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Huellas N.1, Enero 2000

ISLAM

El difícil camino de la reconciliación

Rodolfo Casadei

La valiente iniciativa del presidente argelino para detener los estragos de los fundamentalistas islámicos y devolver al país una convivencia pacífica. El testimonio hasta el martirio de la Iglesia, un “pequeño resto”de apenas tres mil fieles


Entrevistado el mes pasado mientras estaba de visita en Roma, el presidente argelino Abdelaziz Bouteflika se declaró dispuesto a «militar entre los que apoyen la canonización del cardenal Duval», el que fue arzobispo de Argel durante los sangrientos años de la guerra de Argelia (1954-62). Los que han olvidado o no han conocido nunca la historia de la Argelia moderna pueden sorprenderse ante la afirmación del jefe de Estado de un país musulmán al 99%, pero no quienes recuerdan la figura de León Etienne Duval, primado católico de la Argelia francesa, que se puso de parte del pueblo argelino en los años de la guerra de independencia, organizó la ayuda humanitaria y denunció la represión y las torturas realizadas por los colonizadores. Su actuación fue aprobada por la Santa Sede, que en 1965 le hizo cardenal. Después de la proclamación de la independencia de Argelia, que se cobró doscientos cincuenta mil muertos, casi todos indígenas, el pueblo cristiano de Argelia, constituido casi en su totalidad por los 800 mil franceses que desde 1830 se habían asentado en esa orilla del Mediterráneo, se desvaneció como la nieve al sol: el 90% emigró a Francia en un solo año; los demás, en el decenio siguiente. Duval, en cambio, se quedó y con él la mitad de los sacerdotes y dos tercios de las religiosas. Pero como premio la Iglesia Católica no recibió mucho: el cardenal obtuvo la nacionalidad argelina y los edificios de la Iglesia y la estructura jerárquica fueron respetados. Pero la Constitución proclamó al Islam religión del Estado, con todo lo que esto supone en cuanto a limitación de la libertad religiosa; las escuelas y los hospitales católicos fueron nacionalizados y a los no musulmanes se les concedió con cuentagotas la nacionalidad argelina. Una “víctima” de este sistema fue, por ejemplo, monseñor Pierre Claverie, obispo de Orán, asesinado con una bomba junto a su chófer musulmán por los extremistas islámicos la noche del 1 al 2 de agosto de 1996. Aunque había nacido en tierra argelina, Claverie, de familia francesa, pedía inútilmente la nacionalidad al país desde 1980. «En la Argelia contemporánea - escribía el obispo poco antes de morir - la religión está profundamente vinculada a la nacionalidad: ser argelino y ser musulmán es lo mismo. Aceptan que los extranjeros europeos o de otras partes sean argelinos, pero de una forma un poco especial: no se es completamente argelino, si no se es verdaderamente musulmán».

3000 entre 30 millones
A pesar de su valiente opción durante la guerra de independencia, la Iglesia se ha considerado siempre como un cuerpo extraño, un resto de la colonización. A pesar de la estima del gobierno y de la población musulmana, beneficiada por las actividades sociales y la capacidad profesional del clero y de unos pocos laicos, en Argelia nunca ha habido diálogo islámo-cristiano, y hasta 1996, fecha del viaje del Papa a Túnez, los medios de comunicación locales han ignorado siempre, por mandato oficial, las estancias de Juan Pablo II en Africa. Argelia ha terminado por convertirse en el país del norte de Africa con menor número de católicos: apenas tres mil en una población de casi 30 millones de habitantes, más una presencia constante de 20-25 mil católicos extranjeros, la mayoría estudiantes, trabajadores y diplomáticos. Los sacerdotes son un centenar en total, las religiosas menos de 200.
En los años 90 la situación, con la explosión del extremismo islámico, se ha vuelto trágica: en tres años, entre 1994 y 1996, han sido asesinadas 19 personas entre sacerdotes, religiosas y monjes cristianos, incluido el obispo de Orán. Los terroristas no han dudado en alzar su mano asesina contra mujeres (6 religiosas asesinadas y una herida) y pacíficos monjes (los siete monjes trapenses de Tibehirine degollados después de permanecer secuestrados durante un mes). Para entender la mentalidad de los asesinos, basta leer el texto de la reivindicación de la primera agresión, que se cobró dos víctimas: «En el contexto de su política de eliminación de los judíos y de los cristianos de la tierra del Islam en Argelia, un comando del principal grupo terrorista argelino ha tendido con éxito una emboscada durante la cual han sido asesinados dos cruzados que habían denunciado durante muchos años la corrupción en Argelia. Inmediatamente todas las comunidades de infieles se han apresurado a condenar el atentado. El primero en hacerlo ha sido el odioso cruzado que dirige el Vaticano».

Nuevas posibilidades de diálogo
Pero antes que una guerra de los islamistas radicales contra judíos y cristianos, manipulada por el poder militar (después de que se anularan las elecciones de 1991 y se disolviera su partido, el Frente de Salvación Islámico, FIS), es una guerra de algunos musulmanes, que se consideran en posesión de la correcta interpretación del Islam, contra otros, juzgados por ellos como herejes. En esta guerra han perdido la vida cien mil personas. Y sin embargo, Henry Teissier, arzobispo de Argel, advierte un valor providencial en lo que está sucediendo: «Hoy, la lectura del Islam que realizan los extremistas lleva hasta sus últimas consecuencias algunas posiciones existentes en la tradición. Por eso, los musulmanes que rechazan el extremismo son invitados necesariamente a hacer una nueva lectura de su tradición. De esta forma, la crisis hace que la relación islámo-cristiana no consista ya en una oposición que sitúa a cristianos y musulmanes en campos enfrentados. Porque muchos musulmanes se sienten de parte de los cristianos. Los unos y los otros toman juntos conciencia de la amenaza que pesa sobre la dignidad del hombre, sobre el respeto a la mujer, sobre la libertad de las comunidades humanas y sobre la religión, el sentido de Dios y la promoción de los verdaderos valores espirituales».
Ciertamente la tragedia ha hecho emerger la grandeza humana de algunos cristianos y musulmanes. El testimonio del padre Christian, el prior de Tibehirine, deja sin aliento. Presagiando lo que iba suceder, había escrito en su testamento espiritual, mucho antes del secuestro: «Querría, cuando llegue el momento, estar suficientemente lúcido para solicitar el perdón de Dios y el de mis hermanos, los hombres, y perdonar yo mismo de corazón a quien me hiera... No me gustaría que este pueblo al que amo sea acusado indistintamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto por lo que tal vez llamen la “gracia del martirio”... Y también tú, amigo del último instante, que no sabrás lo que haces, también a ti te quiero decir “gracias” y este “adios” que tú has querido. Espero que se nos conceda encontrarnos de nuevo, ladrones llenos de alegría, en el Paraíso si quiere Dios, Padre nuestro, de los dos». El mismo presagio y el mismo ofrecimiento total se encuentran en las páginas del diario de Mohamed Pouchikhi, el jovencísimo chófer musulmán de monseñor Claverie: «Por lo que se refiere a todos aquellos que han ayudado a mi familia, los padres, las religiosas y el obispo, no se cómo agradecérselo, si con mi vida o con mi oración. Estoy dispuesto a dar la vida por ellos, porque ellos han dado la suya por los argelinos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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