A cargo de Carmen Giussani
Y una mañana decidí...»
Os he conocido a través de "un amigo". Nuestro encuentro fue fortuito. A través de las redes sociales.
No sé qué buscaba él. Yo os buscaba a vosotros, sin saberlo. Mi amigo estaba en el Meeting de Rímini y me iba trasmitiendo lo que allí pasaba. No entendía nada. No sabía qué era Rímini. Jamás había oído nada de Comunión y Liberación. Empecé a buscar en internet. Quién es don Giussani, qué es el movimiento, etc. Un día, mi amigo me envía una frase que me descoloca. Había ido a Loreto y, a la vuelta, me dijo que había pedido que yo abrazara la realidad que Dios quisiera para mí. Que yo abrazara la realidad que Dios quería para mí. No entendí nada. Y seguí buscando en internet. Entré en la página del Meeting. Cambiar el mundo. Recordé mis anhelos perdidos de adolescente. Mi amigo seguía intentando responder unas preguntas sin sentido. Una entrevista a Mikel Azurmendi relataba su vida desde ETA y nombraba a personas de CL. Giussani, Prades, Fernando de Haro, Julián, Nacho... Pregunté por todos "a internet" que me respondía mucho más rápido que mi amigo desde Italia. Empecé a preguntarle menos y desenvolverme sola. Me sentí golpeada por dentro. Leí a don Giussani. No leía, devoraba. ¿Dónde había vivido yo todos estos años? Mi amigo volvió a Madrid. Nos conocimos y hablamos sin parar. Un mes hablando. Preguntas y más preguntas. Las cosas se van aclarando. Pero se van aclarando, más que por lo que me explica, por lo que yo veo de él. Lo que no he visto en muchos que se hacen pasar por cristianos. Coherencia. Una experiencia de Cristo que ilumina. Va a lo esencial, que es Cristo. Sí. No he tratado personalmente a don Giussani, ni a Julián, ni al resto, pero ahora los conozco. Salí hace unos años de una experiencia traumática y dolorosa. La gran suerte fue que Jesús no me soltó de su mano. Ahora mi corazón me va diciendo que sois distintos. Hay frases que me impactan tanto que es como si mi interior se detuviera en ellas y me llevara a reflexionar y profundizar en su significado. Una mañana decidí: «Yo quiero tener esa experiencia de Cristo». Sin decirle nada a mi amigo. Busqué la sede del movimiento en Madrid. Fue todo muy cordial. Me regalaron el Libro de las Horas, un número de Huellas, el cuaderno de los Ejercicios y mucha información. Todo era un lío. Llevaba una hora en la sede, cuando alguien dijo vamos a rezar. Y rezamos el Ángelus. Mi asombro era muy grande. Ya en casa llamé a mi amigo y le conté. ¿Qué son las Horas? ¿Qué es la Escuela de comunidad? Le dije que iba a ir el lunes siguiente a una reunión a la iglesia de la Asunción, que está cerca de mi casa. «Si quieres te acompaño». Mi primer contacto con la Escuela de comunidad. ¿Qué es el libro rojo? ¿Dónde lo compro?
Al inicio una canción gallega, Negra Sombra. Fue un regalo. Yo soy gallega, me la sabía y la canté por dentro. Fue un guiño y una señal y un abrazo de bienvenida.
A lo largo de la Escuela me emocioné al comprobar que las segundas oportunidades son buenas y Dios me las estaba ofreciendo. Con calma y tranquilidad, he comenzado un camino a partir de un encuentro. Y vosotros no os dais cuenta. Cuando aparece un extraño como yo, no sois conscientes de lo que ocurre: después de cada Escuela soy mejor. Eso es una gracia que viene de Dios. Y que late en cada Escuela. Quizás porque estoy en párvulos y todo me asombra y todo me sorprende. Pero no os dais cuenta de que el Espíritu aletea en cada Escuela. Ahí está el carisma de don Giussani.
Ángela, Madrid
Las preguntas de Wenders y las respuestas de Francisco
Que un cineasta laureado como Wim Wenders, siempre atento a los dramas del presente y en lucha con su propia tradición cristiana (discutida, alejada, recobrada...) haya querido plantear al obispo de Roma sus preguntas más hondas, sus encrucijadas y angustias, es ya una noticia relevante. La película El Papa Francisco, un hombre de palabra arranca con una sugestiva imagen de la llanura de Asís sobre la que el propio Wenders expone su personal visión del drama humano en este momento histórico y se pregunta "cómo podemos vivir hoy". Es la pregunta que recorre hora y media de hermoso y serio documental sobre cinco años de pontificado. No se trata de una suerte de película canónica sobre el pontificado, ni una tesis sobre el magisterio de Francisco o sobre la Iglesia en el mundo actual. Es el diálogo entre un corazón que busca respuestas y Francisco. Una primera sorpresa nos la ofrece el título escogido. Las palabras no tienen hoy demasiada buena prensa, tampoco en la Iglesia. Decimos con frecuencia que hay que estar a los hechos, que lo que importa es el testimonio, contraponiéndolos a lo que llamamos "discursos"... Como si el testimonio y los hechos no requiriesen de palabras que los expliciten, y como si las palabras verdaderas no conllevaran siempre una dimensión de testimonio. Pues bien, Wenders subraya el peso, la densidad y el valor de la palabra de Francisco no solo en el título, sino en todo el recorrido. Es su palabra, claro, la del jesuita llegado del fin del mundo a la sede de Pedro, pero es también la palabra de la Iglesia a lo largo de su historia, y la película permite apreciar ese nexo indivisible. Es muy impresionante cómo aborda Francisco el gran misterio de la libertad a la hora de responder sobre el mal en el mundo, pero también sobre la iniciativa del hombre en la historia, sobre el compromiso por la justicia o las relaciones con el poder. Creo que esta clave impedirá cualquier lectura reducida o ideológica de la película, y además señala el corazón del anuncio cristiano: la encarnación, muerte y resurrección de Cristo por nuestra salvación. Ignoro hasta qué punto Wenders ha sido consciente del recorrido que lleva de la fe en Jesús a esa forma de estar en el mundo que llamamos caridad, que se expresa en el abrazo del Papa a las llagas de los hombres, pero la película permite reconocer ese hilo de oro indispensable para entender por qué la Iglesia, con toda la pesadez de los pecados de sus hijos, sigue siendo hoy un faro de esperanza para alguien como este cineasta alemán.
De principio a fin Wenders “juega" con el paralelismo entre San Francisco de Asís y el primer Papa que ha elegido su nombre, desde aquel "repara mi casa" que escuchó inicialmente el poverello hasta su amor por la naturaleza, su comprensión de la pobreza o su sentido del bien común de la única familia humana. Pero es el propio Papa quien se encarga de aclarar que el centro de la vida de San Francisco es el amor a Jesús, y que una Iglesia que pusiera su confianza en cualquier otra cosa que no sea Jesús se convierte en una ONG de beneficencia o de cultura, nada más. Precisamente la conciencia y la emoción dominantes que me acompañaron a lo largo de esta película, al ver a Francisco encontrarse con gentes de toda condición y en los más diversos países, era justamente que allí se hacía presente Jesús.
José Luis, Madrid
Mucho más de lo que pienso
Hace unos 4 años comenzamos a hacer caritativa en el Ambulatorio Venezuela, donde viven niños con fuertes discapacidades físicas y mentales. Es una realidad muy desafiante, resulta imposible entrar en ese ambulatorio y no quedarse en silencio frente al sufrimiento. Don Giussani siempre nos recuerda que nosotros no vamos a la caritativa para salvar a nadie, sino, ante todo, para compartir las necesidades de los demás y aprender qué necesitamos todos. Recuerdo que cuando entré en ese ambulatorio tenía la tentación de pensar: «Estos niños están sufriendo y no tienen ninguna posibilidad de tener gusto por la vida. ¿Cómo puede disfrutar la vida alguien en estas condiciones? Habría que practicar la eutanasia para que dejen de sufrir». Pero, como siempre me suele ocurrir cuando estoy atento, tuve una experiencia que me dejó claro que hay mucho más en la realidad de lo que yo pienso. Rosa, una joven de unos 20 años, tenía un grave problema de violencia, no podías acercarte porque reaccionaba con un golpe o una patada, además tenía dificultades para hablar y un fuerte retraso mental. Debido a todo esto, Rosa tomaba una medicación. Un día Rosa estaba calmada y sin tirar golpes. Me acerqué con las enfermeras para hablarle y preguntarle por qué le pegaba a la gente. Rosa, con su dificultad para hablar y su retraso mental, nos dio una respuesta conmovedora: «Le pego a la gente porque llevo meses sin ver a mi hermano. Le quiero mucho y, como no lo veo, me pongo triste y violenta». La cosa quedó ahí. Al fin y al cabo, ¿en qué medida podía razonar Rosa? A lo mejor ni siquiera tenía un hermano. No le di mayor importancia. Quince días después, fui de nuevo a la caritativa. Al llegar, una enfermera fue a hablarme muy emocionada. Sus palabras me dejaron con la boca abierta: «Resulta que Rosa realmente tiene un hermano (en ese momento me sentí un grandísimo idiota). Rosa y su hermano fueron abandonados por sus padres en la ciudad de El Vigía, una ciudad que dista una hora de Mérida. Los encontraron y fueron internados en un instituto del Estado. En cierto momento Rosa enfermó y fue trasladada desde El Vigía a Mérida, separándose así de su hermano».
La enfermera me explicó que durante esos 15 días estuvieron investigando y haciendo llamadas y lograron que el hermano de Rosa fuera trasladado desde el instituto en El Vigía al de Mérida, para que estuviera más cerca y pudiera visitar a Rosita. A partir de ese momento, empecé a comprender que para que la caritativa nos cambie es necesario implicarse con el otro, pidiendo descubrirse necesitado igual que él. Empecé a vivir la caritativa con mucha más alegría, jugando más de cerca con los niños, dándoles de comer y cantando canciones y se me hizo evidente que ellos, con su condición, tienen un enorme gusto por la vida, en ocasiones hasta los envidiaba, es increíble ver la intensidad con que viven esos niños. Por su parte, luego de unos meses se logró que su hermano visitara por sorpresa a Rosa el día de su cumpleaños y se concertaron visitas periódicas. Progresivamente, Rosa dejó de tener problemas de violencia e incluso dejó de necesitar su medicación. Por si fuera poco, un día una de las enfermeras me invitó a un almuerzo con los trabajadores del ambulatorio.
Me sorprendió mucho su invitación. Yo iba a ese lugar cada 15 días y no hacía gran cosa, no llevaba comida, no llevaba medicinas ni resolvía problemas, solo estaba durante hora y media cantando algunas canciones y dando de comer a estos impresionantes seres humanos; además había otros grupos de voluntarios de otras iglesias que hacían cosas más importantes: ¿por qué esta mujer me invitaba a mí? Sin embargo, ella me aseguraba que estaba agradecida «por mi presencia allí». Me di cuenta de que las enfermeras veían en mí lo mismo que las esposas de Juan y Andrés veían en ellos después de que se encontraran con Cristo. Yo también encontré a Cristo, y las enfermeras lo notaban. Rosa ha mejorado muchísimo y ya no necesita quedarse en el ambulatorio. Fue trasladada a una Casa de Abrigo dirigida por la Iglesia. Allí está aprendiendo a leer, ya casi no tiene problemas para hablar y, además, ve regularmente a su hermano. «Vamos a la caritativa para aprender a vivir como Cristo». Así nos dice Giussani en El sentido de la caritativa. No puedo decir que he aprendido a vivir como Cristo, pero sí que estoy aprendiendo a vivir con Él, en su presencia.
Ernesto, Mérida (Venezuela)
En íntima comunión
Llevo año y medio de noviazgo con Iván, del que varios meses estuvieron marcados por su estado de salud. Estuvo diez meses hospitalizado, luchando por su vida y por su recuperación. Lo acompañé todos los días en el hospital. Siempre, mirándolo a él en su padecer, tuve mis ojos fijos en Cristo en íntima comunión, pidiéndole, ofreciéndole todo: mi esperanza, mis miedos, mis inquietudes. Cristo fue mi fortaleza y me permitió estar consciente y con esperanza siempre o, al menos, la mayor parte del tiempo. Sin embargo, recuerdo que las últimas semanas, ante ciertas complicaciones de la salud de Iván, ¡me rebelé! Me rebelé con una profunda tristeza, ¡abandoné a Cristo! No se trataba de falta de fe, sino de un "enojo" por tanto sufrir, como pidiéndole cuentas por lo que ha sucedido en mi vida, preguntándole ¿qué más quieres de mí? Diciendo: ¡basta! Que tuviera piedad del dolor de Iván tanto físico como espiritual. En fin, ¡yo había abandonado a Cristo! Todos los días pensaba en Él como cuando pienso en un amigo con el que estoy enojada y no quería hablarle. «Él sabe lo que pasa», pensaba. Pero nadie que ama a su amigo verdaderamente puede permanecer enojado mucho tiempo. Y yo a Jesús lo reconocí como el amor de mi vida, como la gran Presencia que me acompaña. Advertí que no hay vuelta atrás cuando uno le ha dicho sí. Paradójicamente, me alegré cuando me di cuenta de que estuve "enojada" con alguien, no con una idea, sino con alguien. Cristo es eso para mí, una Presencia. Lo comprendí. Y volví a Él, volví a hablarle, a buscarle. Frente a cada circunstancia que vivo, la pregunta sigue abierta y es punzante: ¿Qué quieres de mí? ¿Qué me pides? Iván ahora está de alta y está cada día mejor. En un par de semanas nos casaremos y estoy feliz porque aprendí y comprendí qué significa amar, a mirar a Iván como un don de Dios. Aprendí a esperar.
Solange, Santiago de Chile
¡Qué sorpresa en el Meeting!
Todos los que concurrimos a los distintos gestos del movimiento -las vacaciones, los retiros, los encuentros públicos, etc.- estamos acostumbrados a ver en el servicio de orden a jóvenes bachilleres y universitarios, llenos de entusiasmo, manteniendo el orden y la limpieza del lugar, guiando hacia los asientos. En el Meeting de este año me sorprendí viendo un ejército de voluntarios con los cascos puestos en sus canosas cabelleras, los brazos señalando las direcciones y sus sonrisas; también los había con escobas, palas y bolsas para la basura (la ironía: lo nuevo son los viejos). Me resultó muy conmovedor ver a todas estas personas, a todos estos "abuelos" con la misma cordialidad y predisposición que los jóvenes, pero, sobre todo, con la misma energía y vitalidad. Teniendo en cuenta que el Meeting es una semana muy intensa y agotadora para quien la visita, no quiero ni imaginar para quienes trabajan de sol a sol. Obediencia y gratuidad tomaron una nueva dimensión muy concreta para mí, viendo todos estos rostros llenos de arrugas (felices por cierto) abocados a sus tareas. Ante la pregunta sobre la edad, una señora me contestó: «Algunos años menos que Matusalén». El verlos renueva mi esperanza: en este pueblo, el deterioro físico de la edad no acalla el deseo de aquellos corazones jóvenes con tantos años de experiencia.
Gabi, Santa Fe (Argentina)
Las vacaciones del maestro Alberto
Primera reunión de todos los profesores. Como siempre, empezamos con una reflexión sobre la experiencia y las lecturas del verano a partir de la provocación de un breve texto. Esta vez, partimos de una afirmación de María Zambrano: «En el vacío del aula sucede algo; algo que va más allá de lo que se aprende materialmente en ellas. Muchos de los que por ellas han pasado tal vez no adquirieron tantos conocimientos como fuera menester. Pero les sucedió algo en la frecuentación de las aulas; algo esencial para ser hombre se les enseñó en ellas» (Filosofía y Educación, Málaga, Ágora, 2007, pág. 173). Me espero intervenciones que partan de la vida escolar, pero el maestro Alberto me descoloca completamente. Dice a los compañeros que lo escuchan atentamente: «Siento la necesidad de compartir lo que me ha pasado este verano en las vacaciones de CL, a las que, por cierto, fui con mi familia, algo escéptico. En esos días me sentí acogido, querido, mirado. Allí estaba todo lo que luego leí en las lecturas aconsejadas para el verano. Fue algo que me cambió profundamente, un verano de grandes preguntas. Os doy las gracias, porque a través de la realidad de esta escuela he tenido la oportunidad de vivir una experiencia de la que ya no puedo prescindir. Me gustaría que así nos miráramos entre colegas en este curso que empieza».
Ombretta, Cesena (Italia)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón