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Huellas N.7, Julio/Agosto 2015

DON BOSCO

Jóvenes predilectos

Paola Bergamini

Oratorios, escuelas, parroquias... Son más de dos mil las obras salesianas repartidas en 132 países. ¿Qué significa hoy educar a los chicos para que sean «honestos ciudadanos y buenos cristianos»? En el bicentenario del nacimiento de don Bosco, ÁNGEL FERNÁNDEZ ARTIME, rector de la Congregación, explica por qué el carisma del Santo educador está cada vez más vivo

«Ni siquiera sabía hacer la señal de la cruz. Algo había que hacer para estos jóvenes. Tienen que encontrar a Dios para descubrir su dignidad y vivir conforme a ella», piensa don Bosco, joven sacerdote, mientras mira al chiquillo harapiento que acaba de conocer, que se está alejando. Estamos en 1841 y de este primer encuentro en la iglesia de San Francisco, en Turín, ha nacido la obra salesiana. Don Bosco tiene veintiséis años. Y en 2015 estamos celebrando el bicentenario de su nacimiento. Quizás no podía imaginar que la obra que el Espíritu Santo acababa de suscitar alcanzaría los extremos confines de la tierra. Desde Nepal a la Patagonia, en 132 países donde los salesianos están presentes, en estos ciento cincuenta años han nacido casi tres mil obras educativas, entre colegios, oratorios, centros de formación profesional. «Y mucho más. Allí donde vamos tratamos de responder a las necesidades con las que nos encontramos. De ahí que nuestra obra esté tan diversificada», explica el padre Ángel Fernández Artime, nacido en 1960, desde 2014 Rector Mayor de la Congregación Salesiana. Con él tratamos de relatar qué significa ser salesianos hoy en el mundo.

Padre Artime, lleva treinta y seis años en la familia salesiana. ¿Cómo nació su vocación?
Nací en Gozón-Luanco en Asturias. Mi padre era pescador y mi destino, creía yo, sería el de relevarle en su tarea. En cambio... Yo era un chavalito cuando una señora, que pasaba el verano en nuestro pueblo y se había hecho amiga de mis padres, les dijo: «Vuestro hijo es inteligente, debería estudiar. Conozco a unos religiosos que podrían ayudarle». No sabían siquiera quiénes eran los salesianos, pero se fiaron. Así empecé mi camino. Con veinte años pensé que ese podía ser mi camino. Se lo comenté a mis padres y ellos: «Si es un bien para ti, adelante». Estoy convencido de que el Señor actúa mediante “intermediarios” humanos. El encuentro con aquella mujer, pero sobre todo la disponibilidad de mis padres, fueron claves. Habrían podido decirme que no, que volviera a mi casa, y yo no estaba tan decidido por aquel entonces. Mi libertad de decisión se vio, cómo decir, acompañada.

En 2009 fue nombrado superior de la Inspectoría de la Argentina, con sede en Buenos Aires, donde conoció al entonces cardenal Bergoglio.
Hemos rezado juntos muchas veces. Hemos concelebrado la Eucaristía. Puedo decir que lo que hoy me llama la atención del Papa Francisco es lo mismo que me llamaba la atención cuando era cardenal: su profunda sencillez, su preferencia por los pobres y necesitados. Todo esto era evidente ya entonces, ahora ciertamente tiene una mayor repercusión.

En 2014 llega el nombramiento. Su predecesor, el padre Pascual Chávez, en el momento de la elección dijo: «Querido padre Ángel, Dios mediante tus hermanos te llama a ser el sucesor de don Bosco». ¿Qué significa ser hoy el décimo sucesor del fundador, es decir, mantener vivo el carisma original?
Por un sano realismo repito a menudo: cuidado, don Bosco solo hay uno. A nosotros, los superiores generales, cada cual con su personalidad, formación, origen, se nos pide que guiemos a la familia salesiana como don Bosco lo haría hoy. Procuramos avanzar tratando de descubrir el camino para mantenernos fieles al carisma que el Espíritu Santo suscitó en él.

¿Puede explicarlo?
Don Bosco fue un cura diocesano, un hombre de Dios que el Espíritu Santo “utilizó” para crear un espacio de encuentro para los jóvenes, un espacio de salvación para los jóvenes más necesitados. Vivir en la fidelidad al carisma significa ser muy humanos, hombres de nuestro tiempo, sin olvidar que somos religiosos y por lo tanto testigos de la presencia de Dios. Con un corazón salesiano yo siento una particular predilección por el bien de los jóvenes. Estar con ellos significa preguntarme: ¿qué haría él en esta situación? Comprender la realidad tratando de responder a ella con el corazón de don Bosco.

¿En qué sentido?
El afecto y el amor son importantes, pero lo fundamental es nuestra identidad salesiana. En primer lugar viene el sentido de Dios en nuestra vida, luego buscar el bien de los chicos que, concretamente, significa hacer de ellos ciudadanos cabales y buenos cristianos, según el binomio de don Bosco. Es decir, educarles, educarles en la libertad y en el sentido de Dios.

¿Cómo?
Las formas pueden ser muy diferentes: escuelas, oratorios, centros profesionales. La primera pregunta que un salesiano debe hacerse es: ¿qué necesita este chico? En África, por ejemplo, hemos creado escuelas agrarias, no técnicas. En Argentina, en la Cordillera de los Andes, un centro de ayuda para las familias. Es la realidad la que manda. Pero en todas estas obras encontramos jóvenes que quieren seguir nuestra opción de vida y nos dicen: yo quiero consagrar mi vida a Dios y entregarme a él; quiero ser un educador, un amigo, por eso mi opción es para los jóvenes.

Una de vuestras peculiaridades en el ámbito educativo son los colegios y las escuelas profesionales.
¿Qué hizo don Bosco? Sus chicos eran albañiles, pintores, obreros, los acogió, estuvo con ellos, les enseñó a rezar, pero era consciente de que era necesario ofrecerles una salida profesional, enseñarles un oficio para que se ganaran la vida y no tomaran malos caminos. Hoy hacemos lo mismo. Les ofrecemos la oportunidad de aprender un oficio, pero al mismo tiempo procuramos trabajar para una formación integral de la persona. Lo que implica educarles en la responsabilidad, en la rectitud, aprender a ser personas libres, con la capacidad de reflexionar, de descubrir a Dios en su vida. Es lo que les permitirá contar con los instrumentos idóneos para afrontar su futuro.

¿Cómo se realiza concretamente esta educación?
Para nosotros es fundamental establecer con ellos una relación amistosa, familiar. Somos educadores y a la vez amigos, a veces padres. Tres son nuestros pilares. Nos los indicó don Bosco y siguen siendo válidos: razón, religión, amor. Hay que ser siempre razonables en lo que se les pide, no podemos decirles una frase como: «Es así porque lo digo yo». Religión: don Bosco pensaba que solo el sentido de Dios permite al joven crecer adecuadamente. Amor: no basta que le queramos, él mismo debe sentirse querido por nosotros. Olvidar uno de estos pilares implica traicionar el carisma salesiano. Renunciar, por ejemplo, a la dimensión religiosa por un falso respeto a la diversidad no sirve, no educa.

Me parece un rasgo importante que distingue vuestro proyecto educativo.
Exactamente. No somos operadores sociales, sino hombres de fe y queremos compartirlo con todos en la más absoluta libertad. Creo que hoy debemos ser testigos muy respetuosos, pero decididos. Es lo que marca la diferencia. Solo así se puede ser exigente, porque le estás ofreciendo a otro el sentido de la vida, mediante muchos instrumentos pero sobre todo mediante la convivencia con los chicos. Siempre, dentro y fuera del aula.

¿Puede poner un ejemplo?
En España fui director de una gran obra educativa y también profesor de filosofía. Cuando llegaba el recreo, me iba al patio para estar con los chicos. Mi tiempo, todo mi tiempo era para ellos y veía claramente que a veces fuera de la clase la relación era más fácil. Cuando me fui a la Argentina, un grupito de estudiantes y antiguos alumnos, al despedirme, me dijo: «Tres cosas nos guardaremos siempre en el corazón. Primero, que nos llamabas a cada uno por su nombre: desde el más pequeño, con tres años, hasta el más mayor, con dieciocho. ¡Y éramos muchísimos! Segundo, que todos los días estabas allí, en la puerta, recibiéndonos con una sonrisa cuando llegábamos y despidiéndonos a la salida. Tercero, que sentíamos que nos querías». Mi trabajo era dar clase, por tanto era casi obvio hacerlo de la manera más inteligente e interesante posible, pero ese margen de gratuidad es algo más que se les ha quedado dentro.

¿Se sentían únicos?
Esta es la clave que le apremiaba a don Bosco: cada chaval debe sentirse preferido. Para mí es lo mismo hoy, al cabo de treinta y cinco años con los jóvenes. Más aún, hoy quizás es una experiencia más verdadera. Nunca he echado en falta ser padre biológicamente, porque vivo una experiencia de paternidad plena.

Don Bosco y don Giussani, ambos tenían una gran pasión por los jóvenes. En su opinión, ¿qué tienen en común?
Creo que comparten algo que viene antes de la educación: el sentido de Dios. Ambos son testigos de la experiencia de Dios. Esto es lo que necesita la Iglesia de hoy. Personalmente don Bosco me resulta fascinante porque es un creyente. Veía y sentía a Dios en lo cotidiano. De ahí venían todas sus obras. Después de conocer a un chico, quiero que pueda decir: esta persona tiene algo importante para mi vida. En esto se refleja el bien que Dios es para el hombre. Les digo a mis salesianos: nosotros pertenecemos a Dios, somos consagrados. Luego hacemos esto o aquello y según lo hacemos, según vivimos, los demás verán y entenderán que somos testigos de Dios.


QUIÉN ES
El padre Ángel Fernández nació el 21 de agosto de 1960 en Gozón-Luanco, en Asturias. Fue ordenado sacerdote en 1987 en León, donde se licenció en Teología pastoral y obtuvo la licenciatura en Filosofía y Pedagogía. Fue delegado de Pastoral juvenil, director del colegio de Ourense y, desde el año 2000 al 2006, inspector provincial en España. En 2009 fue nombrado superior de la Inspectoría de Argentina Sur. El 25 de marzo de 2014 fue elegido nuevo Rector Mayor de la congregación salesiana y X sucesor de don Bosco.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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