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Huellas N.1, Enero 2000

JUBILEO

Dios se ha hecho presencia en las vicisitudes cotidianas del hombre

Juan Pablo II

La homilía de Juan Pablo II durante la misa en la basílica de San Pedro, con ocasión de la apertura de la Puerta Santa. Misericordia y paz por la fuerza de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado

1. «Hodie natus est nobis Salvator mundi» (Salmo resp.)
Desde hace veinte siglos irrumpe desde el corazón de la Iglesia este anuncio gozoso. En esta Noche Santa, el Ángel nos lo repite a nosotros, hombres y mujeres del final del milenio: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría... Hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador» (Lc 2, 10-11). Nos hemos preparado para acoger estas palabras consoladoras durante el tiempo de Adviento: en ellas se actualiza el “hoy” de nuestra redención.
En esta hora, el “hoy” resuena con un timbre singular: no es sólo el recuerdo del nacimiento del Redentor, es el inicio solemne del Gran Jubileo. Estamos ligados espiritualmente a aquel momento singular de la historia en el que Dios se ha hecho hombre, revistiéndose de nuestra carne.
Sí, el Hijo de Dios, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios y Luz de Luz, eternamente generado del Padre, ha tomado cuerpo de la Virgen y ha asumido nuestra naturaleza humana. Ha nacido en el tiempo. Dios ha entrado en la historia.
El incomparable “hoy” eterno de Dios se ha hecho presencia en las vicisitudes cotidianas del hombre.

2. «Hodie natus est nobis Salvator mundi» (cfr Lc 2, 10-11).
Nos postramos delante del Hijo de Dios. Nos unimos espiritualmente al estupor de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, hacemos nuestra la fe llena de sorpresa de los pastores de entonces; experimentamos su misma maravilla y su misma alegría.
Es difícil no rendirse a la elocuencia de este evento: permanecemos encantados. Somos testigos del instante del amor que une lo eterno con la historia: el “hoy” que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre sus hombros» (Is 9,5), como leemos en el texto de Isaías.
A los pies del Verbo encarnado deponemos alegrías y aprensiones, lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, hombre nuevo, el misterio del ser humano encuentra luz verdadera.
Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén «ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres» (Tt 2, 11). Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

3. Esta noche, ante nuestros ojos se cumple lo que proclama el Evangelio: «Dios... tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida eterna» (Jn 3,16).
¡Su Hijo unigénito!
¡Tú, oh Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, nacido en la gruta de Belén! Tras dos mil años, revivimos este misterio como un evento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombre, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos. Esta es la verdad que en esta noche la Iglesia quiere transmitir al tercer milenio. Y ojalá todos vosotros, que vendréis detrás de nosotros, queráis acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén la humanidad es consciente de que Dios se ha hecho Hombre para hacer al hombre partícipe de su naturaleza divina.

4. ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo! En el umbral del tercer milenio, la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que has venido al mundo para derrotar a la muerte. Has venido para iluminar la vida humana por medio del Evangelio. La Iglesia Te saluda y junto a Ti quiere entrar en el tercer milenio. Tú eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros!
Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos!
Tú, que has venido del Padre, llévanos a él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos has revelado para que tengamos la vida y la tengamos en abundancia.
Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, ¡sé para nosotros la Puerta!
¡Sé para nosotros la verdadera Puerta simbolizada por ésta que hemos abierto solemnemente esta Noche!
¡Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. Haz que ninguno quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!
«Hodie natus est nobis Salvator mundi»: ¡es Cristo nuestro único Salvador! Éste es el mensaje de la Navidad de 1999: el “hoy” de esta Noche Santa da comienzo al Gran Jubileo.
María, aurora de los tiempos nuevos, esté junto a nosotros, mientras damos confiados los primeros pasos del Año Jubilar.
¡Amén!

22 de febrero de 1300: peregrinos a Roma
De la gran multitud de peregrinos llegados a Roma para el Jubileo del 1300, conserva Dante un recuerdo vivo, como apreciamos en un breve pasaje del Infierno. Fue testigo ocular de la atracción que ejercía la ciudad de Roma en el ánimo de los creyentes y que en aquel año tuvo en el papa Bonifacio VIII su confirmación más solemne.
¿Cómo se explica la gran afluencia de gente que se registró en Roma en los primeros días del 1300? Según el historiador Frugoni, las causas fueron diversas y entre ellas hay que destacar el clima espiritual de final de siglo, atravesado por corrientes escatológicas que esperaban señales de una renovación a la vez personal y social. Era un clima difundido entre los fieles, como atestigua la narración del cardenal Iacopo Stefaneschi: «La fe de los ciudadanos y de los forasteros aumentaba cada vez más. Algunos afirmaban que en el primer día de la centuria se borraría la mancha de todas las culpas, los demás que habría una indulgencia de cien años; y de este modo, durante casi dos meses ambos conservaban la esperanza junto a la duda, por lo que acudían en gran número».
Bonifacio VIII supo acoger y reconocer los fermentos populares y convocó el primer Jubileo de la historia del cristianismo el 22 de febrero de 1300, fiesta de la Cátedra de san Pedro, creando una nueva institución destinada a durar hasta hoy. La fecha de convocatoria del Jubileo de 1300 indica también la voluntad del Papa de reafirmar el lugar central de la figura de Pedro y el primado romano. En aquel tiempo se trató de una celebración sujeta a modificaciones en el transcurso del año. Inicialmente Bonifacio concedió la indulgencia plenaria a todos aquellos que, tras haberse arrepentido y confesado, hubieran visitado la basílica de San Pedro y la de San Pablo Extramuros. Los ciudadanos de Roma debían visitar las iglesias treinta días, los peregrinos quince. Sucesivamente Bonifacio decretó que los peregrinos pudieran lograr la indulgencia aunque hubieran visitado las dos basílicas apostólicas una sola vez. Se excluía de la indulgencia a los enemigos de la Iglesia, entre los que se encontraban entonces el rey de Sicilia, los Colonna y sus seguidores. El último día del Jubileo, la Navidad de 1300, Bonifacio declaró que todos aquellos que se encontraban en Roma en aquella fecha habrían adquirido la plena remisión de los pecados, incluso sin haber cumplido todas las condiciones fijadas previamente.
A lo largo de la historia de la Iglesia los años jubilares fueron vividos con gran fe por el pueblo cristiano. El Papa Juan Pablo II recuerda de modo especial en la Bula de Convocatoria del Jubileo del 2000 la figura de san Felipe Neri, quien con ocasión del Jubileo de 1550, dio inicio a la «caridad romana», como signo de la acogida a los peregrinos. Un elemento constitutivo del Jubileo es la indulgencia, a través de la cual se manifiesta la misericordia del Padre con el perdón de las culpas, y el misterio de la comunión de los santos con la cancelación de las penas.
El signo de la peregrinación devuelve al hombre a su condición de homo viator, ser en camino desde el nacimiento hasta la muerte en un recorrido no siempre fácil, pero sostenido por la certeza de la presencia del Redentor.
Otro signo es el de la Puerta Santa, abierta por primera vez en 1423. La Puerta es signo de Cristo, de la gracia a través de la cual todo hombre puede acceder al Padre. Cruzar la Puerta Santa significa reconocer que Jesús es el Señor de la vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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