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Huellas N.21, Diciembre 1990

VIDA DE LA IGLESIA

Un mes en el Sínodo

Massimo Camisasca/Ana Martin

Don Massimo Camisasca participó en calidad de «perito» en el Sínodo de los Obispos sobre la formación sacerdotal. El desarrollo de los trabajos, las intervenciones más aplaudidas, la cena con Juan Pablo II, las «propositiones» finales.

Treinta de Septiembre. Se abre la octava asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos con una concelebra­ción en la basílica de San Pedro. Con una concelebración análoga será clausurada exactamente 30 días después. El tema es: «La formación sacerdotal, hoy».
El Papa quiso encuadrar los trabajos entre la petición y la acción de gracias. «Es para noso­tros fuente de profunda alegría -dice en la homilía de la misa de apertura- saber que todas las comunidades eclesiales esparcidas por el mundo se unen a nosotros en la oración, incluso aquéllas que no pueden estar aquí repre­sentadas. Un pensamiento afectuo­so se dirige, en primer lugar, a nuestros hermanos de China y a los delegados de las Conferencias episcopales de Vietnam y de Laos». Los padres sinodales pro­vienen esta vez de casi todo el mundo. Los vietnamitas llegarán durante los trabajos; hacia la mitad del Sínodo llegará monseñor Todea, arzobispo católico rumano de rito oriental, que ha pasado muchos años en la cárcel y que mira como trastornado a un mundo absolutamente nuevo para él. Participan en el Sínodo de los Obispos 240 padres (obispos y sacerdotes), 44 auditores y 17 peritos (teólogos que ayudan a la redacción de los documentos).
Por primera vez hay representantes de todos aquellos países de la Europa centro-oriental que hasta hace pocos meses estaban dominados por regímenes comu­nistas. Sus intervenciones descri­ben un pasado de sangre y de dolor y un presente lleno de motivos de esperanza, como por ejemplo el aumento de las voca­ciones. No falta, sin embargo, realismo ante la secularización que lo invade todo. Han sido las únicas intervenciones aplaudidas: aplausos de conmoción, de apro­bación, de voluntad para respon­der a sus peticiones de ayuda. Urge reabrir y restaurar iglesias, fundar de nuevo órdenes y semi­narios, faltan profesores, educado­res, bibliotecas. Pero la desola­ción mayor se encuentra quizá en el corazón de los hombres.
Otras intervenciones que han impresionado profundamente a los padres sinodales provenían de las antiquísimas Iglesias del Medio Oriente, hoy convertidas en pe­queñas llamitas vacilantes. La invasión del Islam, el miedo y las consiguientes migraciones han reducido cada vez más el número de cristianos en aquellas tierras. El derrumbamiento del Líbano, que coincidió con el Sínodo, es el emblema de un drama generaliza­do.
1 de Octubre. El cardenal Ratzinger interviene sobre la teología del sacerdocio. La lec­ción del Cardenal Prefecto de la Fe tiende a recuperar, más allá de la crisis de la teología católica originada por el prevalecer de posiciones racionalistas o marxis­tas, las líneas esenciales del sa­cerdocio como sacramento de la misión de Cristo. Así como la fe «no es fruto del pensamiento del hombre, un hombre no puede "hacerse" cristiano a través de su meditación o de su pureza mo­ral», tampoco el sacerdocio nace del hombre de la comunidad. «Cristo, en la totalidad de su persona, es el enviado (missus) del Padre. El no puede hacer nada por sí mismo». «Y precisa­mente este "nada" expresa el poder y la debilidad del ministe­rio apostólico, que los discípulos reciben de Cristo». Ciertamente es uno de los momentos más profun­dos del itinerario del Sínodo.
1-15 de Octubre. Se suceden las 215 intervenciones de los padres. La última vez en que se había hablado del ministerio sa­cerdotal en un Sínodo de Obispos fue en 1971.
Aunque la situación de la Iglesia ha cambiado mucho, los tiempos no son menos dramáticos. Aquellos eran los años de la tensión, hoy parecen ser los de la indiferencia. La Iglesia debe emprender, como insiste el Papa, una nueva evangelización. Hace falta volver a descubrir la necesi­dad de Cristo en un nivel más profundo.
Uno de los padres ha dicho: «La espera de una vida diferente, no conformista, que se percibe en los jóvenes ha favorecido el desa­rrollo de sectas y grupos pseudo­religiosos. Por qué la Iglesia no se ha beneficiado de este hecho? En los últimos siglos hemos olvidado la dimensión profética del ministerio sacerdotal, nos hemos aburguesado. Es necesario fijar la mirada en el unum nece­sarium. San Pablo afirmó: "necios a causa de Cristo". La conformi­dad con Cristo rompe nuestro conformismo con el mundo. "No os conforméis con la mentalidad de este siglo". Sólo así la vida provoca al mundo, introduce la pregunta sobre Cristo. De hecho, sin Él, la vida del sacerdote se muestra vana. Sólo cuando en la vida y en la actividad del sacer­dote permanece un punto inexpli­cable cuya única razón es el hecho de que Cristo existe, puede acontecer el encuentro con los jóvenes. En el sacerdote debe haber algo que está únicamente por el hecho de que Cristo exis­te».
Durante el tiempo que dura el Sínodo, el Papa come o cena con todos los padres sinodales, todos los auditores y los peritos. Quien escribe estas líneas cenó también con el Papa la tarde del 11 de Octubre junto con otros auditores. El Papa estaba muy sonriente, contento. Habló largo tiempo del milagro de la libertad en el Este, consciente del peligro de asimila­ción a Occidente y de la necesi­dad de un renacimiento de la fe en aquellos países. Alguien dijo: «La Virgen sin duda nos ayuda­rá». El Papa añadió: «Por esto espero mucho en los movimien­tos, por no hablar de cuanto espero de Comunión y Libera­ción».
20 de Octubre. Monseñor Laghi, el nuevo prefecto de la congregación para la educación católica habló por la mañana en el aula del Sínodo, mostrando la panorámica mundial de las voca­ciones y las ordenaciones sacer­dotales desde 1973 hasta nuestros días.
En 1973 los católicos eran 690 millones y los sacerdotes 433 mil. En 1988 los católicos habían pasado a ser 890 millones y los sacerdotes 401 mil. Esto quiere decir que en realidad el número de sacerdotes ha disminuido, porque las nuevas ordenaciones, aunque quizá han aumentado, no compensan el número de falleci­mientos y de secularizaciones (los nuevos sacerdotes han pasado de 7.200 a 8.000 en quince años. En realidad proporcionalmente su número ha disminuido con res­pecto al crecimiento de la pobla­ción católica y aún más si consi­deramos la población mundial).
Muchas de las intervenciones y de las proposiciones finales hablarán de los movimientos como lugares en los que los jóvenes encuentran un testimonio más verdadero de la vida cristia­na, así como los signos de su propia vocación a través de un ministerio particular en la Iglesia.
15-28 de Octubre. Se desa­rrolla la segunda parte de los trabajos del Sínodo. Ya no se trata de un análisis descriptivo (a través de las intervenciones perso­nales que se dirigen al Papa), sino de la búsqueda de una síntesis, de un punto de convergencia, de un consenso.
Los padres sinodales se divi­den según su lengua en 13 grupos de estudio. Cada grupo discute sobre todos los temas y el presi­dente presenta un informe. Los informes se transforman en casi 500 «propositiones» en latín. Una vez reducidas a 40, los padres sugieren 434 modificaciones posi­bles. Los expertos trabajan noche y día considerando y discutiendo las modificaciones. Finalmente se obtiene un texto único con 41 «propositiones», en cierta manera el extracto de todo el trabajo. Estas «propositiones» serán la base de la Exhortación apostólica prometida por el Papa.
¿Cuáles son los puntos funda­mentales del trabajo desarrollado en el Sínodo?
El primer punto, y no podía haber sido de otra manera, ha sido la búsqueda de la identidad sacerdotal.
Quizá podemos encontrar la necesaria visión sintética en el punto señalado por el Santo Padre en la homilía de apertura: «Ve tú también a mi viña» en este mis­sus (mandado) en el que el carde­nal Ratzinger, siguiendo el evan­gelio de San Juan, había identifi­cado el rostro de Cristo.
Otro punto central se refiere al hecho de que la Iglesia latina y muchas Iglesias orientales han elegido durante siglos a sus can­didatos al sacerdocio entre aque­llos que habían recibido el don de la castidad perfecta. La elección del celibato no puede ser, por consiguiente, reducida a la obser­vancia de una ley a la que se deberían someter todos aquellos que quieran acceder al sacerdocio, sino que tiene la amplitud de la vocación a la virginidad que la Iglesia percibe como extremada­mente conforme a la tarea del sacerdote. Esta es una línea de clarificación de enorme importan­cia.
El consenso de los padres sobre esta perspectiva ha sido unánime y querido.
El tercer punto se refiere a los seminarios y a la formación cris­tiana, espiritual e intelectual que en ellos se recibe. Los padres han elegido el camino de ratificar los seminarios, sobre todo los mayo­res, como lugares educativos, residencia común de enseñantes y educadores. Han reafirmado la importancia de la enseñanza de una filosofía abierta a la inteli­gencia teológica y de una teología capaz de ofrecer al joven estu­diante una síntesis profunda y reflexiva de las verdades cristia­nas. Basta ya de enseñanzas ligadas tan sólo a monografías, a problemas sin respuesta, a discu­siones que no parten de una conciencia consolidada.
En los grupos de estudio, especialmente en el italiano, se ha dedicado mucho tiempo al debate en tomo a la presencia en los seminarios de jóvenes provenientes de movimientos eclesiales. Como se ha subrayado en muchos periódicos, a la vez que se pedía que los jóvenes se confíen a la guía y al juicio de los superiores, se ha subrayado también que no deben perder la relación con la comunidad en que se han forma­do y no deber abandonar la espi­ritualidad de su movimiento de origen.

LA RIQUEZA INSONDABLE QUE ES CRISTO
Una de las cuestiones candentes en el último Sínodo fue, como viene siendo habitual con relación a cualquier aspecto de la vida de la Iglesia, la problemática suscitada por la pertenencia a los movimientos, en este caso, de los sacerdotes. Una cuestión que, como tantas otras, puede recibir luz desde la experiencia. Como la que presentamos aquí.

No encuentra nada que exprese mejor lo que es para mí el movimiento que estas palabras del Papa: «un instrumento privilegiado para una adhesión personal y siempre nueva al misterio de Cristo». Viviendo en su seno experimento, lleno de asombro, cómo la adhesión a Cristo no sólo no envejece ni se empolva, sino que se hace siempre nueva. Es allí donde mi vida es tocada, impactada constantemente por Cristo, hasta hacer fascinante pertenecer a él. Esto resulta aún más sorprendente cuando la vida se encarga de poner de manifiesto el barro del que estoy hecho. Pero ni siquiera esta fragilidad constitutiva es impedimento decisivo para que brille la evidencia que es Cristo. «Llevamos un tesoro en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios, y no proviene de nosotros».
En el movimiento he encontrado un instrumento que ayuda a que aquella recomendación de san Pablo a Timoteo se haga realidad: «Reaviva la gracia de Dios que recibiste por imposición de mis manos». En la pertenencia a CL la gracia de la imposición de las manos se reaviva constantemente y carisma y ministerio, lejos de oponerse se compenetran maravillosamente. Quizá ninguno lo ha comprendido mejor que el Papa: «Un auténtico movimiento es como un alma alimentadora dentro de la institución». Experimento la verdad de estas palabras cada día (en mi vida). Mi participación en la vida del movimiento me hace posible cumplir mejor la tarea que el Obispo me ha encomendado en el campo de la enseñanza. Sin participar en él mi trabajo se vería empobrecido. Esa gracia es «la luz y el calor» que hacen posible vivir «la fidelidad al Obispo» y «las preocupaciones de la Institución».

Cuanto más percibo la importancia de Cristo en mi vida más siento la urgencia de que sea conocido, de que la gente se encuentre con Él. La urgencia de una nueva evangelización se hace más apremiante, no porque sienta nostalgia de tiempos pasados (vivo el presente con demasiado gusto para estar pendiente de esas nostalgias) sino por el deseo cada vez más vivo de que otros, todos, no se pierdan «la riqueza insondable que es Cristo». Es como si 15 años después de mi ordenación sacerdotal comprendiera y resonara con más fuerza en mí el lema que escogí para mi ministerio: «se me ha dado esta gracia: Anunciar la riqueza insondable que es Cristo».
Julián Carrón

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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