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Huellas N.10, Octubre 1992

LA PERSONA

En camino hacia el destino

Alberto Zanini

El cristianismo es para el hombre. Para que pueda ser verdaderamente él mismo. Las cartas de Don Alberto, recientemente fallecido, lo documentan de un modo conmovedor

DON ALBERTO ZANINI, nacido en Monterosso el 2 de octubre de 1956, había sido ordenado el 13 de junio de 1981. Desde 1987 era el párroco de Vernazza. Profesor de religión en varios institutos, era responsable de Gioventú Studentesca en La Spezia y participaba de la experiencia de la comunidad de universitarios de Pisa, donde se había licenciado en Letras. Ha muerto el 20 de marzo de 1992 a consecuencia de un accidente en los Alpes Apuane durante una salida con algunos amigos de la comunidad.
Proponemos algunos fragmentos de sus cartas e intervenciones.


La energía del deseo.
1974. No existe distancia, no puede darse la separación de la extrañeza entre hombres que no se cansan de desear lo que es verdadero, que no dejan que su pasión por la vida se seque, sino que siempre renuevan la espera de algo más, que antes o después se revelará.
¿Qué queda de un hombre cuando no conoce más que la experiencia de esta espera? Hay mucha gente que hoy va viviendo por inercia o guiada por otros como autómatas. Pero el corazón, la energía de toda nuestra existencia sigue siendo este deseo: y antes que hacer cosas es de este deseo de lo que vivi­mos.
Gracias a esta certeza sigo pidiendo al Señor el don de renovar en ti la deci­sión por el encuentro que has tenido. Te escribo esto porque sé que es algo muy vivo en ti y no querría ver que se apa­ga. No te hablo de Jesucristo - pues ya sabes que si te escribo es por Él -, sino que te pido de corazón que seas fiel hasta el fondo al deseo que tienes de una vida verdadera, de relaciones más humanas, de un significado, de un amor que abracen toda la vida y le con­cedan un continuo florecer.

Ser Iglesia
1975. Esta noche se une al deseo de escribirte una gran alegría... No es sólo la alegría que me ha producido la Escuela de comunidad, sino que ésta se une a la que sólo el Señor puede conce­der, esa que ha necesitado de toda mi historia para abrirse camino dentro de mi corazón, y que todavía necesitará del tiempo que falta para llegar a ser una válida y definitiva dimensión de la vida, para llegar a manifestarse con toda evidencia. ¡Ya sabes que hablo de la alegría de pertenecer a la Igle­sia! Verdaderamente es un don del Espíritu Santo que esta noche sienta que es como si te conociese desde siempre, que descubra con claridad que en la Iglesia tu historia, como la mía, como la de cualquier otro cris­tiano están inseparable y maravillosa­mente unidas y ligadas gracias a una misteriosa y recíproca incidencia. Es ciertamente confortante darse cuenta de que la fraternidad verdadera no tiene necesidad en última instancia de una presencia física, ni de una histo­ria particular de relaciones estrechas entre las personas: sólo necesita de una misma fe y de la comprensión de una única historia, la de la Iglesia. Por eso cuando rezo, pido a Dios que me ayude a contemplar los hechos que estoy viviendo, de los que está tejida la jornada, los pequeños y los grandes. Hoy en la homílía nos recor­daban que el sujeto en la Iglesia no es nunca un «yo» sino un «nosotros»; en este momento siento la profundidad de esta verdad; creo que estamos construyendo lo mismo y que ningu­no de nosotros está haciendo cosas particulares, sino que cada gesto lo hace junto a toda la Iglesia, y diría que toda la Iglesia casi materialmente trabaja con él.

Concreción
1976. La novedad de Cristo, que para mí al principio significaba una gran esperanza y unos proyectos bue­nos sobre la vida, poco a poco va asu­miendo el espesor y la concreción de hechos y de rostros precisos, pero exi­ge para un auténtico crecimiento de toda mi persona, el abandono de toda actitud, de todo proyecto, de todo deseo, de toda elección, de toda aten­ción que no tengan por objeto la Igle­sia, tal y como la he encontrado.

Movimiento
1976. La palabra «movimiento» es la síntesis de todo lo que te he escrito, porque habla de todo lo verdadero, bello y bueno de mi vida, habla de la unidad que vivimos, pero es mucho más: es el Señor que debe venir.

Buscar un rostro
1976. Sobre el amor a una persona no se da más explicación que la de que su presencia nos hace felices. Sabes, yo sólo puedo decir lo mismo respecto al Señor: es cierto que sólo el Señor es la verdad, que Él es el senti­do pleno de todo; es verdad porque todo se renueva y adquiere valor yen­do tras El. Todo se convierte en pie­dra que construye el edificio de nues­tra vida nueva. La gente busca la paz siguiendo un proyecto que se ha auto­construído; olvidan que la vida no es un tiempo para proyectar, sino un misterio a acoger como don.
Pero nosotros que hemos encontrado a Cristo no podemos perder la gran Oca­sión: busca el Rostro de Cristo, reconó­celo en aquellos que te lo han anuncia­do. síguelo en quien te lo hace amar.

Una historia feliz
1976. El sábado, subiendo al tren, me pregunto a menudo: «¿Por qué volver a casa sino por el hecho de que Dios me ha salido al encuentro y yo no puedo callarlo?». Todo lo que en mí - en las relaciones que tengo, en la vida que llevo - hay de verdadero y de bello, todo esto es fruto de la feliz his­toria que comenzó hace unos años...
Ya no tengo nada que perder: sólo tengo esta riqueza que me posee. ¿ Qué importancia tiene lo que somos y de lo que seamos o no capaces? Lo único que cuenta es la libertad de saberse suyos... ¿ Y de dónde puede nacer el amor por nuestra unidad sino de aquí?
¿Cómo no amar estos rostros de los que Él se ha servido para revelarme que soy nada, pero que soy amado por Él? El movimiento tiene necesidad de esta fe y de esta libertad que hagan de cada uno de nosotros la casa misma de la comunión, el lugar donde se renue­va. En este camino debemos edificar­nos, rezando y teniendo presentes todos las necesidades de los otros.

En el seminario
1976. Cada vez estoy más conteto del camino elegido; esto no signifca que todo sea fácil y cómodo, ¡ni mucho menos!... Pero el milagro de su Misericordia continúa acaeciendo igualmente: si tengo viva la conciencia de mi miseria percibo sensiblemente que al trabajo cotidiano del ofrecimien­to (hecho de oración, de obediencia, de estudio, de caridad - siempre por recu­perar en las relaciones -, de la tensión por vivir todo con un corazón no ya activo sino católico, capaz de llevar en sí la vida de la comunidad y de toda la Iglesia) el Señor corresponde con sus dones. Entre estos el primero es cierta­mente la capacidad de permanecer en su presencia, o, por lo menos, el deseo de que ello pueda darse desde por la mañana hasta por la noche: me doy cuenta de que no hay otra cosa que me haga vivir cada instante con una inten­sidad y una pasión tan grandes. Esta conciencia está cambiando mi vida en el Seminario (se dicen muchas menos palabras inútíles, se hace más silencio - nos hemos dado una regla para esto - y se trabaja más): sobre todo se ve en el hecho de que sólo jugándose personal­mente con Él es conjurado el tremendo peligro de la costumbre, porque nada ante El puede darse por descontado.

Rostros precisos
1979. Hace tiempo que pido con insistencia a Dios que me haga vivir cada relación con la mayor verdad posible. Preferiría sufrir contradiccio­nes e incomprensiones antes que adap­tarme a los encuentros formales, en los que estuviese ausente la voluntad de arriesgar por entero todo lo que soy, amo y creo. ¡Cómo desearía que estas palabras pudiesen comunicar que me invade y me cambia! ¡Créeme, no hay nada en el mundo que nos pueda hacer vivir todo con intensidad y pasión como el hecho de descubrirse amados, amados sin medida! Por eso, te pido que retomes con decisión el camino de la fe que es objetivo para todos, indicado por los hechos que nos acontecen. Te digo esto no porque yo valga mucho, sino porque tengo alguien a quien seguir, una compañía en la que confiar cada día, y por medio de la cual Cristo me ama y yo puedo enamorarme de Él. Sabes que estoy hablando de rostros precisos, que estoy hablando de una obediencia; pero la verdadera libertad nace de aquí, del fiarse, del seguir estos ros­tros, de amar aquellos lugares en los que Cristo se hace carne para noso­tros, comida y bebida, ternura afectuo­sa y reclamo incisivo, guía segura y corrección fraterna, consuelo en el dolor y compañía en el gozo; en los que Cristo es, con total evidencia, la absoluta gratuidad que nos libera de nosotros mismos.

Herida
1980. No sé lo que ha podido signi­ficar para ti lo que has visto y probado en estos días (por la muerte de tus amigos); sin embargo, me doy cuenta de que te ha «marcado». Creo que todos, antes o después, somos «heri­dos» por algún acontecimiento: pero puede tratarse de una herida «buena». Si nos arranca del modo habitual y distraído de mirar las cosas y las per­sonas, si hace caer las falsas segurida­des, si nos libera de esa superficiali­dad que hace todo banal e insignifi­cante, si nos hace intuir que la vida es más grande de aquello a lo que quere­mos reducirla, entonces es una herida «buena». En cuanto que nos hace sufrir señala el comienzo de un modo más apasionado e intenso de vivir todo, de un deseo de comprender y de ir al fondo de las cosas que antes no teníamos. Me he atrevido a escribirte estas cosas porque el encuentro que he tenido, hace algunos años, con gente que tenía fe ha sido para mí una «heri­da» parecida: es buena porque nos provoca a buscar lo que es verdadero y a arriesgarnos por ello.

Juicio
1980. Intervención en una asamblea pública sobre las huelgas de Dánzig.
Buscando aclarar la diferencia que existe entre la fe como vaga inspira­ción y la fe como criterio - siguiendo lo que el movimieto me está enseñan­do - creo que puedo empezar diciendo que si «la belleza es el esplendor de la verdad» entonces: al principio está la belleza. En el comienzo, en el surgir de una fe verdadera está la experiencia de la belleza, no de cualquier belleza, sino de lo más bello jamás visto y, por tanto, de la emoción de encontrarse frente a lo que corresponde a la propia y verdadera necesidad.
Cuando he visto en los periódicos la foto de los obreros haciendo oración me he conmovido y he temblado por­que la fuerza y la dignidad humana que transparentaban esos rostros era la misma belleza que me había conmovi­do y me había hecho exultar la prime­ra vez que he visto vivir a gente del movimiento. Era y es la belleza de la fuerza y la dignidad que transparenta la cara del que cree, una fuerza y una dignidad privadas de rabia y de pre­sunción, porque son un don. Frente a este hecho he comprendido por qué la fe es verdadera cuando es un juicio sobre todo: por qué un hombre, todo hombre, juzga siempre según lo más bello que ha visto, más aún, desea este juicio, quiere comparar, quiere con­frontar todo lo que vive, ve y encuen­tra con esa belleza, que no puede olvidar porque es lo más bello que jamás ha visto; y querría que toda la vida fuese invadida por esa belleza.

Sin medidas
1981. Carta a una chica atea y enferma de esclerosis en las placas. Nosotros sentimos que queremos mejor a las personas que de algún modo han despertado y acrecentado en nosotros la certeza de que la vida va siempre más allá de lo que creíamos que era, más allá de aquello con lo que hubiésemos querido identificarla. En el fondo, alegrarse por una amistad o por un afecto, ¿qué significa sino el hecho de que pudiendo no existir sin embargo existen? Y darse cuenta de que nos han cogido como por sorpre­sa, dilatando en profundidad y ampli­tud la mirada y el pensamiento, y des­fondando ese círculo cerrado en el que nuestra vida estaba amenazada de ser sofocada o de morir de aburrimiento. Sabes, para mí el encuentro con la comunidad cristiana, con el Señor, coincide con el descubrimiento de que no existían medidas para mi espera de otra cosa, de que no existían límites para mi deseo: y esto sólo puede acon­tecer frente al amor insondable de Otro que en un momento dado invade tu vida. El deseo nace siempre del encuentro con algo o con alguien que lo enciende en nosotros. Desde enton­ces esta espera, ese deseo me condu­cen continuamente al Misterio de aquel encuentro que un día los suscitó.

¿A quién sigo?
1981. Que en Cristo somos un único cuerpo me parece cada vez más evi­dente: en este momento, en efecto, no podría decir lealmente «yo» sin abra­zar al mismo tiempo con el pensa­miento, la memoria, el deseo y el afecto los rostros de todos aquellos que Dios me ha dado como compañe­ros de ese camino que es la conversión cristiana. Este es ciertamente un aspecto grande y misterioso de nuestra fe, que Dios haya elegido como lugar privilegiado de su morada entre noso­tros nuestra simple unidad, hecha de muchos rostros pobres, de muchas his­torias muy distintas entre sí. A veces sería para escandalizarse pensar que el rostro de Dios se revele en la historia precisamente a través del rostro de la Iglesia. Sin embargo me han enseñado que esta manera particular a través de la cual El se hace conocer, hoy como entonces, es un signo enorme de su misericordia: ante todo llegando hasta nosotros a través de una realidad humana muestra una extrema discre­ción, un profundo respeto de nuestra naturaleza y de nuestra libertad, pero hay otra razón, no menos importante, y es que haciéndose encontrar y pidiendo un seguimiento, despeja de raíz nuestro modo de mirar la vida, de entrar en relación con las cosas y las personas.
Seguir a uno, de hecho, quiere decir reconocer que la pregunta verdadera de la vida ya no es «¿qué hago?», sino «¿a quién sigo?». Creo que la conver­sión verdadera radica aquí.

Cara acara
1989. No se trata simplemente de preparar el futuro próximo, sino de estar frente al Señor haciéndose, con una intensidad y una urgencia decidi­damente nuevas, la gran pregunta: «¿Qué quieres de mí? ¿Dónde o a qué me llamas?». Tu historia no se está desvaneciendo: eres tú la que ahora, por las circunstancias, estás puesta en un modo inequívoco frente a su gran presencia. ¡Y todo lo que ha pasado hasta ahora era para prepararte a este momento! ¿Te parece poco? ¿Acaso no es un momento de gracia particular aquel en el que se toma claramente conciencia del hecho de que la única cuestión de la vida es estar cara a cara con Él? Ciertamente una gracia de este género siempre nos alcanza con una modalidad totalmente imprevista y habitualmente no deseada, pero si seguir coincidiese con ir detrás de nuestros proyectos o previsiones, ¿qué clase de seguimieto sería? Por ello la única y decisiva indicación que puedo ofrecerte con certeza es la de conti­nuar siguiendo el movimiento: ahora puedes hacerlo con una autoconcien­cia y una determinación mucho mayo­res que antes. Y tú sabes que esta indi­cación no es ni mucho menos genérica. Por tanto sigue estudiando, hacien­do Escuela de comunidad, hablando por teléfono o escribiendo a los ami­gos si esto te ayuda.

Sine tuo nomine
1990. Ya sé con certeza que «sine tuo numine nihil est in homine»: lo sé gracias a una evidencia innegable, continuamente confirmada en estos diez años. Sólo en el abandonarme a Cristo encuentro siempre nueva fuerza y, al mismo tiempo, el deseo creciente de seguir el movimiento, de aprender todavía más, porque ahora aprender es más apasionante e importante que al comienzo (entonces aún era abstracto y sentimental decir que toda la vida estaba en juego).
Mañana acaba el año: como bien sabes este estúpido clima festivo, todas estas felicitaciones privadas de contenido siempre me han molestado. Pero no es distinto para ti. Yo sólo busco quien me pueda ayudar a ser un poco más de Cristo. Lo demás me trae sin cuidado. Te lo ruego: ayudémonos siempre en lo esencial, también ahora que estamos tan lejos uno del otro.

Lucha contra la distracción
1991. La muerte de mi abuela ha constituido un acontecimiento para nuestra familia. Metidos en esta cir­cunstancia se ha hecho más evidente para todos nosotros que sólo la fe per­mite afrontar sin desviar la mirada este misterio de dolor. También yo he sido fuertemente reclamado, y creo que puedo aferrar bastante más clara­mente qué significa que sólo en Cristo tenemos consistencia. Cada vez siento como más propia la oración de San­Gregorio Nacianceno. Vivo continua­mento esperando, como quien busca entrever un camino todavía indefini­do. Mientras tanto me esfuerzo por ofrecer cada instante, en lucha con la distracción.

El único tesoro
1991. Cada vez me doy más cuenta de que fuera del movimiento no existe una experiencia verdaderamente inte­resante, creíble y por tanto proponible a todos. El único tesoro precioso y ori­ginal que podemos comunicar a nues­tros jóvenes amigos es esa conciencia nueva en la que don Giussani se esfuerza continuamente en educarnos.
10 de septiembre de 1990

Traducido por Gabriel Richi

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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