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Huellas N.3, Mayo 1985

SIGLO XX Y EXPRESIÓN

La negación dadá

Almudena Puebla

No quiero ni siquiera saber si antes de mi hubo otros hombres»: DESCARTES.
El movimiento dadaísta nació en Zurich, en 1916. Al tratar de explicar las razones de este nacimiento, Tristán Tzara, en una entrevista concedida a la radio francesa en 1950, declaraba:
«Para comprender cómo nació Dadá, es necesario imaginarse: de una parte, el esta­do de ánimo de un grupo de jóvenes en aquella especie de prisión que era Suiza en tiempos de la primera Guerra Mundial, y de otra, el nivel intelectual del arte y la li­teratura de aquella época. La guerra, cier­tamente, acabó, pero más tarde, vimos otras. Todo ello cayó en ese semiolvido que la costumbre llama Historia. Pero, ha­cia 1916-17, la guerra parecía que no iba a terminar nunca. Es más, de lejos, y tanto para mi, como para mis amigos adquiría proporciones falseadas por una perspectiva demasiado amplia. De ahí el disgusto y la rebelión. Estábamos resueltamente contra la guerra, sin por ello caer en los fáciles pliegues del pacifismo utópico. Sabíamos que sólo se podía suprimir la guerra extir­pando sus raíces.
La impaciencia de vivir era grande; el disgusto se hacía extensivo a todas las formas de la civilización llamada «moderna», a sus mismas bases, a su lógica y a su len­guaje, y la rebelión asumía modos en los que lo grotesco, y lo absurdo superaban largamente a los valores estéticos...»

Dadá nació de una exigencia moral; de una voluntad sincera de alcanzar un abso­luto moral, del sentimiento profundo de que el hombre es el centro de todas las creaciones del espíritu.
Dadá nació de una rebelión que enton­ces era común a todos los jóvenes, una re­belión que exigía una adhesión completa del individuo a las necesidades de su natu­raleza, sin consideraciones para con la his­toria, la lógica, la moral común, el Honor, la Patria, la Religión, la Libertad... , y tan­tas otras nociones correspondientes a nece­sidades humanas, pero de las cuales, no subsistían más que esqueléticos convencio­nalismos porque habían sido vaciadas de su contenido esencial.
Se mira el mundo con ojos nuevos, se considera y pone en tela de juicio la base misma de las nociones que habían sido im­puestas y se intenta probar su justeza.
Acerca del origen del nombre «Dadá», Hans Arp cuenta en una revista del movi­miento en 1921: «Declaro que Tzara en­contró la palabra Dadá, el 8-2-1916 a las 6 de la tarde. Yo estaba presente con mis 12 hijos cuando Tzara pronunció por primera vez esta palabra que despertó en todos no­sotros un entusiasmo legítimo. Ello ocurría en el Café Terasse de Zurich, mientras me llevaba un bollo a la fosa nasal izquierda. Estoy convencido de que esta palabra no tiene ninguna importancia y que sólo los imbéciles, o los profesores españoles, pue­den interesarse por los datos... Lo que a nosotros nos interesa es el espíritu dadaís­ta, y todos nosotros éramos dadaístas an­tes de la existencia de Dadá».
El expresionismo, todavía creía en el ar­te; el dadaísmo rechaza hasta esta noción. Es decir, su negación actúa no sólo contra la sociedad, que también es blanco del ex­presionismo, sino contra todo lo que de al­guna manera se relaciona con las tradicio­nes y las costumbres de esa sociedad.
Y, precisamente, el arte considéresele como quiera es siempre, un producto de esa sociedad, que hay que negar «in totu».
Así pues, Dadá es antiartístico, antilite­rario y antipoético. Dadá está en contra de la belleza eterna, la eternidad de los princi­pios, las leyes de la lógica, la inmovilidad del pensamiento. Propugna un cambio, la desenfrenada libertad del individuo, la es­pontaneidad, lo inmediato, la contradic­ción, el no donde los demás dicen sí, y el sí donde los demás dicen no; defiende la anarquía contra el orden, y la imperfec­ción contra la perfección.
El Dadaísmo es, no tanto una tendencia artístico-literaria, cuanto una particular disposición del espíritu; es el acto extremo del antidogmatismo que se vale de cualquier medio para conducir su batalla. Lo que interesa a Dadá es más el gesto que la obra, y el gesto se puede hacer en cual­quier dirección de las costumbres, de la política, del arte ... Una sola cosa injusta: que tal gesto sea siempre una provocación contra el «buen sentido»; en consecuencia, el escándalo es el instrumento preferido para la expresión.
Desde este punto de vista, el dadaísmo también va más allá de lo simple, para convertirse en un modo de vida. Dadá era el deseo agudo de transformar la poesía en acción. Era el intento más exasperado de soldar esa fractura entre ARTE y VIDA cuyo primero y dramático anuncio había sido dado por V. Gogh. Muchos elementos postizos se mezclaron con el dadaísmo des­de el principio, pero no hay duda de que ese es su significado más auténtico.
Lo que se llama «arte dadaísta» no es ciertamente algo definido, sino una verda­dera mezcolanza, que ya se afirmaban en los movimientos precedentes.
Y, sin embargo, en los productos más auténticos de arte Dadá, hay algo distinto. Lo que caracteriza a la creación de la obra, no es, ninguno de los motivos de naturale­za plástica que interesan a los demás artis­tas; así, ellos no crean obras sino que fa­brican objetos. Y lo que interesa en esta fabricación, es sobre todo, el significado po­lémico del procedimiento, la supremacía del azar sonbre la regla.
Los dadaístas aspiraban a una verdad que no estuviese sujeta a las reglas estable­cidas por una sociedad enemiga del hom­bre.
Una de las grandes aportaciones del mo­vimiento fue sin duda el de los nuevos ma­teriales en pintura.
Hausmann, durante su estancia en la isla Uscdisun (Mar Báltico) observó como en casi todas las cosas de aquellas islas había colgada de la pared una litografía en colo­res que representaba la imagen de un gana­dero sobre el fondo de un cuartel.
Para hacer más personal esta especie de recuerdo militar, la cara original del gana­dero había sido sustituida por la fotografía del familiar que había sido soldado. Este hecho sugirió a Hausmann la idea de com­poner cuadros con fotografías recortadas. Había nacido el FOTOMONTAJE.
Una de las características de Dadá, ha­bía sido precisamente el querer romper la barrera de los géneros literarios y artísti­cos: el cuadro-manifiesto-fotografía era exactamente un resultado obtenido en el sentido de esta búsqueda. El fotomontaje resultaba ser un arte sin mayúscula, sin pretensiones de eternidad, inmerso en lo inmediato real. Por eso, en el Dadaísmo hay una profunda nostalgia de una comu­nión creadora entre el arte y el pueblo, deseando, sobre todo, poner este arte de acuerdo con el hombre activo.
Había también un pesimismo Dadá, una especie de humor negro, «dinamitero e in­civil» -el activismo procreador cantaba el cisne-. No existen grandes resultados ar­tísticos o literarios en el breve período de vida del movimiento: los bigotes que Duchamp dibujó en el rostro de la «Giocon­da», o el mono, vivo que Picabia quería atar dentro de un marco vacío para expo­nerlo, acaso sean las obras dadaísticas más completas. Pero Dadá no podía prolongar su existencia: era un movimiento de emer­gencia, no algo que pudiera encarrilarse por vías más normales, adquirir una paten­te legal de identidad y elegir una morada en la que establecerse para toda la vida. Por tanto, era justo y entraba dentro de la «lógica» dadaística que Dadá matase a Da­dá.
«Es cierto, afirmaba Tzara, que la tábu­la rasa elegida por nosotros como princi­pio directivo de nuestra actividad, no tenía valor más que en la medida en que otra co­sa no la hubiera sustituido».
Lo que fuese esa «otra cosa», era algo que los dadaístas no sabían claramente; pero había otra cosa de la que si sabían, que no podían prescindir del hombre: de un hombre liberado de todas las incrusta­ciones que falseaban su fisonomía.
Esta fue la ambición confusa pero pro­funda de Dadá.
Lo decisivo es su voluntad de quebrar las fronteras del arte y de la literatura para liberar las fuentes mismas de la poesía en el hombre.
De ahí su definición de la poesía, no co­mo medio de expresión, ni manifestación secundaria de la inteligencia, sino como actividad del espíritu, como manera de SER y de VIVIR.
«Detesto a los literatos, decía Tzara, y no he dejado de amar lo que es VIVO, y a los que viven sin preguntar el por qué, ni el cómo de sus gestos más insignificantes».
«Dadá fue la rebelión de los NO CRE­YENTES CONTRA LOS DESCREÍDOS» (Arp, 1957).
Sólo que entre estos no creyentes habita­ba, secreta, una exagerada voluntad de creer.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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