Ha pasado casi cuarenta años cara a cara con los chavales y su corazón, en los institutos más dispares. Y con una pregunta que dio la vuelta a su trabajo. Mariella Carlotti “narra” a los jóvenes de hoy, a través de hechos y rostros indelebles
«El hombre solo quisiera solamente dormir». Mariella Carlotti ve cómo estas palabras proféticas de Cesare Pavese se cumplen en muchos jóvenes de hoy. «Mejor dicho, en muchos jóvenes porque pasa lo mismo en muchos adultos». Durante casi cuarenta años ha dado clase de Filología italiana a lo largo y ancho de Toscana y Umbría, en institutos estatales dispares: liceos, institutos de administración y contabilidad o técnico-agrarios. Luego, veintidós años en un instituto profesional de la periferia. Actualmente, es directora del prestigioso Conservatorio San Niccolo, que va desde la guardería al liceo, situado en el centro de Prato, en un antiguo monasterio de 1300. En el marco de esta joya de arte e historia, entre frescos y bóvedas, espacios de románico, olivos y claustros renacentistas, se ha percatado en seguida de que «en el instituto profesional o aquí, el problema de los chicos es el mismo, el ideal. Encontrar un sentido para vivir».
Le llama la atención lo que le cuesta a los chavales levantarse por la mañana, porque es síntoma de que «la realidad no les precede». Prefieren quedarse por ahí hasta altas horas de la madrugada. «De día la realidad se te impone, de noche te la inventas tú». En el Instrumentum Laboris con el que la Iglesia ha marcado la dirección para el Sínodo sobre los jóvenes, que se ha abierto este 3 de octubre, se describen muchos rasgos de las nuevas generaciones: la falta de tradición y de padres, el impacto de la tecnología, la fragilidad... «Dice mucho esta incapacidad de vivir durante el día. Cuando un chaval encuentra algo muy importante no ve la hora de levantarse pronto. Llevo años comprobando que el primer desafío es mantenerlos despiertos, están allí sentados en sus pupitres, pero como apagados».
Cuando la dificultad está en la raíz misma, como si se encontraran vacíos de energía para apasionarse o adherirse a una propuesta, ¿cómo acompañarlos tal como desea y pide la Iglesia? Carlotti responde con una frase de Romano Guardini que tiene en su escritorio desde que empezó a dar clase: «Nuestros jóvenes están heridos por esta horrenda batalla. Hay que hablarles dulcemente como se habla a quien vuelve de lejos. Durante doce años han sido confiados, indefensos, a maestros cuya sola ambición era impedir que pensaran por sí mismos. Ahora hay que intentar restituir a nuestra juventud la inquietud de espíritu. (...) Pero no debemos tener prisa». Se refería a los jóvenes salidos de los años del nazismo. Ciertamente, hoy el "poder" es otro, «pero hay que hablarles dulcemente, como se habla a quien vuelve de lejos, porque viven en un mundo que no los ayuda a usar la razón. Y, sobre todo, no hay que tener ninguna prisa».
Piensa en seguida en Luca. Hace unos meses, durante la elegante fiesta de este precioso instituto, se presenta un hombre joven, un fontanero, todavía con el mono de trabajo y con un paquete bajo el brazo. Va derecho hacia ella: «Profe, ¿se acuerda de mí? Luca Mascagni. Me gradué en 1999». Cuenta que fue tremendo, que la volvía loca, «pero en el último curso, uno de los últimos días de clase, usted leyó un poema de Montale: Ho sceso dandoti il braccio... (Bajé dándote el brazo, ndt.) Y se conmovió mientras lo leía. Yo di un salto y empecé a hacer el tonto y bromear: "¡Alto todo el mundo! Llamad al 112, ¡ha enloquecido! ¡Llora por un poema!". Todos reían. Pero usted me miró con una tristeza que no olvidaré jamás. Y con una ternura que tampoco olvidaré, me dijo: "Luca, cuando te enamores, cuando te cases y tengas un hijo... tú también llorarás". Durante el recreo, fui a verla por primera vez para pedirle si todavía podía apuntarme a la convivencia de Gioventù Studentesca. Fueron los cuatro días más bonitos de mi vida, incluso más que el viaje de novios». Para de hablar y le entrega el paquete que lleva bajo el brazo: el poema enmarcado. Al cabo de diecinueve años. «El fenómeno educativo es impresionante», dice Mariella. «Qué de cosas le diría en esos años, cuántas veces les invitaría a algún momento de GS. Pero lo que pasó ese día fue lo que hizo brecha en él. Ese día en que me expuse delante de ellos».
Esos años marcaron para ella un punto de inflexión. Siempre había enseñado con pasión. «Quería comunicar a otros lo que yo había encontrado con el movimiento. Fue un encuentro fulgurante y no tenía otro objetivo que el que los demás lo conocieran. Por lo demás, el único modo para darte cuenta de lo que te ha pasado no es pensar en ellos, sino entregarlo a otros, traficarlo». Sin embargo, esa pasión «no fue suficiente». Llevaba dos años en el instituto profesional, una escuela que «no parecía una escuela», con chicos violentos, cerrados, cuando el director le asignó un curso de cuarto tremendo, con 15 italianos y 16 extranjeros. Ella se niega. El otro insiste. Tras aceptar, de vuelta a casa, se para como otras veces en el área de servicio de Peretola Sur para echarse un buen llanto, porque era demasiado. Pero rezando a Dios, le viene un pensamiento: «¿Y si fueras Tú el que me das esta clase para cambiarme?».
«Con esa pregunta me planteé de nuevo el problema de la educación», comenta. «Hasta ese momento había dado clase, pero no había educado. La promesa de mi trabajo era que cambiaran ellos, no yo». Los jóvenes de hoy «son distintos a los de nuestra generación, no cabe duda. Son tan distintos que me impulsan a cambiar yo. No puedes decirle a un chaval: cambia, usa la razón, usa el corazón, gusta la vida... No tienen ni idea de lo que les estás diciendo con eso. Solo pueden seguir a un adulto que tiene el corazón despierto, que usa la razón y que está cambiando gracias a ellos. Siguen solo a aquel que está siguiéndolos a ellos. Cuando caí en la cuenta de que don Giussani me seguía, es decir, que conocía y tomaba en serio mi corazón, tuve el deseo de conocerle. Un padre te sigue, un amo te dice qué tienes que seguir».
El año pasado se presentan los chicos de quinto para explicarle la tradición del baile del liceo. Habían alquilado siempre una discoteca, pero querían hacerlo en el instituto. «Señora directora, ¿nos dejaría el antiguo granero para el baile de este año?». «Os doy permiso para hacerlo, pero solo si lo hacéis en las Salas Valentinianas». Las más refinadas del instituto, las estancias neoclásicas del Gran Duque de Toscana, donde cada centímetro cuadrado está bajo la tutela de Bellas Artes. Y donde nunca meterías a decenas de chicos para una fiesta. «Me arriesgué, porque estoy convencida de que el banco de pruebas de la educación es "la noche del sábado", el tiempo libre, la diversión. Yo que, por cómo soy, jamás habría elegido una fiesta así, me vi deseando que fuera una fiesta bellísima. Lo fue. Tanto que no necesitaron pasarse, ni emborracharse. Cuando les estimas, dan lo mejor de sí».
Otro rasgo que ve en los chavales es lo que define «el odio por Leopardi». En estos años, en sus clases ha propuesto El infinito junto con La niebla de Pascoli. Escritas a cien años de distancia, la segunda "polemiza" con la primera. «Para Leopardi la realidad es toda ella una invitación, y el límite exalta la urgencia de infinito». Pascoli, en cambio, lo que pide es solo ver el seto de la huerta, y el ciprés, luego dos melocotoneros, dos manzanos solamente, y que la niebla oculte las cosas que quieren que yo ame ¡y que vaya! Cuando la escuchan, los chicos no tienen dudas: Pascoli tiene razón. ¿Por qué? «Es el mito del nido», dice Carlotti (el nido defiende al que está dentro, representa el intento de recuperar la edad de oro, es decir la infancia, el único tiempo verdaderamente sereno, ndt.). «Dicho en otros términos, vivir en una "burbuja". No querer ir más allá, no hacerse preguntas, contentarse con lo propio». Pascoli era consciente de que esto pasa cuando no se tienen padres. Porque ya no hay quien se complace con nosotros, quien nos perdona, como dice en otro de sus poemas, Los dos huérfanos. «Pero cuando encuentras a un padre, a uno que te demuestra que la vida es una aventura positiva, entonces dejas de soñar con quedarte más acá del seto. Tienes el valor de amar a Leopardi».
Nadie está inmune de la tentación de quedarse en "espacios protegidos". Cualquier lugar puede acabar siendo un refugio. «Con los chicos de GS, aquí en Prato, hace dos años asistimos a una eclosión de vida. Luego, la crisis. No entendíamos qué había pasado si lo que hacíamos era lo mismo que antes. Una tarde, comentándolo juntos, nos dimos cuenta: estábamos tristes porque nos habíamos olvidado del comienzo. El movimiento nace por un encuentro, no por un grupo. Meterte en un grupo te protege, te tranquiliza, te cierra. El encuentro te abre de par en par y te hace vivir. Cuando uno encuentra el movimiento, siente como "movimiento" su clase, su familia, el mundo entero». Giussani escribía que la juventud es la edad más racional. «Es cierto, porque los chavales tienen hambre de razones. A lo mejor, inconscientemente, como decía él, quieren el fin, una razón para vivir». Ser “viejos" es ser escépticos. «Normalmente, es difícil hacerse mayores sin hacerse "viejos". Le debo al movimiento el que a los 58 años siga entusiasmándome por lo verdadero. Cuando lo sorprendo en mí, comprendo que no es algo "mío", es una gracia, que no solo he recibido, sino que recibo ahora». ¿Qué significa no envejecer? «No creerse “sabios y entendidos". Es vivir al borde de lo que sucede».
Michele era un chaval de quinto, plurisuspendido, cuya madre intentó quitarse la vida. Mariella le asigna la tarea de montar cada mañana el vídeo proyector. Un día se autoinvita a su casa y aparece con esta pregunta: «Profe, mi madre tiene 50 años. 25 los ha pasado triste porque estaba sola, los otros 25 triste a causa de mi padre. Yo tengo 21 y ya he pasado por lo que sufrió ella, porque conozco el sabor de la soledad y el de la desilusión de las relaciones. ¿Usted cree que hay una alternativa a estas dos cosas? No me hable de Dios, la Virgen y los santos. Quiero una respuesta concreta». «¿Por qué has venido a preguntármelo a mí?». En ese momento la profe se volvió a sorprender de que «nuestro corazón intuya la respuesta como un lugar donde poder plantear la pregunta». Hoy Michele estudia Filología porque quiere dar clase. Los documentos preparatorios del Sínodo insisten en la urgencia de una «nueva cultura vocacional», porque a menudo también en la Iglesia reducimos la vocación a una forma, a una "opción de vida". «Después de la selectividad, no sabía qué camino tomar», cuenta Carlotti. «Los adultos me decían que pensara en el dinero, en la estabilidad; mis coetáneos en lo que me gustaba. Yo estaba incómoda: por una parte me sentía mortificada, por otra sobre arenas movedizas». A primeros de octubre todavía no había elegido la universidad, pero escucha por primera vez hablar a Giussani, que dice a los chavales: «Para elegir los estudios o el trabajo, la pregunta que cada uno debe plantearse es: yo, tal como soy, ¿cómo puedo servir mejor a Dios en el mundo?». «Aquel hombre era un padre. Padre es quien te plantea una pregunta con una perspectiva de totalidad. En un camino vocacional, si quitas este horizonte cada particular se convierte en el "todo". Deja de ser un camino humano, que es lo más importante. Un camino que cuente con tu humanidad, que sea respetuoso de la libertad, razonable y afectivo». Todos necesitamos una educación vocacional. «Muchos padres me dicen que tienen miedo de sus hijos que todavía no tienen diez años. Lo mismo vale para los profesores, para cualquier adulto. Tenemos un problema objetivo, pero lo formulamos mal: no se trata de ayudar a los chicos a vivir, sino de comunicar lo que vivimos. Y, por lo tanto, lo que nos ayuda a nosotros a vivir».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón