el estudio a las relaciones personales, en casa y entre nosotros, ha sido muy difícil. En un momento determinado Jonathan, con otros adultos de la comunidad de Nueva York, intervino ante todos los que vivían esta dureza en la universidad reclamándonos a ser serios con el estudio. Algunos adultos nos ayudaban con los laboratorios, otros con las matemáticas, los Memores Domini abrieron su casa para que todas las tardes pudiésemos estudiar juntos. Este amor y esta atención nos han conmovido e impresionado, son una misericordia total hacia nosotros. Este ha sido el comienzo de un gran cambio en nosotros, que ha culminado en las vacaciones.
Siguiendo a Jonathan en este aspecto concreto de nuestra vida, el estudio, hemos empezado a tomar en serio todo lo que estaba ante nosotros y hemos afrontado las vacaciones llenos del deseo de que este acontecimiento, iniciado con la experiencia del estudio, pudiese continuar y crecer. Ciertamente ha continuado y ha crecido, más profundamente de lo que podíamos esperar, y las palabras no pueden hacer justicia al acontecimiento que han supuesto las vacaciones.
Lo que más nos ha impresionado ha sido la unidad que hemos vivido estos días, tan evidente porque seguíamos a Otro a través de Jonathan. Han nacido amistades nuevas, las antiguas se han regenerado y han crecido porque estaba clara la razón por la que convivíamos en estas vacaciones. Esta unidad era tan imponente que incluso Ani, una chica albanesa que estudia en Maryland y que estaba con nosotros por vez primera - muy impresionada, en particular por la amistad con Seb y con Rich - dijo en la asamblea final: «Yo vine a EEUU sola, pensando que era fuerte e independiente, que podía hacerlo todo con mis fuerzas. Ahora en cambio comprendo que no hay “yo” sin un pueblo. Cada persona que entra en mi vida me toca y hace que yo sea cada vez más yo. Durante la marcha que hicimos no sabía a dónde nos dirigíamos, no conocía a la gente muy bien, pero siguiendo los pasos de Rich delante de mí no me perdí en ningún momento y llegué a la cima de la montaña».
El otro gran paso que hemos dado ha sido el de decir “yo” frente a esta experiencia, convertirnos en protagonistas de lo que se nos ha dado y no sólo en espectadores, que es la diferencia entre ser niños y ser adultos. Y lo hemos hecho siguiendo a Jonathan y a Giovanni Cesana, que ha venido desde Italia para estar con nosotros en estas vacaciones. Él ha entrando profundamente en nuestra experiencia, reclamándonos a las cosas que podían hacernos felices. Este cambio se ha hecho muy visible en la forma en que Greg ha guiado los encuentros, Sean y Ray han preparado y dirigido los cantos, Rich los juegos, Stella la secretaría, Seb ha dado su testimonio y Thom ha organizado el servicio de orden.
La última noche estábamos todos conmovidos hasta las lágrimas por lo que estaba sucediendo, pero no eran lágrimas sentimentales, sino lágrimas de alegría provocadas por la conciencia de haber sido llamados, como Abrahán, a algo grande que es la esperanza de todo el mundo.
Llenos de certeza y gratitud por tu paternidad te damos gracias por tu “sí”, que hace posible nuestro “sí” 50 años después en los Estados Unidos de América.
Greg, Rich, Seb, Stella, Sean, Ray, Thom, Lorna, Billy, Simona y el resto del CLU
EEUU
Nueva York, 31 de mayo de 2001
P.S. Con todo nuestro afecto, no estaremos completamente contentos hasta que no vengas físicamente a EEUU.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón