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Huellas N.1, Enero 2000

EDITORIAL

El inicio de la historia

Algunos de nosotros tuvimos la suerte de asistir en Roma al rito de la apertura de la Puerta Santa, en San Pedro, que Juan Pablo II celebró en la noche de Navidad. Antes aún del evento, los medios de comunicación habían derrochado sus comentarios sobre el acto. Después hubo más, algunos han sido útiles, otros menos.
Tres cosas nos han quedado claras a quienes estuvimos allí.

Primero. Hubo un largo instante de silencio y todo el mundo quedó en suspenso, justo antes de las 23:00, hora establecida para el comienzo. La basílica, abarrotada al igual que la plaza, enmudeció y en el rostro de todos apareció la espera y una profunda curiosidad.
Sabíamos por qué estábamos allí y lo que iba a suceder. Al Papa lo habíamos visto ya en muchas ocasiones, sabíamos qué representa su figura. Muchos aspectos de la experiencia cristiana nos son familiares. Sin embargo, la espera del corazón y esa honda curiosidad por lo que estaba a punto de suceder prevalecían sobre todo.
Hay algo que el corazón espera y que ninguna sabiduría comprende ni agota. Algo que viene antes de todo lo que sabemos.

Segundo. La presencia del Papa, su figura, era lo que buscaban los ojos de todos. Después de veinte años de pontificado, ¿qué es lo que sigue despertando admiración ante una presencia enteramente humana y a la vez cargada de misterio? El misterio mismo de la vida de la Iglesia se expresa en la persona de Juan Pablo II: lo divino nos alcanza y lo podemos experimentar a través de algo humano. Aludió a ello el mismo Juan Pablo II en la homilía: «Dios se hizo hombre, revistiéndose de nuestra carne. Nació en el tiempo. Entró en la historia... se hizo presente en las vicisitudes cotidianas del hombre». El Papa, que avanzaba hacia el altar de la Confesión, era un hombre revestido, antes que de las vestiduras litúrgicas, de la propia humanidad.
«Lo que nos hace falta es un hombre...», reza un verso del poeta Carlo Betocchi, recientemente publicado en la colección “Los libros del espíritu cristiano” (BUR, Ed. Rizzoli, Milán 1999).

Tercero. San Pedro y la plaza estaban a rebosar de gente, de razas y culturas distintas. Incluso la ceremonia ha querido tener en cuenta este dato. Un pueblo sui generis - según la expresión de Pablo VI -, que se reúne por la fuerza del anuncio que encuentra correspondencia en el corazón de cada hombre. El anuncio cristiano es sencillo, elemental. Su carácter excepcional no reside en algo extraño, sino justamente en que es lo que todos esperan. Como ha escrito don Giussani en el Diario del peregrino del 24 de diciembre: «Para nosotros, atravesar la Puerta Santa con el Papa significa “ceder” con sencillez a la atracción que tiene ese acontecimiento imprevisto que marcó el inicio de la historia, según la cronología que utilizamos desde hace dos mil años».
Nosotros éramos allí un punto de ese pueblo que se había reunido y que tiene dos mil años de historia. Un fragmento, un grupito de amigos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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