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Huellas N.13, Octubre 1988

Maestros

T.S. Eliot. La nueva casa que edificar

Michele Faldi

Existe sólo un camino para salvar la civilización, una sola posibilidad de que la nuestra no se convierta en una «tierra baldía», habitada por «hombres vacíos»: la presencia de la Iglesia. Éste es el mensaje fundamental que el poeta inglés, nada más convertirse, lanza a través de sus Coros de «La Piedra». En la construcción de esa nueva casa encuentra sentido la vida de cada uno y espacio la creatividad de todos.

«De todo lo que se hizo en el pasado, coméis el fruto, ya esté podrido o maduro.
Y la Iglesia debe estar siempre construyendo, y siempre derrumbándose, y siempre siendo restaurada. (...)
La Iglesia debe estar siempre construyendo, pues está siempre derrumbándose por dentro y es atacada por fuera. Pues ésta es la ley de la vida; y debéis recordar que mientras sea tiempo de prosperidad
La gente desantenderá el Templo, y en tiempo de adversidad lo menoscabarán.
¿Qué vida tenéis si no tenéis vida juntos?
No hay vida que no sea en comunidad, Ni comunidad que no se viva en alabanza a Dios. (...)
Mucho que derrumbar, mucho que construir, mucho que restaurar;
Que no se retarde el trabajo, que el tiempo y el brazo no se desaprovechen».
(T.S. Eliot; Coros de «La Piedra», II)

CADA CUAL A SU TRABAJO
En la vicisitud cultural de nuestro siglo, Thomas Stearns Eliot se distigue, no sólo por ser un gran artista, sino sobre todo por haber interpretado profundamente su pro­pia época y, al mismo tiempo, por haber lanzado proféticas miradas sobre el porve­nir humano.
Nacido el 26 de septiembre de 1888 en St. Louis, de una familia de antiguo origen inglés, el joven Thomas se formó en arte y en literatura en un ambiente cultural puri­tano. Estudió en Harvard; de allí a la Sor­bona de París, para pasar algunos años des­púes a Oxford.
Se establece definitivamente en Ingla­terra trabajando primero en un banco y des­pués en la casa editorial «Faber & Faber» di­rigendo hasta la Segunda Guerra Mundial la revista Criterion, primer periódico del mundo anglosajón en publicar sugerencias literarias de amplitud europea, hasta publi­car incluso a Proust, Valéry, Riviere y Maurras.
Son innumerables, y todos determinan­tes en su obra, las lecturas y los estudios ju­veniles: el simbolismo francés, mujeres y poetas metafísicos isabelinos, los trovado­res provenzales y poetas del «stil nuovo», pero sobre todo Dante y su amigo Ezra Pound, «el mejor inventor». En relación con esto declaró: «Ningún poeta, ningún ar­tista de cualquier arte tiene un significado completo en sí mismo: su significado, su va­lor, es el valor de su relación con los poetas y con los artistas muertos. Él no puede ser valorado en sí mismo, es necesario colocar­lo, en contraste y en confrontación, entre los muertos».
En los Coros de «La piedra» Eliot alcan­za -en su itinerario a través de La tierra baldía, Los hombres vacíos y Miércoles de Ceniza- meditaciones abismales sobre el hombre y sobre el mundo, sobre el Tiempo y sobre la Historia, casi gritando por la au­sencia de «ser», de bien; por esto y por la falta de significado, que se suavizarán, aun­que sin perder su lúcido dramatismo, con la conversión de Eliot al cristianismo.
La composición de los Coros se remonta a los primeros meses de 1934. La obra, con­cebida como una moderna representación sacra, dio al poeta la posibilidad de experi­mentar una nueva forma poética inusual en él. Eliot quiere inspirarse, «veterano» tras la experiencia de Miércoles de Ceniza -para cuya composición había tomando to­nos y cadencias de la liturgia y de la Bi­blia-, en los libros de Isaías y de Ezequiel, cuyos versos eran simples y dramáticos al mismo tiempo.
Los Coros fueron representados en el Sadler's Wells de Londres del 28 de mayo al 9 de junio de 1934 por un grupo de afi­cionados de diversas congregaciones parro­quiales londinenses. Por este motivo y por la novedad que representaba este trabajo con respecto a su precedente producción, Eliot estaba convencido de no tener éxito alguno.
La representación sacra, por el contra­rio, tuvo una enorme afluencia de público, incluso en los ambientes eclesiales se entu­siasmaron con la obra, hasta el punto de proponer al poeta otro trabajo teatral para el Festival de Canterbury del año siguiente; de esta propuesta surgirá Asesinato en la catedral.
Por otro lado el poeta fue violentamen­te criticado por muchos de sus amigos (en­tre ellos Virginia Woolf y Ezra Pound), en parte por lo poco trabajado de la obra y por el contenido de los Coros. De hecho, es en este trabajo donde emerge por primera vez de manera heroica la meta, el fin de la poe­sía eliotiana: la Iglesia como lugar de la Pre­sencia y conciencia de la Memoria.
Memoria y Presencia llenan y hacen re­vivir aquella Tierra baldía tan magistral­mente evocada por Eliot en 1922 y habita­da hasta entonces sólo por solitarios Hom­bres vacíos.
También la forma poética encuentra una nueva realización: nace el coro, forma de y para todos, participativa y vivida, tan genial y popular que en las primeras representa­ciones londinenses el público se unía al coro; es, por tanto, el primer paso que lle­vará al poeta a construir el coro Asesinato en la catedral, verdadero y acertado «trait d'unión» entre acción escénica y auditorio.
De los Coros de «La Piedra» surge la po­sición cultural y el juicio más agudo que un artista del novecientos haya dado sobre la Iglesia y sobre la sociedad moderna y sobre el intento de esta última de hacer o, por lo menos, de redimensionar a la primera. Es la gran frescura de la lucha cristiana por la vida, por la afirmación de la posibilidad de existir para los cristianos en un mundo que está cansado de cristianos.
El cuadro que resulta es profético: toda la condición humana es descrita, evocada y prefigurada; la relación entre los hombres y su falta de sentido, de nexos; el voluntarismo ético y el ateísmo práctico que deno­ta nuestra época histórica; la eterna volun­tad de construcción y la inevitable frustra­ción de los resultados; el trabajo, la educa­ción, la política y sus contrafiguras inhuma­nas: el activismo, la ideología, el poder.
Es la novedad de la cuestión fundamen­tal de nuestro siglo, «edad que avanza pro­gresivamente hacia atrás»: «¿Ha fallado la Iglesia a la humanidad, o ha fallado la hu­manidad a la Iglesia?».
El tono es didáctico: es un fuerte recla­mo a darse cuenta de la realidad que rodea al hombre del momento histórico que la hu­manidad está atravesando, y se señala la po­sibilidad de un camino a recorrer, de una obra que comenzar porque «Sin dilación, sin prisa / Construiremos el comienzo y el fin de esta calle. / Construimos el significado: / Una Iglesia para todos/ Y un puesto para cada uno / Cada cual a su trabajo».
Eliot formula una gran denuncia: todo el peso de la historia, el propio peso y el he­redado, depende de los hombres, les opri­me y les cansa; la Iglesia está investida de escepticismo, de materialismo, de un sutil espíritu laicista.
Allí donde la Iglesia es rechazada o pe­netrada por el mal del siglo, lo humano se empequeñece y la vida se hace imposible. La Iglesia recuerda a los hombres «la Vida y la Muerte, y todo aquello que ellos querrían olvidar. Ella es tierna cuando ellos quieren ser duros, y dura cuando a ellos les gusta ser blandos»: por esto es perseguida.
En el primer coro el poeta recuerda cuál es la realidad del mundo y de la hisoria: la eterna lucha entre el Bien y el Mal se plan­tea como inevitable incluso en estos años y los hombres no pueden dejar de participar, bajo pena de una vida incompleta e im­perfecta.
Y aquí comienza el segundo coro, que queremos comentar más analíticamente.
«Así se hizo a vuestros padres». Todo aquello que ha sido hecho antes de ahora, todo aquello que los padres han construido es un patrimonio heredado que los hombres deberán llevar sobre sus espaldas; es lo que hace falta para continuar la lucha.
«Con vuestro edificio mal ajustado de montaje». Con demasiada facilidad y dema­siado deprisa los hombres han olvidado su origen, la historia a la que pertenecen, in­tentando caminar por sí solos y sin dejar huella alguna. La construcción humana es imperfecta porque los constructores han ol­vidado la piedra angular sobre la que edifi­car: Cristo. Es clarísima la acusación que lanza Eliot a tantos, demasiados, cristianos que han perdido el sentido de su propio obrar: incluso su quehacer es en último ex­tremo desesperado y no ofrece al mundo ninguna huella humanamente significativa.
«Nuestra ciudadanía está en el Cielo. Sí, pero ése es el modelo y el tipo para vuestra ciudadanía en la tierra». No hacen falta nue­vas teorías sociológicamente exactas, políti­camente resolutivas, no sirven aspiraciones programáticas, agudas tal vez, pero abstrac­tas. No hacen falta porque no bastan, no agotan el fin para el que han sido for­muladas.
El poeta invita a la humanidad a con­templar aquello que el Espíritu ha ayudado a completar a lo largo de los siglos: si la nueva ciudadanía no es construida por los hombres sobre la tierra no será poseída por ellos en el Cielo. Es el momento de la ac­ción, de la obra que permita vencer esta terrible lucha: la ley de la vida está en acto también hoy; la Iglesia es atacada desde fue­ra y amenazada incluso desde dentro.
Hoy son necesarios, como lo fueron en el pasado, hombres, no fantasmas desespe­rados; un pueblo, no individuos desper­digados.
«¿Qué vida tenéis si no tenéis vida jun­tos?» He aquí la tarea que especifica Eliot para el hombre de esta época para hacer po­sible el comienzo de una nueva restauración de lo humano.
Para el poeta sólo hay una posibilidad, una única respuesta para la sociedad y el mundo: la construcción de una humanidad nueva, la constitución de la unidad en Cris­to y en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo encarnado.
Esto es lo único que se opone a la des­trucción de lo humano y a la disolución de cuanto el hombre crea, impide la dispersión, combate la indiferencia que parece caracte­rizar a cada día, la civilización y la historia de nuestro siglo.
La tarea es ardua, el trabajo no breve, la responsabilidad del hombre grande, pero la misión es fascinante y así «el tiempo y el brazo» no son inútiles.
La defensa de lo humano y la renovación de la civilización pueden todavía acontecer.

BIBLIOGRAFÍA
Poesía
Prufock y otras observaciones.
Poesías (1920).
La tierra baldía.
Los hombres vacíos.
Miércoles de Ceniza.
Poemas de Ariel.
Poemas inacabados.
Coriolano.
Poesías menores.
Coros de «La Piedra».
Cuatro cuartetos.
Versos de ocasión.

Teatro
Asesinato en la catedral
La reunión familiar.
Cocktail Party.
El camarero confidencial.
El anciano hombre de Estado.

Crítica literaria
El madero sagrado.
Shakespeare y el estoicismo de Séneca.
Dante.
El uso de la poesía y el uso de la crítica.
Sobre la poesía y los poetas.
lntroducción a James Joyce.
Ezra Pound: Su métrica y su poesía.

Crítica social
La idea de una sociedad cristiana.
Notas para la definición de la cultura.
Cristianismo y cultura.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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