No educadores, sino engranajes de un mecanismo burocrático: el escolar. A esto querrían reducir la figura del profesor en Italia. Pero algunos no están de acuerdo
La escuela de hoy representa un mundo que quisiera reducir el papel del profesor a mero cumplimiento de reglas y, por consiguiente, menguar la creatividad que debería caracterizar esta profesión. Algunos tratan de superar este muro elástico creando un espacio de humanidad. Así lo testimoniaron algunos profesores el pasado 28 de noviembre en Milán.
Nicoletta, de Trento, nos habla de la relación con sus alumnos: «El trabajo se reveló inmediatamente muy dificultoso: se trataba de una clase rebelde y poco disciplinada. El esfuerzo que tenía que hacer cada día con estos chicos me obligó, sobre todo, a realizar un trabajo sobre mí misma. Tenía necesidad de razones y de estar acompañada. Los rostros de dos colegas y amigas mías del movimiento se convirtieron en puntos de referencia cotidianos para mí. Compartir gestos sencillos, como un recreo juntas, ola preocupación por las situaciones más difíciles de algunos chicos, me permitieron no estrechar la mirada. Después, en mayo, llegó la noticia de la muerte de Piccinini. Mi marido y yo habíamos conocido a Enzo un año antes, en el hospital. Tuvimos sólo una breve conversación médica: no sé por qué pero no me olvidé de aquel encuentro. La noticia de su muerte puso de manifiesto un hecho: estaba segura de haber encontrado, visto y tocado la humanidad nueva de un hombre enamorado de Cristo. No había ya espacio para otra cosa: mirar la evidencia y a esta persona para amar a Cristo. Entré en clase - me acuerdo muy bien - con la memoria de esto en los ojos y en el corazón: cada instante estaba lleno de esta certeza. No sé lo que vieron mis alumnos, sólo sé que les amé por esta certeza, sin pretensiones, totalmente desarmada. Y lo extraordinario sucede ahora que estos chicos no están en mi clase y me los encuentro por los pasillos o en las escaleras. Siempre la misma escena: se paran, me cuentan sus cosas y hacen preguntas sin querer irse. En esos momentos se produce una intensidad absolutamente increíble en la relación con ellos. Una tarde, vinieron a mi casa a verme, pasamos juntos más de dos horas, hablando de todo y mirándonos como amigos. Mientras jugaban con mis hijos, entendí que sólo la conciencia de una paternidad más grande puede hacer amar y poseer verdaderamente la realidad».
La ciencia y el acordeón
«Soy profesora de literatura - comenta Cinetta, de Roma -. Me invitaron a un debate para el día siguiente en el aula magna con un profesor de matemáticas y física declaradamente ateo y “cientificista”. Los chicos que me invitaron habían sido alumnos míos hacía dos años y quisieron que participara porque “durante estos años nos han impresionado dos profesores: justamente vosotros dos. Por eso, queremos discutir una cuestión que habéis suscitado: ¿son conciliables la fe y la ciencia?”. Yo, naturalmente, acepté enseguida, aunque habría preferido tener más tiempo para prepararme.
La mañana del encuentro tenía mucho sueño y estaba nerviosa, pero cuando mi colega, respondiendo primero a la pregunta sobre si la fe y la ciencia eran compatibles, declaró que la ciencia seguía el método de la razón y la fe no, la costra de sueño y miedo desapareció. Comprendí que no tenía que defender ninguna idea preconcebida. Durante el debate salió a la luz que el problema no eran categorías abstractas del pensamiento, sino la experiencia: en ella nos damos cuenta de que el hombre desea un significado total y que su razón no se puede concebir como medida, sino como pregunta. Cuando el profesor afirmó que las reacciones provocadas por la realidad son, probablemente, sólo manifestaciones de mecanismos biológicos que antes o después la ciencia explicará, el aula magna explotó. Sara objetó que, en el futuro, la ciencia tal vez lo explicará todo, pero que nunca se podrá negar que el hombre está constituido por el deseo de felicidad y que es más que una simple masa de células. Me impresionó ver a muchos chicos participar con atención, interviniendo y haciendo preguntas. Se fue la luz, pero ninguno se levantó, y sonó el timbre del recreo... seguían todos allí después de dos horas de debate. El profesor, al concluir, dijo que estaba impresionado y que quería hacer otro debate sobre el tema: ¿Cómo se puede definir el deseo que la realidad suscita en el hombre? En un momento determinado, intervino también el director del colegio, contrariado por la afluencia de estudiantes sin autorización. Cuando le presentamos nuestras excusas, nos dijo: «No hay ningún problema; es la primera vez en todos los años que llevo aquí que los alumnos me piden el aula magna para algo distinto de la fiesta del Instituto». Muchos de los chicos invitados a la apertura de curso de GS, al día siguiente, decidieron venir provocados por el debate al que habían asistido. Uno de ellos, Alessio, interpretó al acordeón una pieza musical estremecedora, y luego me dijo: “El encuentro de ayer y el de hoy han tocado mi mente y mi corazón como esta música”».
Fracaso escolar
«A mitad de noviembre - cuenta Alberto, de Lugano -, en la reunión de evaluación de mi curso de tercero de bachillerato, entre los 24 alumnos sumaron 97 suspensos. Yo hice mis observaciones: muchos de ellos se encontraban en una situación muy problemática. Al entrar en clase, me preguntaron cómo había ido. No tenía ninguna gana de hablar: les dije que el director les entregaría las notas siguiendo el reglamento y que en cualquier caso, ya sabían ellos que no había ido bien, que no debían desesperarse y que tenían que trabajar más. El primero que no estaba satisfecho de este discurso lleno de sentido común era yo. Por la tarde, en la escuela de comunidad leímos el párrafo que hace referencia a la tristeza y la desesperación. Entendí que mis alumnos de tercero estaban desesperados, pero yo también; de hecho, pensaba: “lo siento, pero ¿qué puedo hacer yo?”. ¡Como si la cuestión fuera lo que yo pudiera hacer! Al día siguiente, volví a clase y les dije que estaban desesperados y que también yo lo estaba al principio, pero que esa era una posición equivocada. Quedamos dos días después en el descanso del mediodía para hablar. Había preparado también las fotocopias del libro I ragazzi del ‘99. Me dije a mí mismo: «Ahora vamos a hacer escuela de comunidad». Vinieron dos. Empezamos a hablar del colegio y de los problemas que tenían. Al final, decidimos proponer al resto de la clase las preguntas que habían salido: ¿cómo vivir estos meses de intenso estudio? ¿Cómo organizar el tiempo? ¿Cómo afrontar los momentos de crisis? Las pusieron por escrito y las repartieron a toda la clase invitando a una nueva cita.
A la semana siguiente éramos una docena. Hablamos de muchas cosas: de la angustia frente al posible fracaso escolar, del sentido del estudio. Fue el principio de un trabajo. Tenemos intención de pedir a la dirección de la escuela poder pasar dos o tres días juntos para estudiar en la montaña, implicando a los profesores que imparten las asignaturas para la selectividad.
Leyendo a Dante
«Este año - cuenta Elisa -, mi nueva clase presenta un aspecto un poco desconcertante: muchos chicos con dificultades o con lagunas de base, algunos con problemas personales, otros dentro de ‘grupos radicales’, algunos agarrados o perdidos en ideologías que defraudan. Domina la desilusión y el aburrimiento. En este contexto sucedió algo: mis alumnos se apasionaron con la lectura de Dante de una forma que no había visto nunca antes; las dos horas semanales dedicadas a la lectura del Infierno fueron apasionantes. Se hacen preguntas, se compara la propia experiencia con lo que el poeta describe; algunos preparan la lectura en voz alta. Secundando esta sorpresa les propuse vernos fuera del horario escolar, para leer los cantos que en clase no daba tiempo a leer. Respondió a la invitación más de la mitad de la clase y la lectura fue una ocasión para profundizar en la propia experiencia a la luz de las palabras de Dante. Todo este interés me sorprende porque proviene de la capacidad que el ser humano tiene de preguntarse, antes que de cualquier ideología o ‘alucinación’ (los más apasionados no son los más diligentes o más brillantes desde el punto de vista escolar). En esta clase ha surgido una conciencia verdadera, es decir, la posibilidad de relacionar lo que se estudia con lo que se es. Se elimina así, de golpe y porrazo, el aburrimiento y se abre una perspectiva nueva sobre el resto de las cosas, incluidas las diferentes asignaturas».
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