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Huellas N.1, Enero 1985

ACTUALIDAD

La India: Un pasado conflictivo, un futuro incierto

Cristina López Schlichting

3.287.590 Km2, una población de casi 700 millones de habitantes, una amalgama de lenguas, razas y credos, un país rico en materias primas y sometido a una climatología atroz: La India. La mayor democracia del mundo y una de las naciones más aquejadas por la pobreza, la miseria y el hambre.
En el año 1947, liberada del yugo colonialista, la India emprende ilusionada el camino de su historia en libertad. Tres gigantes,
Gandhi, Nehru e Indira, dieron sus vidas por hacer realidad el sueño de una nación, próspera y unida.
Hoy, tras el asesinato de Indira Gandhi, una gigantesca duda se cierne sobre el futuro de aquel proyecto y abre una perspectiva trágica.


A lo largo del siglo XIX Gran Bretaña se hizo con el control del gigantesco territorio de la día, que pasó a ser el trampolín colonial de la Revolución Industrial inglesa.
Sólo después de 1885 la figura legen­daria de Gandhi, inmersa en el movimien­to nacionalista, logrará que los indios vuelvan a enorgullecerse de la idiosincrasia de su patria y colaboren en las nuevas y originales tácticas independentistas.
El 15 de agosto de 1947 el último virrey británico abandona la India: es el co­mienzo de los enfrentamientos entre musulmanes separatistas e hindúes, localiza­dos fundamentalmente en Bengala, Cache­mira y el Punjab, zona mayoritariamente poblada por la secta sij.
Por fin, y al no hallarse otra vía de so­lución, se decide la creación del estado musulmán de Pakistán: la misma noche de la declaración de la independencia, dos largas filas de emigrantes dividen las fron­teras. La una, es la caravana de musulma­nes hacia Pakistán, la otra la de hindúes hacia la India.
Cuando poco después Gandhi es asesi­nado, Nehru, su sucesor, habrá de enfrentarse a numerosos problemas en la re­cién proclamada nación.

NEHRU, SHASTRI, INDIRA
Los 654 príncipes de los estados indios renuncian, tras la marcha de los británi­cos, a sus derechos sobre sus respectivos territorios. El maharajá de Cachemira, pese a la mayoría musulmana de este esta­do, decide unirse a la India: Pakistán no tarda en responder invadiendo Cachemira y Nehru habrá de enviar tropas. Desde ese momento la provincia no dejará de enve­nenar las relaciones entre ambos países. Se trata del primer conflicto inter­no.
La India se orienta hacia un esquema so­cialista de la sociedad, que Nehru no con­sideraba incompatible con los métodos democráticos y liberales de gobierno. Si las relaciones con los EE.UU. eran cordia­les, se estrechaban más con la URSS.
Poco después se producirá la definitiva irrupción de Indira Gandhi en la políti­ca, tras un largo aprendizaje a la sombra de su padre, Nehru. Su nuevo apellido, Gandhi, era la huella de su matrimonio con Feroze Gandhi, un indio parsi con quien contrajo matrimonio pese al escán­dalo que el enlace entre un brahmán hin­dú y un parsi, de otra religión y «sin casta», produjo en la opinión nacional. De esta unión nacerían dos hijos, Sanjay y Rajiv.
Mientras tanto, y con motivo del asilo político concedido al Dalai Lama, fugiti­vo tras la invasión china del Tibet, el tra­to con la citada nación se va enfriando. Las tensiones culminan en 1962 con la agresión china. El alto el fuego, unilate­ral e incondicional por parte de China, acabó con el conflicto, pero también con las relaciones entre ambos países.
El 27 de mayo de 1964, a los 64 años, mo­ría Nehru.
En julio del mismo año la elección del parlamento recayó sobre el que parecía haber sido el hombre de confianza del fa­llecido primer ministro: Lal Bahadur Shastri.
Oriundo de una clase pobre, Shastri es un hombre modesto que representa al hin­dú ortodoxo y al indio medio. Su gobier­no será continuación de el de Nehru y atravesará varias crisis, una de las más importantes la guerra contra Pakistán, de nuevo por los intentos de anexión por parte de aquél de la zona de Cachemira.
Tras la muerte de Shastri, Indira Gandhi gana las elecciones por 355 votos contra 169.
Su política también respondería al esquema socialista. Un socialismo apenas influido por el marxismo, neutral y con buenas relaciones frente a ambos bloques políticos. Con una política enérgica y en ocasiones autoritaria, y un gobierno centrado en su persona, Indira se granjeó la crítica de actuar precisamente favore­ciendo los privilegios de los más podero­sos. Decisiones duras y difíciles, que a veces habían incluso eludido sus predece­sores, la supusieron no pocas enemistades.
Así ocurrió con los problemas del Punjab, que al cabo le han costado la vi­da. El Punjab, un estado de reducidas di­mensiones, pero de gran riqueza en com­paración con el resto del territorio indio, tiene una mayoría de habitantes pertene­cientes a la creencia sij. Se trata de una doctrina fundada en tiempos del Imperio Mongol y resultado de la fusión de las re­ligiones hindú y musulmana constituyen­do un intento de sustitución del sistema de castas por una doctrina igualitaria. Las di­ferencias entre sijs e hindúes no dificulta­ron hasta muy tarde las relaciones entre ambas comunidades, pero ya desde la in­dependencia de la India los dos grupos ve­nían solicitando una redistribución terri­torial en función de las fronteras entre la lengua hindú y el punjabí. Nehru, con­tenido por el progresivo fraccionamiento del territorio nacional había desatendido estas reivindicaciones, pero Indira, al poco tiempo de ser nombrada primer ministro, aceptó el principio del Punjabí Suba, el nuevo estado del Punjab, que compren­día parte del antiguo, dejando el resto a cargo de la mayoría hindú. Sin embargo tan audaz decisión no acabó con los pro­blemas: no mucho después, los sijs son acosados en Nueva Delhi y se refugian en su templo de Gurdwara. Fue necesaria la intervención de la policía para el resta­blecimiento del orden. En los últimos tiempos el Akai Dal, el partido sij más importante, difundió un documento con exigencias de tipo religioso y autonómico que fueron denegadas por el gobierno. En­tre tanto, las facciones radicales de los re­volucionarios se habían ido aglutinando en torno a Jamarl Smjh Bhindranwale, un campesino semianalfabeto que instigaba a sus seguidores a la violencia y que cuando Indira Gandhi se dirigió al país había provocado 700 muertos. Bhindranwale y sus seguidores terminaron encerrándose en el máximo santuario sij, el templo do­rado de Amritsar, y lo convirtieron en una fortaleza. Dos días después, Indira, para quien la unidad de la India estaba por en­cima de los enfrentamientos religiosos, or­denó la intervención del ejército. En la lucha morirían 700 soldados y unos 3.000 civiles.
Los disturbios se ocultaron apenas 11 meses, hasta que el 31 de octubre de este año, Indira Gandhi caía bajo los disparos de dos miembros sij de su escolta personal. Inmediatamente después los sijs comenza­ron a vengarse de la profanación de su santuario. Los hindúes, a su vez, no duda­ron en enfrentarse a ellos. Autobuses quemados, cuerpos con horribles mutilacio­nes, niños incendiados, saqueos de casas y comercios: el terror inundaba la India una vez más.

UNA TORMENTA SOBRE EL HORIZONTE
Pese a la rápida elección para el cargo de primer ministro de su hijo Rajiv, hermano menor de Sanjay, muerto en acci­dente aéreo en 1980, Indira Gandhi que lo había preparado concienzudamente, pero previendo un plazo más largo para su sucesión, deja un gran vacío a su muerte.
No sólo su propio partido, sino la mis­ma oposición, fragmentada y sin fuerza, echarán en falta una cabeza sólida y aglutinante en quien apoyarse o contra quien luchar.
Con o sin abuso de poder, Indira fue, ciertamente, quien más se aproximó a la idea de una India secular cuya realidad, hoy por hoy, es más que borrosa y que constituye sin embargo, como Gandhi y Nehru comprendieron, la única posibili­dad para la unión de la nación. En el último período de su mandato Indira tu­vo que enfrentarse a enormes problemas, no sólo en el Punjab, sino en Andhra Pradesh y Karnataka, al sur, tradicional­mente favorables al partido del Congreso y que hicieron uso del voto de castigo en unas elecciones parciales; también en Tri­pura, que por el mismo procedimiento se sumó a la izquierda marxista, y en Tamil Nadu, que reclama la autonomía. Así mismo, Kerala constituye una amenaza pro-comunista.
Los puntos neurálgicos, sin embargo, tal vez se centran en la conflictiva Cache­mira y el Punjab, ambos al Norte.
La primera, codiciada por Pakistán desde la escisión de ambos estados y so­bre la cual es de temer una nueva interven­ción militar, se convierte en zona espe­cialmente peligrosa si consideramos el tra­dicional enfrentamiento que India mantie­ne desde la guerra de 1962 con el aliado de Pakistán, China, y los lazos que por el contrario la unen, frente a ambos países, a la Unión Soviética.
Por su parte el Punjab aspira, cada vez más claramente, a convertirse en Khalis­tán, un estado sij independiente, sin nin­guna relación con la India. Pese a la re­ciente intervención de Indira, un momen­to de debilidad política podría ser apro­vechado por éste y por los demás esta­dos que aspiran a la autonomía, par al­zarse en nombre de sus intereses.
Finalmente, no hay que olvidar que toda la India es un punto decisivo en la políti­ca internacional, tanto por su estratégica posición como salida al Indico desde el continente asiático, como por ser puerto de paso de las líneas del petróleo que desde los países árabes se dirigen al Ja­pón.
«Indira es India e India es Indira», excla­maba su pueblo cuando vivía. Sólo cabe esperar que éste se equivocase y que fuese la frase pronunciada por Indira Gandhi la que prevalezca sobre la sangre: «Hay una base sólida de indianidad que resistirá a toda prueba».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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