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Huellas N.9, Octubre 2018

PRIMER PLANO

Rompamos las burbujas

José Medina y Martina Saltamacchia

Greg Lukianoff ha dedicado años de estudio a la Primera Enmienda a la Constitución americana en la School of Law de Stanford. Para él, el derecho a la libertad de expresión es casi una obsesión. Hoy es considerado uno de sus defensores más obstinados en el ámbito educativo, y desde 2006 es presidente de la FIRE, la Fundación por los Derechos Individuales en la Educación, donde atiende casos de despidos, suspensiones o procedimientos disciplinarios relacionados con la libertad de expresión en las universidades. En su último libro, The Coddling of the American Mind, critica la creciente exigencia de los estudiantes de reglamentos que les eviten el impacto con ideas y opiniones que les puedan turbar. El objetivo sería crear lo que Lukianoff llama espacios safe, seguros. Algo que considera peligroso para la formación humana y cultural de los jóvenes porque, dice, generan la bubble mentality, la mentalidad de la burbuja: nosotros dentro, junto a los que piensan como nosotros, y el resto del mundo fuera.

En su libro habla de un punto de inflexión que notó en un momento preciso, el año 2013. ¿Qué vio?
Cuando empecé a trabajar, hace 17 años, los estudiantes eran sin duda los defensores más feroces de todas las cuestiones relacionadas con la Primera Enmienda y la libertad en la universidad. Pero en 2013 empecé a notar una tendencia preocupante: esos mismos estudiantes empezaban a moverse contra la libertad de expresión.

¿En qué sentido?
A finales de octubre de 2013 se canceló una conferencia que el comisario de policía de Nueva York, Ray Kelly, iba a dar en la Brown University. El hecho de que le retiraran la invitación no era en sí una gran novedad. Ya habíamos visto casos similares en el pasado, aunque no era frecuente. Pero lo que sí era nuevo era la reacción de alegría con que se celebró el hecho de conseguir callar a alguien en la universidad, en vez de haberse preparado para plantearle preguntas complicadas. Era más o menos el mismo periodo en que empecé a oír hablar de trigger warnings, micro-agresiones –un término que, hasta ese momento, no me resultaba familiar– y exigencias de nuevos speech codes, “códigos de expresión". Francamente, me pareció como si todo eso hubiera pasado de un día para otro.

¿Qué nos plantea la idea de que haya que protegerse de las "micro-agresiones”?
El concepto de micro-agresiones me suscita mucha simpatía. Como estudioso, es un argumento que me parece intrigante. Me interesa mucho entender las modalidades en que nos ofendemos. Mi padre es ruso y mi madre inglesa, y tienen actitudes extremadamente distintas respecto a lo que significa no ser ofensivo y el equilibrio entre esa actitud y la sinceridad... Pero como abogado especializado en causas relacionadas con la Primera Enmienda, soy muy consciente de que cuando se pone algo tan amplio y vago en manos de cualquiera, rápidamente puede convertirse en un potentísimo “código de expresión".

¿Pero no es algo bueno promover normas de buena educación?
Las “normas de buena educación" son el concepto más variable de cualquier cultura, incluso dentro de una misma cultura. Culturas diferentes tienen normas diferentes. En los colleges americanos, los estudiantes que vienen de fuera tienen normas muy distintas. Estudiantes que vienen de clases socioeconómicas distintas tienen normas distintas. Tener códigos de expresión comunes tan específicos como las políticas de micro-agresión y, al mismo tiempo, poder seguir siendo tolerantes y mentalmente abiertos resulta muy difícil. Aquí se da una tensión profunda y muy significativa.

Usted habla a menudo de safetism, "segurismo”. ¿Qué quiere decir?
Para mí, el safetism es una sacralización irreflexiva de la seguridad, tanto emotiva como física. Indica la transformación del justo interés por la seguridad en algo sagrado que no acepta compromisos, a cualquier precio. Más allá de cierto límite, cuando se sacraliza, obsesionarse por la “seguridad" puede llegar a ser peligroso, convirtiéndose en un comodín que gana a todas las cartas. Porque cuando usas la seguridad como argumento, siempre ganas. Pero la seguridad emotiva es una pseudoseguridad. Por ejemplo, cuando alguien dice en clase «no me siento seguro» quiere decir que algún argumento o punto de vista le hacen sentir a disgusto, pero no hay nada más dramático que esto. Crear confusión es arriesgado.

¿De dónde viene este énfasis en la seguridad?
Del movimiento social por la seguridad de los niños, que efectivamente en los últimos treinta años ha tenido un éxito enorme en la disminución de muertes en accidentes y secuestros. Muchos quieren seguir desarrollando esa línea hasta alcanzar la seguridad al 100%, pero intentando reducir el peligro se están creando nuevos riesgos.

¿Qué tipo de nuevos riesgos?
Intentando proteger a tus hijos de cualquier peligro posible que pueda asomar, les puedes hacer extremadamente temerosos, hasta niveles que no están justificados, porque estamos mucho más seguros hoy que hace treinta años, según todos los parámetros de evaluación. Así volvemos a la gente paranoica, les quitamos su puesto de control, en la práctica hacemos que perciban que por sí mismos no pueden llegar a estar seguros físicamente, y por tanto deben esperar que una figura autorizada les diga cuándo están a salvo. Esto no es saludable ni para un individuo ni para una sociedad.

En su libro habla de cómo nuestra obsesión por la seguridad de nuestros hijos nos ha llevado a enseñarles ciertas "no verdades” que favorecen distorsiones cognitivas, como fiarse siempre de sus propios sentimientos...
«Tus sentimientos siempre te dicen lo correcto» suena bien, pero en último término no es verdad. Especialmente los que tengan cierta familiaridad con la psicología o la filosofía saben perfectamente que no debemos aceptar acríticamente cualquier cosa que sintamos. Algunos problemas de la vida se pueden evitar si tratas tus emociones como informaciones en vez de como indicaciones.

También habla de cómo a menudo comunicamos a los jóvenes la convicción de que el mundo está dividido entre "buenos” y "malos”, algo que suena particularmente familiar en el clima político actual...
Que el mundo esté en una lucha constante entre buenos y malos es la gran no-verdad de la polarización, aunque nos salga como instinto natural mirar el mundo como una lucha maniquea entre el bien y el mal. Si miras el modo en que se articulan las batallas en la universidad, todo es un pensamiento binario, “blanco o negro". Pero esta falsa representación de un mundo que en realidad es mucho más complejo solo nos puede llevar a una polarización aún mayor.

Pero en la base de estas tendencias, ¿no hay también un cierto malentendido de la naturaleza humana, un énfasis sobre su fragilidad?
Cuando definimos a la gente como frágil o firme, estamos olvidando toda una tercera categoría de la que habla Nassim Taleb en su libro Antifragile: Things that Gain From Disorder (“Antifrágil. Las cosas que se benefician del desorden"). Algunos tipos de sistema, incluso el cuerpo humano, sacan beneficios de factores de estrés y en realidad se vuelven frágiles si no los experimentan. Por ejemplo, cuando envías a alguien al espacio, sin gravedad sus articulaciones se deterioran rápidamente. Por salud física, desafiarse uno mismo es esencial.

¿Y esta analogía vale también cuando hablamos de desarrollo intelectual?
Me parece muy persuasiva la idea de ciencia liberal de la que habla Jonathan Rauch en su maravilloso libro de 1993, Kindly Inquisitors. La ciencia liberal es un sistema donde cualquiera puede proponer ideas o combatirlas en público, y nadie puede jactarse de tener conocimientos especiales. Puedes ser un experto, sí, pero al mismo tiempo no es que mi autoridad descienda de Dios y por tanto soy perfecto. En este sistema, el continuo planteamiento de preguntas debe proseguir siempre, y ninguna discusión acaba nunca definitivamente. Si se practica de manera rigurosa, bajo la forma de una libertad académica y científica, puede llevar a ideas mejores, que resistan el paso del tiempo. Diría que la ciencia liberal es un sistema antifrágil.

¿Las personas también son «sistemas antifrágiles»?
Sí, decididamente. Ahora, como también reconoce Nasseb, en cierto punto algo puede matarte, o puede suceder algo que se quede como un daño permanente, pero no deberíamos asustarnos del riesgo hasta el punto de retirarnos tanto. Al intentar ayudar a la gente a recuperarse de situaciones traumáticas o muy dolorosas, el psicólogo trata de poner en cuestión algunas de las percepciones que esa persona tiene de sí misma. Desafortunadamente, me parece que, en la práctica, en la universidad estamos haciendo justo lo contrario. En el capítulo que abre el libro, contamos la historia de un estudiante que va al servicio de apoyo psicológico de la universidad, y el psicólogo le pregunta: «¿Sientes ansiedad?». A la respuesta afirmativa del estudiante, el psicólogo responde: «¡Oh, no! Entonces debes estar en grave peligro. También debería advertirte de que si te sientes así y te expones a cosas que te dan miedo, probablemente te harán daño para siempre y no habrá nada que yo pueda hacer por ti. Busquemos lugares donde te puedas esconder...». Ningún psicólogo respetable daría un consejo de este tipo. Sin embargo, implícita y explícitamente, con algunos de nuestros programas universitarios estamos predisponiendo a nuestros alumnos a autoconvencerse de ciertas profecías: si crees que eres frágil y realmente no puedes afrontar no solo un trauma sino tampoco las simples abrasiones de la vida diaria, al final te conviertes en esto. Supone un perjuicio tremendo para los jóvenes, que en cambio en su estado natural son en realidad bastante resilientes.

En la práctica, está diciendo que para crecer y desarrollarse plenamente debemos encontrarnos con diferencias y desacuerdos, y que si dejamos fuera este contraste acabamos incrementando una profunda debilidad...
Parto de una generalización muy sencilla. La mayor parte de la historia de la humanidad es una búsqueda de viejas y nuevas certezas que nos permitan pararnos, que nos libren de tener que plantearnos preguntas complicadas sobre el significado de la vida. Hace falta un cierto recorrido para acostumbrarse a un mundo donde, en cambio, puedes convivir con incertidumbres y ambigüedades, y aún más, llegar a un estado donde en cierto sentido disfrutas, donde el misterio y la ambigüedad de la vida que te rodea se convierten para ti en algo más fascinante que aterrador. Por tanto, una educación impartida correctamente debe ser de algún modo “dolorosa”, porque tiene que romper algunas de tus certezas. Explorando el mundo de las ideas, necesariamente tienes que atravesar una cierta cantidad de dolor emotivo y dificultades. Parece irreverente, pero si cursas cuatro años de universidad sin haberte puesto seriamente en cuestión, sin haberte sentido provocado y en algún caso ofendido, deberías pedir que te devuelvan el dinero, porque eso significa que no te han desafiado lo suficiente...

La cita con la que comienza el libro dice: «Prepara al niño para el camino y no el camino para el niño». ¿Qué quiere decir?
Tengo dos niños pequeños maravillosos. Comprendo el deseo de proteger, casi a un nivel cósmico. Lo entiendo, de verdad. Pero leyendo algunos estudios recientes sobre paternidad, parece que casi nos estén diciendo a voces: «¡Guau, entonces casi todos los padres que conozco están haciendo exactamente lo contrario de lo que deberían hacer!». En su Achtung Baby: An American Mom on the German Art of Raising Self-Reliant Children (“Achtung Baby: una madre americana sobre el arte alemán de criar niños autosuficientes), Sara Zaske afirma que criar a un hijo con independencia y una cierta tolerancia al riesgo se ha vuelto muy importante para los padres alemanes, especialmente a la luz de su pasado totalitario. Así es, me gusta muchísimo que haya decidido decir a los padres: escucha, sé que para nosotros, como padres, esto no es fácil, nuestro instinto nos lleva a tener a nuestros hijos cerca y protegerles de todo, pero debemos superarlo por su propio bien.

Entonces, ¿en qué debería cambiar la educación?
En EEUU, la encarnación del modelo educativo siempre han sido Tom Sawyer y Huckleberry Finn, los personajes literarios libres por excelencia. Pero hoy ya no es así. Los jóvenes que vienen a nuestras universidades más prestigiosas tienen actividades programadas desde las seis de la mañana hasta la hora de irse a dormir. No tienen mucho tiempo libre, no pueden desarrollar modos de resolver conflictos sin que alguien intervenga. Por tanto, no deberíamos sorprendernos por encontrarnos estos problemas en la universidad. Los jóvenes necesitan más independencia y menos tiempo programado. Necesitan todas esas cosas que se han liquidado casi como un extraño tipo de autoindulgencia. Debemos decidir cuáles son nuestras prioridades al criar a nuestros hijos: ¿controlar sus vidas hasta el infinito, de modo que puedan tener una mínima oportunidad de entrar en Stanford o Harvard, o tener personas sanas y felices que participan en una democracia funcional y gobernable?





 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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