Los Ejercicios espirituales de los universitarios de CL en Italia: 7.000 chicos reunidos por el atractivo de una Presencia que cambia la vida. Y abre el horizonte
«Aquí, donde un paisaje estupendo me rodea, vivo esas preguntas a las que ningún hombre podrá dar respuesta. Sin embargo, creo que tú no puedes permanecer sin respuesta. Vive ahora tus preguntas» (R.M. Rilke)
Así comenzaba a hablar don Pino delante de 7.000 universitarios llegados a Rímini desde toda Italia, para asistir a los Ejercicios anuales. Una invitación apasionada a tomarse en serio a sí mismos y a no sofocar los interrogantes que gritan en el corazón de todos. «Vive ahora tus preguntas»: una invitación a buscar la respuesta a aquello que no podemos no desear.
«Si hay una razón para volver a vernos es, en primer lugar, caer en la cuenta de la grandeza de nuestro yo. Estamos hechos para el infinito, aunque nuestro ser es frágil, aun teniendo conciencia de la desproporción. ¿Qué es esta desproporción? Es el resultado de la diferencia de potencial que existe entre la grandeza que deseamos y la pequeñez de lo que somos».
La sorpresa se produce cuando esta inadecuación, que tantas veces experimentamos, acusamos y sufrimos, adquiere dignidad. La desproporción, y la tristeza que nace de ello, son fuente de conocimiento.
Leopardi lo anotaba en su diario, Lo Zibaldone: «Nada demuestra en mayor medida la grandeza del intelecto humano que poder el hombre reconocer, comprender y sentir su pequeñez (...). Es grande la mente que percibe cosas tan superiores a la naturaleza del hombre».
Algunos de nosotros contribuyen a aclararlo. Como Pietro, de segundo de filosofía: «La tristeza es el síntoma de una búsqueda permanente. La desesperación, en cambio, apaga el deseo de conocer. La falsa conciencia de tener ya la respuesta en el bolsillo, hace que uno dé todo por descontado y repita siempre el mismo esquema». Y Ana añade: «Me he dado cuenta de que puedo mirar con pureza y claridad al “deseo de un bien ausente”. Por ello, debo reconocer el peso que eso tiene en mi vida. Comprendo que la tristeza no es un “defecto de fábrica”, sino un elemento de unidad conmigo misma y con los demás. Habitualmente, cuando advierto esta tristeza me pongo a pensar, como si pudiese comprender, encontrar la solución, descubrir el error. En realidad, el resto de mi persona pide que venga alguien a decirme, a darme lo que me falta».
Dicha tristeza es fuente de conocimiento, es decir, posibilidad de estar frente a todo con una pregunta, con el deseo de que la realidad responda a lo que somos. Censurarla querría decir renunciar a uno mismo.
El final de Novecento, un monólogo teatral de Alessandro Baricco, pone un ejemplo. Novecento es un gran pianista que ha vivido siempre en un barco. Nunca ha bajado a tierra, y no tendrá el valor de bajar ni siquiera para seguir a la mujer de la que se enamora. Estar ante las 88 teclas del piano es sencillo, pero estar ante el espesor infinito de la realidad es demasiado arriesgado. «La tierra es un barco demasiado grande para mí. Es un viaje demasiado largo. Es una mujer demasiado hermosa. Es un perfume demasiado fuerte. Es una música que no sé tocar. Perdonadme, pero no bajaré. Dejadme volver atrás».
Se comprende mejor la invitación del comienzo: vive ahora estas preguntas, sin miedo a la desilusión o al límite, sin censurar la fiebre de vida que eres. Así escribía una chica de Kazajstán: «Ahora he despertado y quiero lanzarme a la vida, vivir intensamente todo, sin pereza. Seré fiel para encontrar la respuesta a lo que mi corazón busca. A lo mejor todavía no la conozco, pero existe. Es necesario saber esperar».
Alguien desde el horizonte...
Imaginaos a un hombre que está frente al mar mirando al horizonte. «Esa línea de horizonte es como el enigma desde el que debe llegar algo hasta él, alguien que trae una riqueza inimaginable. De improviso aparece un punto en la línea del horizonte: es una barca. Se acerca y se van apreciando sus detalles. Hay un hombre dentro. Y el hombre que estaba esperando abraza al hombre que llega del horizonte, un horizonte que de otra forma sería enigmático y desconocido. El cristianismo nace así. Fue así para los primeros que se encontraron con Cristo. «Simón estaba allí con los ojos fijos en aquel individuo que le esperaba todavía un poco lejano, lleno de esa curiosidad que caracteriza al hombre cuanto menos “educado” está, cuanto más lleno de vitalidad está. Nunca olvidaría la forma en que Él le miraba cuando se encontraba allí, a tres o cuatro metros. Cómo le miraba fijamente, cómo le observaba, cómo descubría su carácter, cómo descubría su tipo de personalidad: «Nadie me ha mirado nunca así». Le dominó un fenómeno que se denomina “estupor”». El cristianismo es este abrazo humanísimo: el hombre que espera que abraza al hombre que llega.
Después de un acontecimiento así puede nacer la tentación de establecer una “táctica” para que la fascinación pueda permanecer y desarrollarse. Pero en la vida, incluso después de años, sólo se puede partir de este encuentro y del estupor que nace de él. No es necesario proyectar o programar cómo se debe desarrollar la relación con esta Presencia. Basta con pedirla, aunque hayas tenido una “percepción inicial” de que Él es. El punto de partida es siempre un atractivo que despierta estupor. «Es el encuentro con Jesús, es el encuentro con Cristo. Este “algo que se da previamente” es el encuentro con Cristo, aunque no sea preciso, aunque no sea realmente consciente. Lo que se da previamente, la gracia, es la relación con Cristo: la gracia es Cristo, es esta presencia y es tu relación con ella, tu diálogo con ella, tu modo de mirarla, de pensar en ella, de fijar tu mirada en ella».
Se nos pide un sacrificio, palabra muchas veces mal entendida, que en realidad significa dejar espacio a lo que nos ha sucedido. Es un sacrificio no detenerse en las apariencias, abandonar la propia medida frente a las circunstancias.
Una cultura nueva
Del descubrimiento de que «Todo consiste en Él», de que sólo ese Hombre que nos abraza da sentido a las cosas, nace un modo nuevo de mirar y tratar todo. Con una ternura y una conmoción impensables, igual que Cristo ante la viuda que había perdido a su hijo: «Mujer, ¡no llores!». O como Teudis, un amigo catalán, ante la enfermedad de su madre: «Sé que si hubiese tenido que afrontar esta misma situación hace tres años, me habría enfurecido con el mundo. Ahora, gracias a los rostros que han estado constantemente presentes, logro encontrar la positividad incluso en algo tan doloroso, porque soy consciente de que todo es para mí. Si esto no fuese para mí, no lo sería nada. La serenidad y la madurez con las que he podido amar a mi madre en este tiempo, y estar a su lado tratando de hacerlo lo mejor posible, nacen sólo de una Presencia, la única que puede dar respuesta a un dolor tan fuerte». No tenemos soluciones fáciles para cada problema, pero luchamos constantemente, con la mirada puesta en Quien está presente. Y los horizontes poco a poco se abren. Sucede así con Luca, Dino y Lele, que estuvieron en Yakarta para conocer a unos amigos que les habían pedido ayuda: «Es impresionante que en la otra punta del mundo vivan y luchen por la misma sed y el mismo deseo que nos mueve a nosotros. De aquí, surge el deseo de comunicar la belleza que hemos visto y que nos hace hombres». Algunos amigos, comprometidos en la política universitaria, después de una acción dirigida a defender el derecho de expresión de los estudiantes en la universidad, dijeron: «Empezamos a entender que lo que posibilita todo esto es para el mundo».
Solamente un “sí”
Queda una última objeción: que la propia incapacidad pueda ser un impedimento para reconocer la presencia de Cristo. Es muy iluminadora la lectura que hace don Fabio del Miguel Mañara de Milosz. El abad recrimina a Miguel que, habiéndose encontrado con Cristo, y experimentado un cambio, quiera decidir de forma autónoma el camino, los tiempos y las modalidades de este cambio. «El amor y la prisa mal se avienen. (...) ¿Por qué temes perder a quien ha sabido encontrarte?». El método para seguir esta Presencia lo establece la Presencia misma. A nosotros no nos queda más que decir “sí”. Sorprendiéndonos como siempre, don Giussani ha escrito: «¿Por qué oponéis aquello que vosotros no tenéis a lo que yo tengo? Porque, ¿qué tengo yo? Yo tengo este “sí” y basta, y a vosotros no os costaría ni siquiera una coma más de lo que me cuesta a mí».
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