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Huellas N.8, Septiembre 2000

LA THUILE

Pasión por la vida

Stanislaw Rylko

El testimonio de los mártires, extraordinario recurso espiritual para la Iglesia. La homilía del Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos, durante la Celebración eucarística en memoria del martirio de San Juan Bautista. La Thuile, 29 de agosto de 2000


Con ocasión del Gran Jubileo de la Encarnación, el Santo Padre ha vuelto a proponer a toda la Iglesia el tema del martirio. Una de las celebraciones jubilares más significativas ha sido precisamente la conmemoración de los testimonios de la fe del siglo XX en el Coliseo, el domingo 7 de mayo. El Papa nos ha recordado que la época de los mártires no acabó en un pasado remoto. Nos hemos dado cuenta con sorpresa de que el siglo XX no ha sido sólo el siglo de un vertiginoso progreso científico, técnico, social y económico, sino que ha sido también un siglo de violentas persecuciones contra los cristianos en todos los continentes, un siglo de mártires de la fe. No se trata sólo de casos aislados de martirio, sino de un fenómeno que ha implicado a pueblos enteros. Detrás de muchas persecuciones se encontraban ideologías ateas aberrantes y anticlericales, formas de idolatría al Estado y, a veces incluso, fanatismo religioso. El propio Santo Padre nos explica el significado más profundo de este fenómeno: «La memoria de los mártires es un signo perenne, pero hoy especialmente elocuente, de la verdad del amor cristiano. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando la vida por amor. El mártir, sobretodo en nuestros días, es el signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor» (Incarnationis mysterium, 13).
«La sangre de los mártires es semilla de confesores». La sangre de los mártires representa un inmenso tesoro para la Iglesia a las puertas del tercer milenio, un recurso espiritual que debemos aprender a utilizar. Todos estamos, de alguna manera, en deuda con los mártires - especialmente con los del siglo XX -. Su testimonio hasta el derramamiento de sangre es para nosotros una gran enseñanza e interpela nuestra manera de vivir la fe.
Los mártires, desde sus primeros discípulos, nos recuerdan que Cristo exige opciones radicales. Dice: «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mc 9, 50); «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14); «He venido a traer fuego a la tierra» (Lc 12, 49); «No he venido a traer paz, sino espada... » (Mt 10, 34). El mundo en el que vivimos busca de diferentes maneras de diluir nuestra identidad cristiana. ¡Hoy día muchos cristianos abandonan su fe y otros pretenden vivirla de forma parcial! Optan por un cristianismo edulcorado, fácil, dispuesto a cómodos acuerdos con la mentalidad moderna. En un clima marcado por tanta indiferencia religiosa y por el retorno agresivo del paganismo, los mártires de nuestro siglo tienen mucho que enseñarnos. Nos muestran que para ser cristianos hay que estar dispuestos a pagar un alto precio, hay que salir de la esclavitud de la mediocridad. Nos enseñan que para conseguir la perla preciosa del Reino de Dios hay que entregarlo todo. San Agustín, comentando las parábolas de la perla y del tesoro escondido, decía: «No importa lo que poseas; lo importante es que estés dispuesto a darlo todo». ¡Cuánta necesidad tenemos los cristianos de hoy , contagiados por el pensamiento débil, por la lógica del consumismo y del placer, del relativismo y de la indiferencia, de esta lección de los mártires! Recordar a los mártires es hacer un serio examen de conciencia sobre nuestra forma de vivir la fe, tanto a nivel personal como de nuestras comunidades cristianas.


La realidad del martirio en la vida de un cristiano no es, por tanto, una posibilidad remota o sólo teórica. Por el contrario, forma parte de la vocación cristiana que nace del Bautismo. El Papa escribe: «El creyente que se ha tomado en serio su propia vocación cristiana, dentro de la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya en la Revelación, no puede excluir esta perspectiva del horizonte de su vida. Los dos mil años del nacimiento de Cristo están marcados por el persistente testimonio de los mártires» (Incarnationis mysterium, 13).
Ante la frecuente difusión en la Iglesia de interpretaciones erróneas y simplistas de la enseñanza conciliar sobre la relación con el mundo (la famosa «apertura al mundo»), Hans Urs von Balthasar ha recordado las palabras de Cristo: «Un siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguían a vosotros...» (Jn 15, 20). Este es el dato de la Revelación que nadie puede cambiar o eliminar sin mutilar seriamente el Evangelio. Todo cristiano, bautizado en la muerte de Cristo (cf. Rm 6, 4), lleva consigo el germen del martirio, es decir, está llamado a vivir en su carne la pasión y la muerte de su Maestro para participar en su gloriosa Resurrección. La renovación de la Iglesia, en cualquier época, pasa por esta puerta.
En este contexto hay que recordar que los autores espirituales hablan también de «martirio incruento», es decir, sin derramamiento de sangre. El ejemplo más sublime de este martirio nos lo da María a los pies de la cruz de Cristo. Por eso la veneramos como Reina de los Mártires. Aún sin derramar su sangre todo cristiano esta llamado a vivir su fe de manera valerosa y perseverando y esto exige siempre mucho sacrificio. A veces, la vida cristiana se convierte en un verdadero martirio - lento y prolongado en el tiempo -. El martirio es, por tanto, una realidad muy concreta en la vida de todo bautizado.


Con ocasión del Gran Jubileo de la Encarnación la Iglesia hace memoria de los mártires. Nos invita a todos a confrontarnos con estos modelos extraordinarios de fe intrépida sellada con la sangre. Los mártires del siglo XX son una promesa, un motivo de esperanza para el siglo que empieza. En efecto, el Espíritu Santo suscita actualmente muchos cristianos y comunidades cristianas para los cuales Cristo es el verdadero centro de su vida y se esfuerzan por vivir el Evangelio de manera auténtica, radical, sin reservas y con un ardor misionero extraordinario. Pienso especialmente en los movimientos eclesiales, que el Papa no cesa de indicar como dones del Espíritu y esperanza para la Iglesia y para el mundo. Una de las grandes contribuciones de los movimientos a la vida de la Iglesia es precisamente la radicalidad de la fe vivida hasta el fondo. Describe el card. Joseph Ratzinger: «Tenemos necesidad de una especie revolución de la fe en un sentido múltiple. Ante todo, tenemos necesidad de recuperar el valor de ir en contra de las opiniones comunes. [...] Debemos tener el valor de ponernos en camino también contra lo que se considera “normal” para el hombre de finales del siglo XX y de volver a descubrir la sencillez de la fe» (cf. La sal de la tierra). Entre los primeros protagonistas de esa «revolución de la fe», se encuentran los movimientos eclesiales. El secreto de su atracción y de su gran impulso misionero consiste en vivir el Evangelio de manera integral. En nuestras sociedades democráticas, frente a tantas formas, a veces sofisticadas y sutiles, de discriminación religiosa e incluso de persecución más o menos manifiesta por parte de los poderes políticos o de los medios de comunicación, los movimientos ayudan a muchos hombres y mujeres, jóvenes y adultos, a ser coherentes y a no tener miedo de ser «signo de contradicción».
Os habló de estas cosas a vosotros, queridos amigos, que sois los responsables de vuestro movimiento en unos setenta países del mundo. Vosotros vivís cada día muchos de estos problemas. En medio de las diferentes culturas, tradiciones y condiciones de vida, el reto es siempre el mismo: comunicar el acontecimiento de Cristo y su «dulce presencia» a todas las personas que encontramos. Creo que la vida de los mártires de la fe constituye un punto de referencia esencial para la realización de esta tarea. Que las palabras que el Papa ha pronunciado en Tor Vergata parafraseando a santa Catalina de Siena os sirvan de guía en esta misión: «Si sois aquello que tenéis que ser, prenderéis fuego en todo el mundo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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