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Huellas N.7, Agosto 1987

MAESTROS

La historia y la memoria

Javier Ortega García

ORIENTE: EL APLASTAMIENTO DE LA TRADICIÓN
Rusia ha conocido en su historia algu­nos siglos en los que el ideal social no era la prosperidad, el éxito material, la fama, sino la santidad en el vivir. «La fe ortodoxa entraba en los pensamientos y en los carac­teres dando una impronta decisiva a la con­ducta de la gente, a la estructura de la fami­lia, a la vida cotidiana; definía el calendario de trabajo y de las cosas a hacer durante la semana y durante el año». La fe era la fuer­za que unía a la nación y la sostenía. Sin embargo, el siglo XVII trae las re­formas impuestas por el zar Pedro I, que sofocan el espíritu religioso sacrificándolo a la economía, al estado y a la guerra. Así, «se desarrolla el sutil veneno del laicismo que en el siglo XVIII invade los ambientes cul­tos y abre paso al marxismo. En vísperas de la Revolución, la fe se había resquebrajado también entre el pueblo».
Como Dostoyevski afirma, «la Revolu­ción parte siempre del ateísmo». Y es así. Pero «el mundo no ha conocido antes un ateísmo organizado, militarizado, inmóvil en el odio como el marxista. El odio contra Dios es el motor y el impulso principal antes que cualquier aspiración política y eco­nómica». Así, los años 20 están marcados por una larga lista de mártires: sacerdotes ortodoxos, metropolitas y patriarcas, arzo­bispos y obispos, monjes y religiosas; todos perseguidos, torturados, asediados, ajusti­ciados. «Todos estos mártires cristianos han aceptado animosamente morir por su fe; sólo pocos han vacilado. El mundo ateo debe, por fuerza, intentar destruir la Igle­sia». En decenas de millones de creyentes había sido obstruido el camino hacia ella. El bestial archipiélago Gulag fue ideado en base al mismo proyecto de corrupción mo­ral.
Y, sin embargo, ha sucedido algo que ninguno de ellos calculaba. «La tradición cristiana ha sobrevivido y sobrevive a las iglesias arrasadas en cientos de miles, a la jerarquía humillada, a los creyentes encerra­dos en campos de concentración. Han sido obligados a callar; sin embargo, la fe se ha seguido expresando subterráneamente». No una floración libre y generosa, sino una de­fensa al límite de la muerte y de las arenas movedizas del aparato de propaganda. Pero, como sucede frecuentemente en las tribula­ciones y el dolor, el conocimiento de la pre­sencia de Dios ha alcanzado en la URSS un particular renacimiento en profundidad y claridad. Y aquí vemos el alba de la es­peranza.

OCCIDENTE: LA ARIDEZ DE LA CONCIENCIA
La Primera Guerra Mundial empuja a la locura a una Europa floreciente, robusta y rica. La Segunda Guerra Mundial fue el derrumbamiento frente a la tentación dia­bólica del «hongo atómico». Ambas son «las trágicas manifestaciones del vicio de una conciencia que ha perdido la referencia a lo divino, a lo trascendente». «En este siglo ateo, sin aquella referencia, hemos encon­trado el anestésico que nos ayuda a tratar con los caníbales (con aquella banda de ca­níbales que ha desgarrado Rusia): el comer­cio. Con los caníbales se establecen relacio­nes comerciales». La cima de la sabiduría contemporánea es, ciertamente, de dimen­siones reducidas. «Algo así como si el tor­bellino triunfante del mal hubiera transfor­mado los cinco continentes. El siglo XX está enflaquecido por este huracán del ateís­mo y de la desintegración moral». La Euro­pa actual, tan diferente a primera vista de la Rusia de 1913, se encuentra frente a la misma catástrofe, aunque ha llegado a ella por caminos diferentes. En Occidente, contrariamente a lo que sucede en la URSS, la fe es libre. Pero, ca­minando por su propio camino histórico, «se ha llegado hoy a una aridez de la con­ciencia religiosa. La gran ola del laicismo cada vez invade más Occidente; es decir: la fe está en peligro no porque se la extermi­ne desde fuera, sino porque está corroída como conciencia, en su interior; y quizá este peligro es aún más terrible que la persecu­ción y el exterminio».
Como consecuencia de esta lenta acción corrosiva, «Occidente se avergüenza de adu­cir como argumentos ideas y conceptos de eterno valor; se avergüenza de admitir que, más que en un sistema político, el mal está anidado en el corazón del hombre. Y olvida que los defectos del capitalismo son vicios fundamentales de la naturaleza humana. Así, cuanto más alto es el grado de bienes­tar alcanzado por la sociedad, tanto más el malestar, ese odio ciego, se exaspera». Este odio, así encendido y mantenido, «se extien­de después a todo ser viviente, a la misma vida, al mundo y sus colores, sus sonidos, sus formas, al cuerpo humano. El arte cruel del siglo XX muere sofocado por este odio, porque el arte sin amor es estéril; es sólo una búsqueda artificial y presuntuosa y, en definitiva, autocomplaciente».
De este modo, «frente a esta decaden­cia moral, la sociedad occidental ha escogi­do la forma de existencia más cómoda: la ju­rídica». Los límites de los derechos y del jus­to derecho de cada hombre son definidos por un sistema de leyes». Pero una sociedad que no posee en todo y para todo más que una balanza jurídica, tampoco es verdadera­mente digna del hombre. «Cuando toda la vida está penetrada de relaciones jurídicas, se crea una atmósfera de mediocridad mo­ral que asfixia los deseos del hombre».
Por otra parte, se constata en la socie­dad de hoy un «desequilibrio entre la liber­tad de hacer el bien y la libertad de hacer el mal. Occidente, que carece de censura, realiza, no obstante, una puntillosa selec­ción, separando las ideas que están de moda de las que no lo están; y, si bien éstas no son prohibidas en modo alguno, no pueden expresarse verdaderamente ni en la prensa, ni en la televisión, ni a través de la ense­ñanza universitaria». Así, so pretexto de control democrático, se asegura el triunfo de la mediocridad.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE: PUNTO DE ENCUENTRO
«La confusión del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto es lo que mejor prepa­ra el terreno para el triunfo absoluta del mal absoluto en el mundo. Si el orden mar­xista ha podido mantenerse y reforzarse es precisamente porque ha sido calurosamen­te sostenido y justificado por la intelectua­lidad occidental». De este modo, frente a los macroscópicos acontecimientos mundiales, «podría parecer fuera de lugar que la llave de nuestro ser-o-no-ser esté en el corazón de cada individuo, en su elección real entre el bien y el mal».
El mundo, hoy, «está en vísperas de un giro en la Historia que no cede en impor­tancia al de la Edad Media hacia el Renaci­miento. Este giro exigirá de nosotros una amplitud de miras hacia una nueva forma de vida donde no se vea pisoteada nuestra naturaleza religiosa ( ... ) Esta visión es com­parable al tránsito hacia un nuevo grado an­tropológico. Nadie en la tierra tiene más al­ternativa que la de mirar siempre más alto».
(Fuentes: «El ocaso del valor», discur­so pronunciado en el acto de investidura de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Harvard -8/6/78- y «La milenaria fe popular es nuestro bien supremo», discurso con ocasión de la concesión del premio Templenton -10/5/83-).



El semanario «Il Sabato» acaba de presentar, como primicia mundial, recien­temente algunos párrafos extraídos del tercer «nodo» (1), llamado Marzo del '17, de la Rueda Roja, la monumental trilogía de Alexander Solyenitsin, que él mismo define como un «romance histórico sobre la Revolución rusa». Queda así completa, tras la aparición de Agosto del '14 y No­viembre del '16, la gran obra dedicada a di­cha Revolución, ocurrida entre finales de febrero y principios de marzo de 1917. Este tercer «nodo», que, de momento, sólo ha aparecido en ruso, cuenta la his­toria de la formación del gobierno provisional y del soviet de los trabajadores y de los soldados, y de la abdicación del zar Ni­colás II. El gobierno provisional trató de gobernar el país hasta la convocatoria de elecciones y de una asamblea constituyen­te que decidiera sobre el futuro régimen de Rusia, que se había convertido en re­pública tras la abdicación del zar.
Un colosal trabajo de recopilación e investigación históricas, de lectura de do­cumentos, testimonios, memorias, perió­dicos de la época, de indagación en las re­laciones entre los miembros del gobierno, entre ministros y funcionarios, ha permi­tido a Solyenitsin reconstruir día a día lo que sucedió hace 70 años. La historia de una Revolución que hubiera debido ser, en la intención de todos aquellos que la habían provocado -salvo en la del Parti­do Social Demócrata (los futuros comu­nistas y, en particular, la facción bolchevique)- una Revolución democrática y sin derramamiento de sangre.
Solyenitsin nos presenta todo el im­perio: desde la familia real, hasta la corte, los ministros, el estamento militar, la opo­sición democrática, la sociedad civil, los campesinos, los obreros, los revoluciona­rios clandestinos más o menos extremis­tas. La mayor parte del material consulta­do por el autor es inédito y absolutamente desconocido, puesto que muchos testi­monios le han sido proporcionados de ar­chivos personales y de memorias que nun­ca tuvieron intención de ser publicadas. Este romance, de una extraordinaria am­plitud y grandiosidad, inspirado en una apasionada búsqueda de la verdad -his­tórica y humana-, es una contribución única, un cuadro vivo y completo, inmen­so, preciso y perspicaz de la realidad de aquellos días.

(l) El autor ha estructurado su obra en «nodos» o «puntos nodales» -concepto 'que pide prestado a la matemática- que indican que para trazar una curva basta con identificar sus puntos más importantes, quedando así definida toda la curva.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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