Va al contenido

Huellas N.07, Julio/Agosto 1998

COLABORACIONES

Vida cotidiana en la Románico Palentino

María Rodríguez Velasco

A través de pequeñas pinceladas, la riqueza del románico de Palencia. Sus imágenes revelan no sólo las costumbres de la sociedad medieval sino, sobre todo, la presencia del Infinito en el quehacer cotidiano del hombre. Su valor catequético nos lleva a decir con San Bernardo que «los mármoles más bien que los libros podrían servir de lectura...»


El románico palentino es, a pesar de su belleza y su gran diversidad, uno de los grandes desconocidos de la Península Ibérica. Esto se debe a que muchos de los núcleos parroquiales en torno a los cuales se desarrollaba la vida en el siglo XII, en la actualidad han quedado aislados y exigen un mayor esfuerzo para su localización. Pero esto no debe ser un obstáculo a la hora de conocer estas iglesias que sorprenden por sus impresionantes programas decorativos, síntesis del pensamiento y la vida del hombre medieval. Por eso es necesario una observación minuciosa de cada uno de los detalles de estas iglesias que a veces se pierden en la contemplación general de los edificios.

La Iglesia de Santiago en Carrión de los Condes
La portada occidental de esta iglesia, fechada entre 1170-1180, encierra una riqueza que no se capta con una mirada superficial. A primera vista lo más destacado es el friso superior presidido por el Pantócrator rodeado por los símbolos de los cuatro Evangelistas: ángel de San Mateo, león de San Marcos, toro de San Lucas y águila de San Juan. Flanqueando esta imagen central, que acoge con su bendición a todo fiel que se acerca a la iglesia, se disponen los doce apóstoles, seis a cada lado. Bajo este nivel superior de la portada, muchas veces pasa desapercibido el programa iconográfico de la arquivolta inferior, donde una mirada en profundidad nos lleva a descubrir en las 22 figurillas los diversos oficios o gremios que formaban parte del quehacer cotidiano en el medievo: el cantero tallando la piedra, el escriba ante su atril, el herrero con un gran fuelle avivando el fuego, el cocinero, el sastre con sus tijeras rematando su obra, el músico, el alfarero, el cerrajero.... Este programa iconográfico se completa con las imágenes del Purgatorio y del Infierno labradas en los capiteles inferiores de la portada. Al unir estos tres niveles: cielo, tierra, purgatorio-infierno vemos que lo divino y lo humano forman un “todo” inseparable donde se verifica la presencia del Infinito en lo cotidiano. Además la representación se hace muy concreta para el fiel, acogido en la sencillez de su trabajo por la majestad del Pantócrator.

La ermita de San Pelayo de Perazancas
Esta visión teocéntrica que subraya la presencia de Dios en la vida cotidiana del pueblo es, si cabe, más clara en la representación de los calendarios medievales donde “Cristo es considerado como el ordenador de los ciclos temporales representados en las tareas agrícolas. La expresión plástica de esta idea la encontramos en las pinturas que decoran el ábside de la ermita de San Pelayo, donde, a pesar del estado de conservación, se aprecian con claridad las labores agrícolas propias de algunos meses. Bajo la presencia dominante del Pantócrator, se despliega un friso donde la fragmentación de las escenas no impide apreciar algunos de los arquetipos utilizados en el medievo para personificar los diversos meses: un personaje bifronte alude al mes de enero que con una cara contempla el fin del año y con otra el comienzo del año venidero; un hombre calentándose en el fuego identifica al mes de febrero; la siega hace referencia a julio, mes de los cereales; el majamiento alude al mes de agosto; la vendimia es propia de septiembre y, por último, la recolección de octubre. Es posible que el ciclo estuviese completo en origen pero lo importante es la transmisión del mensaje: Cristo como Señor del tiempo, como presencia determinante del trabajo de los labradores castellanos. La presencia del Pantócrator hace más concreta su protección sobre los días de siembra y de cosecha.

La Iglesia de San Cipriano en Revilla de Santuilán
En esta misma línea es digna de mención la portada de esta iglesia, enclavada en un pequeño pueblecito palentino, en la que el propio artista sacraliza su trabajo al representarse como parte de un escena del Nuevo Testamento. Merece la pena hacer un alto en el camino y buscar la llave de la iglesia entre los vecinos del pueblo, pues no es posible contemplar la escultura directamente, ya que ha sido porticada para una mejor conservación. Este recogimiento hace más impresionante la contemplación de la arquivolta que se ha convertido en una gran mesa en la que Cristo y sus apóstoles celebran la Ultima Cena. Pero lo más curioso del conjunto, además de la minuciosidad en los detalles de la mesa (panes, platos...), es que el propio escultor comparte protagonismo con los apóstoles al incluirse en el extremo derecho de la arquivolta. Y no sólo se representa sino que firma y data su obra: “Michaelis me fecit. 1075”, rompiendo este epígrafe la idea del anonimato de los artistas en el medievo. Se autorretrata, al igual que hemos visto en los labradores y los diversos oficios, en el momento de realizar su trabajo, armado con el mazo y el cincel y mirando atentamente a otro personaje que, frente a él en el extremo izquierdo de la arquivolta, lee un libro. Posiblemente un pasaje de los Evangelios alusivo a la Santa Cena, porque en el románico es notable el paralelismo entre los textos canónicos y las imágenes. Como centro de la composición, la figura de Cristo que bendice en este caso no sólo a sus discípulos, sino también al escultor que lo glorifica con su obra.

La Iglesia parroquial de San Fructuoso, en Colmenares de Ojeda
Escenas de la vida cotidiana encontramos también en la decoración escultórica de las pilas bautismales, que bien merecen una ruta independiente por su riqueza iconográfica.3 Valga como ejemplo más significativo la pila conservada en la iglesia de San Fructuoso cuyo frente muestra una de las escenas más completas del bautismo por inmersión celebrado en el medievo, con todos los personajes y pormenores que éste requiere: sacerdote, diácono, catecúmeno y padrinos se rodean de otros asistentes a la ceremonia. Pero no se trata de una simple reproducción “fotográfica” del acontecimiento, sino que éste adquiere pleno sentido si lo estudiamos en paralelo al episodio que completa esta pila bautismal: las tres Marías ante el sepulcro vacío. Porque la yuxtaposición de estos temas presenta ante el fiel la imagen del Bautismo como signo de Vida, de resurgir a una nueva vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página