"Frente a estos problemas y a estas desilusiones, muchos tratarán de huir de las propias responsabilidades, refugiándose en el egoísmo, en los placeres sexuales, en la droga, en la violencia, en el indiferentismo o en una actitud de cinismo. Pero hoy yo os propongo la opción del amor, que es lo contrario de la huida". (Juan Pablo II. Galway. 1979)
Juan Pablo II está convencido y así lo ha manifestado alguna vez, de que el Concilio Vaticano II es el acontecimiento más importante para la Iglesia al final del siglo XX. Encantado con el pensamiento de Juan XXIII, continúa creyendo que todos los creyentes han de interpretar el Evangelio en el sentido de verlo con los ojos de su propio tiempo.
La Navidad de 1983, es la Navidad de nuestro tiempo. Tiene el mismo contenido invariable y sublime: por la Encarnación de Dios se inaugura en la tierra el Reino de los Cielos. Pero este Reino de los Cielos, en 1983, quiere elevarse e insertarse en medio de la técnica, de los videos, del progreso como antes lo hiciera entre la diligencia, la máquina de vapor o la catacumba.
Dios quiere nacer hoy, y reinar en la historia, cualquiera que sea la conmoción que la domine, por encima de los acontecimientos. Es más, lo hace para darles el auténtico sentido. El sentido de la historia radica en Él.
Su nacimiento es la puerta de la Nueva Tierra, la cuna de la civilización santa. ¿Por qué?. Porque sólo Un Dios, El Dios, podía restaurar la amistad quebrada por Adán y Eva en los comicios de la humanidad.
Quiere estar presente en el mundo y quedarse hasta el final de la vida para permanecer en su creación más unido, lo más cercanamente que se pueda estar, desde el pesebre hasta la Hostia, en un deseo de acompañar al hombre hasta la felicidad.
Nuestras conciencias religiosas tienen vacíos y los intentos por vivir cercanamente a Él se acompañan de dolorosas dificultades en todos los ámbitos de nuestra vida privada y pública.
Pero es la presencia cercanísima de la Natividad la que impulsa sin variantes a continuar en la tarea de construir el Reino.
Es la natividad lo que hace que no se huya de espanto ante esta magnitud que nos supera.
Dios -hombre- y además con nosotros, es no sólo nuestra garantía de éxito, sino la negación de abstracciones vacías en las que no se podría creer.
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