Del 13 al 31 de mayo se celebrará la V Conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, que tendrá lugar en el santuario de Nuestra Señora de Aparecida de Brasil. En este encuentro estará presente Benedicto XVI. Habla el obispo de Petrópolis
Pedro II, sentado, con la cara apoyada en la mano, observa pensativo los movimientos de la gente que deambula por la plaza a él dedicada. Las agujas de la cercana catedral perforan el velo de calor estival. Nadie esperaría encontrar aquí un edificio neogótico de esta hechura. Y, sin embargo, la catedral de Petrópolis, la ciudad imperial, hace alarde de ello con refinamiento, como prueba de la fundación teutónica de la ciudad por el colono Julio Koeler y sus compañeros de Renania y Westfalia a comienzos del siglo pasado. Río de Janeiro, sus playas y sus favelas, están muy cerca, al otro lado de las montañas de aspecto apenínico. Tampoco está lejos el pueblo de Aparecida: un par de horas en autobús y el corazón vivo del Brasil católico se presenta ante el visitante con el gigantesco santuario que disputa el primado de peregrinos al de Guadalupe, en México. Pero Benedicto XVI no recorrerá este camino. Llegará a Aparecida procedente de Saô Paulo, en donde hará una parada para celebrar misa y reunirse allí –se espera– con algunos cientos de miles de habitantes de la ciudad. De no producirse este encuentro, se dirigirían al pueblo de la Virgen arrollando a sus 35.000 habitantes. En Aparecida tendrá lugar –del 13 a 31 de mayo– la V Conferencia general del episcopado latinoamericano. Una cita de la que monseñor Filippo Santoro, obispo de Petrópolis, está muy pendiente. «Quisiera que la Conferencia evidenciase con fuerza y con claridad, incluso conceptual, cómo se puede fundamentar una verdadera experiencia cristiana, tanto en el contexto urbano de las ciudades brasileñas como en las favelas y en los ámbitos de estudio y de trabajo», apunta.
¿Por qué este acento en el contexto urbano?
Porque la apatía religiosa de la población de los núcleos urbanos y la pobreza persistente en las periferias, en donde se produce la mayor pérdida de católicos que emigran hacia el protestantismo pentecostal, son fenómenos muy frecuentes en Brasil. Es necesario comunicar aquí el encuentro con Cristo como un evento de esperanza, certeza y significado para la vida.
Además de esto, ¿qué espera del encuentro de Aparecida?
No hay un “además”. Hay una profundización en lo que he dicho, es decir, una recuperación de lo esencial, de los elementos base de una experiencia de fe en la que la persona pueda encontrarse a sí misma, pueda esperar, obrar en una perspectiva de cambio verdadero de la realidad. Visitando las favelas, pero también en las parroquias y en otros muchos lugares de la diócesis de Petrópolis, constato que esto es lo que necesita la gente: una experiencia de Iglesia, de comunidad concreta, de comunión insertada en la vida de la gente. Esta experiencia –allí donde existe– tiene los recursos suficientes para reconstruir incluso un tejido humano destrozado por muchas formas de individualismo y de mercado. Explicitándolo más, añado a lo que he dicho la palabra «misión»: es una palabra que sintetiza una dimensión importante para toda América Latina y para Brasil en particular.
¿Existe alguna experiencia que le importe en especial, algo en su diócesis que evidencie un movimiento en la dirección que indica?
En distintos puntos de Petrópolis hemos lanzado la misión popular diocesana...
¿En qué consiste?
Se trata de un encuentro sistemático con todas las realidades y las personas que viven en el territorio de la diócesis. Siempre digo que debemos pasar de una “pastoral del banco”, en donde todo se reduce a estar sentados en la iglesia, a la “pastoral de la misión”.
¿Qué se propone con esta misión popular?
Que la fe dé forma a personalidades cristianas adultas. Cuando la persona es enviada en misión, las razones de la fe se profundizan y se refuerzan. Quien visita casa tras casa, familia tras familia, se da cuenta de los problemas reales, se encuentra con situaciones difíciles, y debe comprenderlas, compartirlas, buscar respuestas. La misión es un gran momento de crecimiento personal y comunitario.
¿Qué espera de la visita del Papa?
El contagio de su fe, fuerte, sencilla e inmediata. El tipo humano brasileño es muy sensible a percibir la presencia del Señor en la expresión amable y segura que ofrece el Papa. La imagen misma de Benedicto XVI ha cambiado entre nosotros: antes predominaba la imagen del guardián de la fe, del áspero defensor de la ortodoxia. Después de un primer momento, en el que sobre todo ciertos medios de comunicación lo habían pintado como el responsable de la restauración doctrinal, llegó otro caracterizado por un interés y una espera cordial. La gente admira su amabilidad, su confianza, su hablar de la fe y del cristianismo como algo grande, hermoso, apasionante. Sus discursos e intervenciones han creado un verdadero movimiento de simpatía hacia su persona.
¿Prevé algún beneficio para la Iglesia brasileña como tal?
Estoy seguro de que el Papa ayudará a insistir menos en ciertos aspectos analíticos de la realidad –las contradicciones de la post modernidad, el análisis de la pobreza, los peores efectos de la globalización y algunos otros– y nos ayudará a poner el acento sobre el contenido central de la fe: la resurrección de Cristo que continúa en el tiempo presente.
Si miramos a los encuentros de estos meses pasados, el viaje a Alemania, el encuentro con la Iglesia italiana reunida en Verona, el mismo viaje a Turquía, puede preverse que el Papa, también en Brasil, aprovechará la ocasión para hablar de la identidad latinoamericana, para reunir las reflexiones de estos meses de preparación, pero también para centrarse en lo que más le importa.
Es lo que deseamos nosotros, los obispos. En la experiencia eclesial brasileña nos encontramos ante una variedad grandísima de fenómenos, a veces contradictorios entre ellos, por ejemplo, una explosión de formas descompuestas de religiosidad, vuelta a concepciones sociológicas antiguas; pero también hay aspectos positivos como una unidad más cordial en la jerarquía y una reflexión teológica más centrada. En medio de todo esto –fenómenos positivos o equívocos–, resulta esencial una palabra clara. Tengo también la impresión de que el Papa pondrá un cierto énfasis en la identidad latinoamericana, aunque conectándola sólidamente con el núcleo central del anuncio de Cristo como «la mayor “mutación” acontecida en la historia, el “salto” decisivo hacia una dimensión de vida profundamente nueva», como dijo recientemente a la Iglesia italiana.
Brasil había rodeado de afecto a Juan Pablo II. ¿Sucederá lo mismo con Benedicto XVI? ¿No hay nostalgia por su predecesor?
Claro que hay nostalgia por Juan Pablo II, se ve, pero no se plantea en alternativa a Benedicto XVI, del que se está afirmando una imagen diferente. La idea fundamental es que si se quiere vivir en el surco trazado por el Papa Wojtila es necesario seguir al Papa Ratzinger.
El presidente Lula ha comenzado su segundo mandato. ¿Será igual que el primero?
Estoy convencido de que si Lula quiere terminar su segundo mandado dejando una huella importante en la historia, debe cambiar.
A su juicio, ¿qué es lo que debe cambiar?
En la primera presidencia tuvo que colocar a las personas de su partido, el PT, en los puestos de mando, con algunos hechos gravísimos desde el punto de vista moral, que en cualquier otro país del mundo habrían llevado a una impugnación presidencial. Se salvó por su prestigio personal, por su fama de presidente obrero, por el carisma que tiene.
Todo lo anunciado al comenzar el segundo mandado, los gestos realizados, ¿van en esta dirección?
Lula está dando muestras de que no quiere restringir su gobierno únicamente a miembros de su partido. Está tratando de establecer nuevos contactos, de valorar nuevas experiencias, y esto es desde luego algo positivo.
¿También para la Iglesia?
También para ella. Si se aleja del núcleo duro del partido de los trabajadores, se atenúa ese planteamiento que quiere que todo pase por las instancias del Estado. Sin embargo con respecto a otros temas, por ejemplo de orden moral, existe el riesgo de una deriva: el matrimonio entre homosexuales, la experimentación con células madre embrionarias, la cuestión misma del aborto. Había prometido a los obispos, en el curso de una visita, que no firmaría nada que fuese contra los principios de la Iglesia católica. No ha sido exactamente así, porque ha suscrito el documento sobre las células madre embrionarias. Tal vez puede decirse que el aspecto más amenazante, el del estatalismo, puede superarse con una ampliación de consensos, mientras que el resto de aspectos, de naturaleza más ética, pueden reivindicarse en un diálogo con las fuerzas de la sociedad, en el que la Iglesia brasileña –y Lula lo sabe– es determinante.
Ha hecho referencia al protestantismo pentecostal. ¿Sigue creciendo la ola de las sectas evangélicas o existen signos de saturación?
Sigue todavía, aunque con menor intensidad. El aspecto más relevante de estos últimos años es una migración interna, de una confesión a otra, con el resultado de que crece el número de los que se declaran sin religión. Después de haber pasado del catolicismo a las distintas Asambleas de Dios, a las Iglesias Universales del Reino o a otras denominaciones, muchas personas se detienen en una especie de limbo o vuelven, en algunos casos, a la Iglesia católica. Es uno de los frutos de la misión popular, del corazón de la Iglesia a la que Benedicto XVI viene a visitar.
FICHA
Celam
De la carta de Benedicto XVI al presidente del Consejo episcopal latinoamericano con ocasión del 50º aniversario de la institución del Consejo
Pío XII, acogiendo el deseo expresado por la Conferencia General de Obispos Latinoamericanos reunidos en Río de Janeiro del 25 de julio al 4 de agosto de 1955 instituía el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) con el objetivo de apoyar el trabajo pastoral de los Obispos y, al mismo tiempo, dar respuesta a alguno de los graves problemas de la Iglesia en Latinoamérica. En medio siglo de existencia el CELAM ha ofrecido su servicio a los Episcopados de los Países de América Latina, ayudando a afrontar en armonía de esfuerzos y con espíritu eclesial los desafíos del subcontinente latinoamericano y empeñándose, dentro de la comunión episcopal, a dar vigor a lo que en el curso de los años se ha denominado “nueva evangelización”. El CELAM ha animado intensamente la labor del episcopado latinoamericano para que dé testimonio de lo que significa ser fiel discípulo de Cristo y alimente la propia fe en la escucha de la palabra de Dios. Ya desde su fundación, el CELAM ha sido llamado a dar un particular apoyo a la promoción de las vocaciones, para que sean numerosas y santas.
Ciudad del Vaticano, 14 de mayo de 2005
Las Conferencias Generales de los Obispos Latinoamericanos han tenido lugar en 1955 en Río de Janeiro, en 1968 en Medellín, en Puebla en 1979 y en Santo Domingo en 1992
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