Dignos de aprender
Doy clases en un instituto muy grande de la periferia de Milán. Hace dos años tenía en clase a un chico con problemas de todo tipo: era disléxico y prácticamente escribía sólo con el ordenador, delante del cual pasaba la mayor parte del tiempo. Se estaba automarginando. Cambió de manera insospechada en el momento en el que comprendió, en parte a través de su relación conmigo, que podía hacer otra cosa, que podía pasarse a estudios técnicos, que era lo que le interesaba más: ¡era otra persona! Una compañera mía me contaba de otro chico, Giuseppe, completamente desorientado, con graves problemas relacionados con el estudio y con otras cosas; el día de su santo ella le regaló una estampa de san Juan, este chico cambió, ¡alguien le hizo sentir que merecía la pena! Ha recuperado la dignidad. Estos chicos, como escribía Camus, son «dignos de aprender»: es cierto, todo se ha convertido en espectáculo y ciertamente la presión de los medios de comunicación es fuerte, pero todavía reconocen las cosas verdaderas. Delante de la verdad renace el corazón.
Giancorrado, Milán
¡Educar es posible!
Romper el esquema “enseñar= explicación – examen – nota”. Provocar la razón siempre de acuerdo con las exigencias humanas de manera que se despierten las preguntas y se busquen apasionadamente las respuestas, verificándolo todo. Dar espacio a lo que sucede en la clase, en la escuela y en el mundo, haciendo que en el diálogo entre mis alumnos y yo pueda entrar la realidad, e irla comprendiendo hasta poder emitir un juicio sobre ella, de tal manera que las clases, las asambleas y todos los encuentros sean una ocasión y un acontecimiento. Aprender juntos de los filósofos y de los poetas la Historia y la vida como hechos de una única realidad. Así es como surgen en mi escuela cosas que habría que filmar porque es imposible describirlas brevemente. Al sonar el timbre, mi colega tiene que esperar a que se acabe en torno a la mesa del profesor la acalorada discusión de los chicos sobre la lección que acaban de recibir. Chicos que habían sucumbido al chantaje de las notas y que ahora intervienen libremente durante la clase, o esos otros conocidos en todo el instituto por lo que les gustaba transgredir las normas, que ahora frecuentan los sacramentos e invitan a sus amigos a ir con ellos al apoyo al estudio, en la “compañía para toda la vida” que han encontrado.
Tina, Altamura
Mirar a los chicos a la cara
He estado comiendo con un grupo de estudiantes que tienen dificultades con el Latín y con su joven profesora. En un momento dado una de ellas dijo: «¡Pero, profe, es que usted no nos deja en paz!», como para mostrar que en su clase nadie puede distraerse, porque la profesora se da cuenta enseguida y les llama la atención para que la sigan. La profesora, sin pensárselo dos veces, contesta: «es que cuando yo explico os miro a la cara». Se quedaron impresionadas con la respuesta, porque reflejaba un afecto por cada una de ellas, no la preocupación por mantener el orden. Esa breve discusión ha hecho que emergiera la verdadera cuestión de la enseñanza: que haya una mirada de simpatía auténtica por la persona. En la escuela de hoy en día hay acoso escolar, distracción, indiferencia, fracasos de todo tipo, pobreza intelectual, decadencia cultural, pero no es el análisis el que va a salvarnos de todo ello, ni retomar las normas de comportamiento y elevar la calidad de la enseñanza, aun siendo necesario, sino poder encontrar un adulto que se juegue su humanidad en una mirada.
Gianni, Abbiategrasso
El descubrimiento del ultra
He descubierto que puedo entrar en clase de dos maneras: o cargada de buenas intenciones para corregir, redimir, “aportar” algo bueno, o queriendo descubrir lo que la realidad quiere decirme y por lo tanto el rostro de Aquel a quien he encontrado. En el primero de los casos no cambia nada, ni en mí ni fuera de mí; en el segundo caso todo cambia. El ejemplo más llamativo de esto es uno de mis alumnos. Marcado por su comportamiento ya desde Primaria, definido como «sujeto de alto riesgo» desde que llegó al colegio; ultra del equipo de fútbol de la Roma, basaba todas las expectativas de su existencia en las victorias de su equipo, escribía en las paredes del pasillo las frases que coreaba en el estadio, fumaba porros y se metía coca en los baños. Al relacionarme con él me impresionó el afecto que me demostraba, por el hecho de que aunque a veces le sermoneo, sabe que le tomo en serio; es más, me resulta útil porque hace que me dé cuenta de que no sé cómo salvarle, pero tengo una simpatía profunda por su desastre humano, que en el fondo es como el mío. Poco a poco empezó a acercarse a la positividad que descubre en mí y un día, en un encuentro público en la escuela, dijo que había descubierto algo extraño en la única pasión que tenía en la vida, la Roma: tanto si el equipo ganaba como si perdía volvía a casa insatisfecho. Quería dar espacio a este descubrimiento; ahora esta pregunta era lo que le determinaba. Con el tiempo su cambio ha ido convenciendo a otros y ha demostrado a todo el colegio que el hombre no viene definido por su buen o mal comportamiento, sino por su corazón.
Vincenzina, Roma
Un espacio de libertad
Soy profesor de Historia y de Filosofía en un gran instituto de Bolonia. Aquí existe desde hace tiempo la tradición de las “actividades complementarias”, a las que se pueden apuntar los estudiantes por las tardes y que por lo tanto forman parte de la propuesta educativa del centro. Los temas van de la música a la psicología, del teatro en inglés a las filosofías orientales o la informática, con la única condición de que se inscriban un mínimo de quince alumnos. Cuando llevaba ya ocho años en este centro me surgió una oportunidad: ¿Por qué no aprovechar este espacio para proponer a los alumnos un trabajo sobre el Curso de don Giussani? El método sería: lectura, comprensión y discusión. Así nació el curso sobre El sentido religioso, frecuentado por cuarenta alumnos; en los años siguientes, otro sobre Los orígenes de la pretensión cristiana, y por fin, ante la mirada atónita de mis colegas, tampoco faltaron las inscripciones para ¿Por qué la Iglesia? También este año continuamos con el trabajo. ¿Qué representa todo esto en un instituto de mil trescientos alumnos? Un espacio de libertad y de comunicación. Incluso los recién llegados me hacen comprender aspectos nuevos y su sorpresa («es extraño, nunca he oído hablar así del cristianismo») me conmueve. Últimamente he empezado a pensar que esto es precisamente la escuela: la aventura de esa amistad inesperada entre alumnos y profesores que nace del descubrimiento. Esto siempre es posible.
Licia, Bolonia
El belén napolitano
Soy profesor de Filosofía y de Historia. Hace dos años por cambalaches de la administración escolar regional acabé dando clases en un instituto del Vómero (el barrio rico de Nápoles). Mis compañeros me advirtieron: te ha tocado una clase malísima, permanentemente soliviantados. Destacaban en ella los dos representantes del instituto, que naturalmente pertenecían al Colectivo organizado. Chavales “en contra de todo”: querían la ocupación, la huelga, levantar barricadas en las calles, estaban contra el director…“contra”.
Nos conocimos el primer día del curso. Leí en clase a mis autores preferidos. Parecía que las cosas iban bien pero no se evitó el asalto al instituto organizado por ellos. Policía, huelgas, manifestaciones, denuncias y contra-denuncias…El director convocó el Consejo de disciplina y propuso su expulsión durante quince días. Yo propuse treinta, discutimos animadamente. Al salir del instituto me encontré con mis dos alumnos: me estaban esperando. Empecé a hablarles: «¿Qué tal os va? Vamos al bar. Os han propuesto quince días, yo he propuesto que fueran treinta». Me contestaron: «No se trata de eso, profe. Este centro es una m. pero le hemos esperado para darle las gracias». Les dije: «Como estáis expulsados, ¿tenéis algo que hacer?». El caso es que a partir de ese momento comenzó un periodo intenso. Me fui con ellos a visitar las ruinas de Pompeya. Allí estuvimos hablando de Marx y de Jesucristo. Les propuse que vinieran a mi casa a poner el Nacimiento. «¿Podemos poner también a Masaniello (famoso cabecilla de una revuelta napolitana, ndt.)?». Por supuesto. Han pasado ya dos años y siguen viniendo a casa a poner el belén.
Marcello, Nápoles
La posibilidad de volver a empezar
La situación no es desesperada: decenas de indicios dicen que el corazón de mis alumnos y el de mis compañeros es irreductible, se puede violentar pero nadie puede eliminarlo. Escojo entre ellos dos. Durante las entrevistas algunos padres me han comentando que sus comidas están cambiando. «Estábamos acostumbrados a oír responder a nuestra hija a la típica pregunta: “¿Qué has hecho hoy?”, “nada”. Pero desde que usted le da clase, la atendemos porque nos lo cuenta todo». Una alumna me preguntó: «¿Profesor, si yo no estudiara Filosofía, podría ser como usted?». Hoy en clase, mientras explicaba a Pascal (la racionabilidad del cristianismo), algunos alumnos me han preguntado si podíamos vernos fuera del horario de clase para seguir hablando de lo que estaba diciéndoles. Ni me enorgullezco ni me enorgullecen: me asombro de que aquello a lo que pertenezco pueda encender el corazón. Esto es lo que hace posible volver a empezar.
Ángelo, Taranto
Concurso de poesía
Soy profesor en Como, en el centro de Formación Cometa, una realidad que acoge a chicos en situaciones difíciles, casi límite. Estoy encargado de una clase definida como “un poco difícil”, en la que a veces parece que reina el aburrimiento. Estábamos buscando un método nuevo para que las cosas que hacemos se conviertan en experiencia y secundamos la iniciativa de un concurso nacional de poesía para intentar dar a conocer los aspectos de la realidad que más afectan a nuestros chicos, pero que son más difíciles de decir: les propusimos un trabajo que tuviera que ver con todo. El título del concurso era “Con mis palabras”, todos los chicos lo han intentado y todos lo han conseguido. Nos han dicho muchas cosas, pero sobre todo, se han tomado en serio a sí mismos; por una vez han experimentado el nexo que existe entre ellos, sus deseos y la totalidad, han intentado primero escribirlo y luego recitarlo. Se han sorprendido escuchándose unos a otros, sí, ellos, los “chavales de 2º de textil”, o como se llaman ahora en broma, “los poetas del textil”. Ninguno de sus intereses ha quedado fuera o se ha eliminado, es más, este trabajo ha desvelado a cada uno algo nuevo de sí mismo. Se han quedado muy satisfechos de todo esto: «Esto es ya el comienzo de un juicio». Ah, se me olvidaba: excursión en autobús y traje de domingo para recibir la mención especial a la clase y el segundo premio de Denise. ¡No está mal!
Simona, Como
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