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Huellas N., Diciembre 1983

ACTUALIDAD

Líbano en la encrucijada

José Luis Restán

El día 1 de Noviembre del presente año, en una sala del Hotel Interna­cional de Ginebra se sentaban a la mesa, por primera vez juntos en muchos años, los jefes de las distintas comunidades étnicas y religio­sas que componen ese mosaico pequeño en el espacio, pero dramáticamen­te intenso por su contrastes, que se llama Líbano.

Presidía la reunión el actual pre­sidente de la República, Amín Ge­mayel, un hombre menudo, de aspec­to endeble y gestos vivaces, heredero como el resto de los que se sentaban a la mesa, de una de las grandes familias que han detentado por siglos el poder y la representación de una de las comunidades actualmente en dis­cordia. Su propio papel de presidente estaba discutido; su acceso al pues­to, apenas hace un año, estuvo rodea­do de trágicas circunstancias naciona­les y personales: la invasión de las tropas hebreas, y el asesinato brutal de su hermano Pierre, tras unas elec­ciones confusas y rechazadas por la fracción musulmana del país, que le habían llevado a la Presidencia.
Este hombre, que en su dra­ma personal e institucional sintetiza el de todo el pueblo al que quiere representar, clamaba al inicio de la conferencia por la unidad nacional y por la reconciliación.
Desde 1944, Líbano vivía del equilibrio precario pero suficien­te, que le proveía la Constitución o Pacto Nacional, suscrito por los maro­nitas, ortodoxos, musulmanes chiitas y musulmanes sonnitas. El pacto consa­graba la representación proporcional de las comunidades religiosas de a­cuerdo con el censo de 1934, y asigna­ba la presidencia de la República a un cristiano maronita, el puesto de primer ministro a un musulmán sun­nita, y la presidencia de la Asamblea unicameral, a un musulmán chiita.
La historia precedente no había sido fácil: la porción cristia­na llevaba a sus espaldas la experien­cia de la persecución desde tiempo inmemorial, y se mantenía siempre ex­pectante al abrigo de las montañas, ante cualquier nuevo embate. La por­ción musulmana no aceptaba con facili­dad ese islote cristiano en medio de un Islám pujante, y menos aún, la situación de privilegio económico y social de los cristianos. No había pues conciencia nacional, ni un pro­yecto de convivencia con objetivos comunes; tan sólo había que conseguir un equilibrio precario para que todos pudiesen seguir apegados a la tierra heredada desde siglos aunque el veci­no no fuese comprendido ni amado.
Y sin embargo, por un tiem­po el acuerdo funcionó. La economía creció, y todos se asombraban de ese reparto de poder y de esa paz en me­dio del volcán.
El éxodo palestino a princi­pio de los setenta, la indefinición de los gobiernos ante el conflicto árabe-israelí, la evolución demográfica hacia una preponderancia musulma­na, la insatisfacción económica-so­cial de esta parte de la población y el comienzo de racías, altercados, venganzas personales y familiares en­tre las diversas comunidades han dado al traste con aquel espejismo de paz y armonia.
La entrada de Siria prime­ro, y de Israel más tarde, han conver­tido el ya de por sí complicado problema, en centro de los intereses de las potencias extranjeras en con­flicto. De hecho, la postura de las diversas comunidades étnicas y reli­giosas, se define hoy por su orienta­ción respecto a palestinos, sirios e israelíes.
El compromiso había saltado por los aires, dejando clara la reali­dad de discordia y recelo mutuo que subyacía desde siempre.
Pero volvamos al principio: Gemayel ha conseguido algo que pare­cía increíble, al sentar a la mesa a todos esos hombres, pero ante lo abru­mador del problema, surge la pre­gunta: ¿no será éste, un espejismo más?¿Podrían estos hombres, y los pue­blos que se agrupan tras ellos, olvi­dar la sangre ingente que ha co­rrido, y que les llega a salpicar tan de cerca en la persona de sus hermanos como en el caso de Gemayel, o de sus padres como en el del líder druso Jumblatt?¿Podrán empezar a con­fiar, esta vez de verdad, unos en los otros? ¿Podrán los que fueron más beneficiados por aquel acuerdo anti­guo, ceder parte de su poder, y los que reciban éste, no caerán en la tentación de volverlo contra aquéllos? ¿Serían capaces unos y otros de zafar­se de los intereses exteriores, para construir una patria soberana, libre y unida? Y así tantas y tantas pregun­tas.
No faltan quienes acarician la idea de la secesión ante tanto problema y éste será el futuro si la conferencia fracasa: Líbano desapa­recerá, y se escindirá en dos esta­dos, uno en la órbita de Siria, y otro, en la de Israel. Pero los hom­bres sentados a la mesa en Ginebra saben el precio que por tal descoyun­tamiento habrán de pagar en sangre, lágrimas y destrucción.
Por eso se empeñan en mante­ner la esperanza; tiene que haber esperanza, tiene que existir la posi­bilidad de vivir juntos confiadamente, tiene que haber lugar para el perdón aunque el horror haya llegado hasta el extremo.
La conferencia alcanzó a­cuerdo de principio para definir la identidad nacional, y por tanto, a­brió la vía para reformar el instru­mento legal que establece el reparto de poder. Sin embargo, la ocupación del territorio por los sirios, los israelíes y las milicias palestinas deja en un suspenso angustioso la posibilidad de un acuerdo final.
La conferencia se ha suspen­dido temporalmente, pero todos los miembros estuvieron de acuerdo en o­torgar a Amín Gemayel el mandato de negociar la salida de las tropas is­raelíes de suelo libanés, para luego volver a reunirse. ¿Significa algo este refrendo, o es tan sólo una ilu­sión más?
Pase lo que pase, a nadie se le oculta que la solución definiti­va no se conseguirá con instrumentos legales, sino después de una tarea larga y paciente en el seno de las poblaciones libanesas, cuando en aque­lla tierra hoy martirizada, drusos, musulmanes y cristianos aprendan a vivir juntos en el conocimiento y el aprecio mutuos, y construyan en común un proyecto nacional que les abra un futuro donde la clave no esté en equilibrio entre feudos personales, sino en la voluntad decidida de todo un pueblo que quiere la paz.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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