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Huellas N.8, Septiembre 2000

LA THUILE

El carisma es una historia

Jerry Mahon

750 responsables de setenta naciones se reúnen un año más para la Asamblea Internacional de CL con el lema «Unidad: ley del conocimiento». En estas páginas, algunos testimonios del mundo y la homilía de S.E. monseñor Rylko, Secretario del Pontificio Consejo para los laicos


ESTADOS UNIDOS
La vida de un grupo de sacerdotes en Minnesota. A través del testimonio de uno de ellos, descubrimos en el origen de su singular amistad la dilatación del rostro del movimiento


Durante un reciente encuentro del grupo de Fraternidad del Studium Christi en Rochester, algunos sacerdotes comentaban unas palabras de don Giussani con frases como: «En nuestro encuentro sucede algo que remueve mi vacío»; «estas palabras ponen la carne en el asador»; «esto es algo con una potencia tremenda»; «me gusta la profundidad con la que estamos juntos».
Mi implicación con el movimiento en los tres últimos años ha despertado de nuevo el don de verme sorprendido por el Espíritu Santo. El carisma de don Giussani crece cada vez más profundamente en mi vida. A veces me siento egoísta y querría sólo encontrar un lugar en el que estar tranquilo; otras veces me doy cuenta de que tengo que proponer con energía mi experiencia a los demás en vez de esperar el momento en el que estaré de verdad preparado para ello, y esto me sorprende todavía más. En los momentos de egoísmo me gustaría poder entregar una especie de “paquete completo” con una explicación del carisma y que todo termine ahí. Lo curioso es que esta actitud es justamente a la que me oponía cuando encontré el movimiento. Y resulta que sigo aferrado a ese viejo estilo de salir al paso con respuestas “ad hoc”, es decir del tipo “consigna del paquete”, en vez de dejarme provocar por su totalidad. Cuando me doy cuenta de hasta qué punto me encuentro todavía apegado a esa vieja actitud, me resulta clarísimo lo revolucionario que es el método de don Giussani. Para mí es el cambio, radical y que abarca todo, de ser llamado a volver al punto de partida, tal como Juan y Andrés conocieron a Cristo. Dos mil años más tarde puede percibirse como un método extraño o lejano, pero nosotros sabemos que ha sido el método del inicio y el espíritu revolucionario del carisma nos reclama a la que siempre ha sido “la Vía”.
Poco tiempo después de hablar de esto con Giorgio, un sacerdote amigo mío se me acercó diciéndome: «Tú has cambiado, y quisiera saber más acerca de ese grupo en el que estás». Empecé a contarle alguna cosa de mi encuentro y de mi adhesión al movimiento, pero se trataba de un anuncio muy light. Cuando nos veíamos solía hacerle partícipe de algún pensamiento de don Giussani y de mi vida con los Memores Domini, y él estaba cada vez más asombrado. Comenzó a pedirme más detalles y yo, lentamente y con cautela, le iba desvelando alguna cosa de mi experiencia, mezclando apología y prudencia.
Hay un grupo de seis sacerdotes con los que voy desde hace muchos años - con alguno hace veinte años - a esquiar a Colorado. Durante una de estas vacaciones, hace dos años, uno de ellos me pidió que le contara algo del movimiento. Yo le expliqué alguna cosa, pero una vez más no quise arriesgarme a abrirme del todo, y me limité a breves y ocasionales coloquios durante la semana. A lo largo del año no tuve otra ocasión para ver tanto tiempo a la mayoría de estos sacerdotes, de modo que al año siguiente, cuando nos fuimos de nuevo a esquiar, quiso saber más acerca del carisma. Durante la oración de la mañana y la celebración de la Eucaristía les hablé del reclamo de Giussani al hecho de que somos generados en todo momento por el Padre. Me quedé asombrado al ver en sus respuestas y en sus palabras cuánto apreciaban la enseñanza de Giussani y la atracción que ejercía sobre ellos el método.
Durante aquellos días de esquí, mientras andábamos por los montes, les hablé ampliamente de la llamada a una compañía como modalidad para ser generados y de la posibilidad que representaba para nosotros el crear un grupo de Studium Christi para conocer más a Giussani y el carisma. Su respuesta fue inmediatamente positiva y en su raíz estaba la siguiente consideración: «Vemos que tú eres distinto, que llevas un don en tu vida del cual queremos saber más». Me viene a la mente un Ángelus que rezamos en la cima de la montaña, mirando fijamente las cumbres y la naturaleza en torno a nosotros y recordando la mirada llena de maravilla de Giussani. Estaba claro que aquellos sacerdotes deseaban un significado y un fin más profundo para sus vidas, lo mismo que buscaba yo. Ellos hablaban de un deseo de mayor espiritualidad, que es una expresión habitual entre los americanos. Así ha comenzado nuestra compañía, para la gloria de Cristo.
Una decena de sacerdotes nos hemos comprometido a vernos una vez al mes, después de cenar, en St. John en Rochester. Nos vemos el domingo por la noche para cenar juntos, rezar vísperas y hablar de la Iglesia, del mundo y de lo que sucede en nuestra vida. A la mañana siguiente nos reunimos para la oración, una hora de silencio y un espacio para el estudio serio de Giussani.
Demasiadas veces, en el pasado, mi experiencia de los grupos de sacerdotes ha sido que nos perdíamos fácilmente en análisis o disquisiciones psicológicas. Ahora, sin embargo, cuando nos reunimos con el fin de comprender mejor unas palabras de Giussani, logramos llevar dentro de nuestra compañía la vida de cada uno y percibimos una dirección poderosa para nuestra vida. Comprendo cuán profundamente nos tocan las lecciones de Giussani y la llamada a vivir dentro de una compañía a partir de este lugar de pertenencia. El don de recordar nuestra pertenencia, dentro de una compañía, nos llama a ser re-creados. A menudo también los curas nos dejamos definir por nuestros errores, por nuestros límites, o por nuestras dificultades, y ello se ve cuando nuestra actitud está volcada en resolver los problemas o arreglar las circunstancias unos de otros. Por el contrario, en los encuentros del Studium Christi experimentamos la gracia de buscar juntos la relación con Cristo y ello permite la regeneración de los corazones. Es de veras un gran don no perdernos en nuestros errores y límites, sino reconocer que se nos llama a pertenecer a una compañía que es mucho más grande. Estoy aprendiendo muchísimo de los otros sacerdotes respecto al carisma. Lo que resulta revolucionario es que todos somos llamados juntos a partir de un encuentro, que está presente en nuestra carne y brota de nuestro corazón.
Uno de los participantes, el padre Joe, nos decía lo siguiente: «Leer juntos permite una extraordinaria profundidad en el compartir, la pertenencia recíproca se expresa en nuestra compañía. Nos reunimos a partir del hecho de que cada uno pertenece a Cristo, y así el Misterio se revela en nuestra interacción. Por lo que entiendo, me gusta mucho el modo en que Giussani usa la palabra “Misterio” para describir a Aquel que crea. Aquel que ha nacido, ha sufrido, ha muerto y resucitado, es a la vez el mismo “Misterio” que vive en todo ser humano».
Nos hemos seguido viendo durante más de un año y nuestra perspectiva se ha ido volviendo cada vez más clara, aunque la mayor parte de los sacerdotes conoce poco lo que es Comunión y Liberación en toda su complejidad. Hace unos días los Memores de Rochester nos invitaron a cenar a su casa y resultó una ocasión para conocer otro aspecto del movimiento; a los sacerdotes les impresionó vivamente el entusiasmo de los Memores y la unidad que se muestra en toda su evidencia cuando se está en su casa y se come con ellos: una unidad que nace de una pertenencia que no es artificiosa, sino sincera, real, natural. Es importante para mí dejar que el estupor generado por el Espíritu crezca, ahora que el carisma ha entrado en los corazones y en las mentes de estos amigos míos. Dios ha sido muy paciente conmigo, así como también los responsables del movimiento. Intento evitar arreglar y controlar el carisma, y trato de morir un poco para permitir a Dios que sea Dios y abrir el corazón para aprender de quienes han conocido el Misterio.
Otro sacerdote, el padre John, pastor en una ciudad cercana a Rochester, ha dicho refiriéndose al Studium Christi: «Hemos estudiado juntos El rostro del hombre y lo hemos encontrado una fuente continua de inspiración y de estímulo; nos ayuda a reconsiderar nuestra vida para que esté siempre unida a Cristo. La lectura del texto y la escucha de las intervenciones de cada uno han generado en mí una mayor capacidad de profundización; Giussani me da una mirada nueva para testimoniar mi vida de fe y la amistad de los sacerdotes es un sostenimiento real para mi ministerio cotidiano. Estoy lleno de gratitud por lo que aprendo en esta compañía».
Para mí es interesante experimentar el carisma dentro de un grupo de sacerdotes americanos; son abiertos y estoy de veras asombrado por la profundidad de su respuesta. Lo que leemos es más que un libro, más que una serie de conceptos elevados; vivimos un encuentro con un hombre que ha encontrado a Jesús y que desea ardientemente que otros Le conozcan concretamente. Nuestro corazón está atento dentro de una compañía que mantiene viva esta promesa.
Nuestro obispo, Bernard J. Harrington, mira con gran favor a nuestro grupo; al recibirnos, nos manifestaba su alegría de que estemos juntos, «porque es justo que los sacerdotes se acompañen unos a otros». Giorgio me ha animado con su amistad fiel y le estoy muy agradecido; esta es otra gracia que ha alcanzado a mi vida a través del carisma, una posibilidad que ni siquiera podía imaginar por un proyecto mío. Estoy dispuesto y atento para acoger cualquier otra sorpresa del Espíritu. Como ha sucedido recientemente, cuando me abordó un periodista que trabaja en el periódico de Rochester. No es un católico muy activo ni va con frecuencia a misa, pero comprendía que había algo que le faltaba en la vida desde su infancia y me dijo: «Yo estoy buscando una humanidad, porque creo más en la humanidad de Cristo que en los milagros». Le di tres números de Traces que tenía en la oficina y él se fue de vacaciones. A la vuelta, me ha dicho que quiere leer El Sentido Religioso y quiere comenzar a venir a Escuela de comunidad. Para mí éste es un modo nuevo de satisfacer a las necesidades de quien viene buscando con un corazón abierto. Otro ejemplo es el de un doctor de la clínica donde trabajo que vino a verme y me dijo: «Yo quiero crecer en mi vida espiritual. Tengo mucho éxito como médico pero me falta una vida espiritual». Entonces le di tres capítulos de El rostro del hombre. Tras leerlos me dijo: «Yo soy un hombre de éxito, pero lo que me falta es la humanidad. Siempre he buscado el éxito, pero lo que me faltaba era convertirme en una persona humana». La posibilidad de que él llegue a ser más humano es participar en nuestra historia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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