EN VILLANUEVA DE LA CAÑADA
La historia previa a la apertura del Colegio Internacional Kolbe marca no solamente su origen, sino también su devenir
En marzo de 1998, mi mujer llegó un día a casa y me dijo que nuestros hijos necesitaban un colegio adecuado y que podíamos intentar crear uno junto con los amigos del pueblo. Aguanté una semana, pero conforme iba avanzando el tiempo y ella insistía en la idea, la paciencia dejó paso a auténticas peleas matrimoniales. Para convencerla de su error, después de dos meses, me abrí a la posibilidad a hablarlo con nuestros amigos. Ahí comenzó todo.
La necesidad de encontrar un colegio de calidad para nuestros hijos no hubiera sido suficiente para ponernos en marcha, pero sí lo era el deseo de posibilitar una experiencia educativa: ayudar a caminar a nuestros hijos y con ellos a tantos otros con sus familias para que encontraran el mismo gusto por vivir, por darse razones para entender la vida que nosotros teníamos. Comunicamos sin cesar el proyecto de creación de un colegio, en un primer momento, a personas cercanas pero luego a todos aquellos que podían estar interesados en la iniciativa. Recuerdo que las tardes de los sábados las dedicábamos a quedar con familias: les explicábamos el proyecto y les invitábamos a participar como accionistas en la sociedad que constituimos para tal fin. Esto generó un gran número de relaciones y una corriente de simpatía hacia nosotros que es el verdadero patrimonio con el que el colegio comenzó. Sin duda, el colegio nació del deseo de muchas familias que quisieron asumir la tarea de educar sin delegarla en el Estado. Fueron cinco largos años de trabajo: de marzo de 1998 a septiembre de 2003, momento en el que el colegio abrió sus puertas. Las dificultades no eran pocas. En primer lugar no teníamos dinero y construir el colegio costaba 7 millones de euros. En segundo lugar estaba todo el trabajo político administrativo para conseguir el terreno y las licencias, lo cual se nos antojaba complicadísimo.
Nos parecía justo que una iniciativa social de este calibre fuera apoyada por las instituciones públicas. Empezamos por nuestro ayuntamiento. El alcalde vio con simpatía el proyecto. Al finalizar los trámites pertinentes se nos asignó una parcela para uso escolar. En absoluto resolvía el problema económico, pero sin esta ayuda habría sido enormemente más dificultoso el éxito del proyecto. A continuación comunicamos a la Comunidad de Madrid nuestro deseo de crear un centro educativo y nuestra propuesta tuvo una gran acogida. Solicitamos que desde el primer año que nuestro centro fuera concertado, es decir, subvencionado de tal manera que hiciera posible la asistencia a familias con un poder adquisitivo que de ningún modo podrían haber llevado a sus hijos a un centro privado. Eran muchas las familias que nos habían apoyado y que tenían la duda de si podrían pagar el colegio que les habíamos presentado. La Comunidad de Madrid hizo posible que todas ellas pudieran asistir desde el primer momento al centro escolar.
Ha sido una iniciativa que la administración local y regional, tras haber examinado su viabilidad y su pertinencia, ha apoyado sin reservas en virtud del bien objetivo que una obra educativa de iniciativa social supone para todo el conjunto de los que viven en la zona.
Ángel Mel
EN MADRID
Es tiempo de construir. Es tiempo de educar. Tiempo de la subsidiariedad, de permitir que nazcan iniciativas por parte de la sociedad como el Colegio Internacional J. H. Newman
Siempre me ha llamado la atención cómo W. Churchill en los difíciles años de la primera mitad del siglo XX nunca quiso que en el Reino Unido se aprobara un programa nacional de educación que hiciera que todos los ciudadanos fueran educados con unos cánones definidos por el Estado y por el que todos, de modo uniformado, tuvieran que pasar. Solía decir que, en caso de ser invadidos o de padecer un régimen totalitario, el único modo de luchar contra él era que la educación fuera libre, que estuviera en manos de la sociedad y de los ciudadanos, y no del Poder.
La forma de luchar contra el Estado absoluto (hoy diríamos estatalista), el modo de derrotar una tiranía no viene –sin lugar a duda– de la mano de la fuerza militar o de la estrategia revolucionaria. La única posibilidad real es la educación. Y permitir la libertad de educación es la mejor garantía que un pueblo puede darse para no caer prisionero de las ideologías, hoy bajo las especies del nihilismo.
Quien ha tenido padres y maestros de los que ha recibido el amor a la libertad es capaz de embarcarse en la aventura más apasionante que existe: la de educar, es decir, la de acompañar a otro hombre en el camino hacia su felicidad. Fruto de esta pasión común, un grupo de amigos nos pusimos manos a la obra para crear el Colegio Internacional J. H. Newman. Una obra que data de 1999, que en el año 2005 ha abierto sus puertas y que cuenta ya con más de setecientos alumnos.
En el horizonte, desde el comienzo, el mundo entero. Nunca pensamos en construir un recinto particular donde resguardarnos de la tempestad en tiempos difíciles. Por el contrario, el ir hasta el fondo de un interés por conocer la realidad hace que cada paso del camino sea un punto firme en medio de un mundo lleno de hombres más solos que nunca, pero también más ansiosos por encontrar un lugar de estima verdadera y de esperanza. De nada sirve detenerse en lamentar las carencias de tantos centros educativos o la desorientación de tantos maestros y padres. Es tiempo de construir. Es tiempo de educar. Tiempo de la subsidiariedad, de permitir que nazcan iniciativas por parte de la sociedad y que sean una posibilidad real para todo el que quiera participar de ellas.
En cualquier caso, la subsidiariedad implica dos aspectos: que haya una propuesta clara que ofrecer y que haya alguien que lo ofrezca, personas que encarnen con su unidad la propuesta educativa e instituciones civiles que sean su rostro público y que gestionen administrativamente la iniciativa.
Sin olvidar que quien educa, siempre, es un pueblo.
Juan Ramón de la Serna
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