Bajo el cielo de Damasco la gente sigue muriendo. Entre las armas químicas, la incursión internacional y el llamamiento del papa Francisco, una cosa es segura: «La violencia sólo produce violencia». De ello está convencido el padre NAWARAS SAMMOUR, director del Servicio Jesuita de Refugiados, que ante la tentación del desaliento, afirma: «Cuando miro con los ojos de la fe, me digo: aún hay mucho por hacer»
¿Qué será de Siria y de su pueblo? Los sirios miran al cielo y no saben qué pensar. ¿De dónde vendrán las bombas que vayan a caer? ¿De los americanos? ¿Del ejército sirio? ¿De los rebeldes? ¿De Al Qaeda? Al cierre de este número de Huellas el Congreso norteamericano aún no había dado luz verde al posible ataque. Todo se precipitó por la publicación de unas imágenes donde se veía a las víctimas (reales) de armas químicas utilizadas (supuestamente) por el ejército de Assad. Imágenes tremendas que sacuden a cualquiera que se atreva a mirarlas. ¿Cómo detener este horror? A este hecho le siguieron días de frenesí diplomático entre Washington y Damasco, Moscú, Pekín, Londres, París… El dramático llamamiento del papa Francisco en el Angelus del 1 de septiembre y la carta a Vladimir Putin, presidente de turno del G20: «Nunca más la guerra». Mientras tanto, el miedo en las ciudades sirias no hace más que crecer. Lo confirma el padre Nawaras Sammour, director del Servicio Jesuita de Refugiados, un sirio de Alepo que vive en Damasco y trabaja entre el Líbano, Jordania y Turquía. Fue uno de los invitados del Meeting de Rímini, donde testimonió la tragedia dentro de la tragedia: la de su pueblo y la de sus hermanos cristianos.
¿Cómo viven los sirios la pesadilla del ataque internacional?
Tenemos miedo, porque no sabemos cuáles serán las consecuencias. Por lo demás, la vida continúa como antes de que se anunciara el ataque. La gente trabaja, sale a la calle… Hablo de los que quieren quedarse, obviamente.
Para el presidente Barack Obama las razones del ataque son humanitarias.
No lo entiendo. La violencia produce violencia, siempre, en todo caso. Habrá una escalada. La opción militar no es la solución, no puede ser la solución. El papa Francisco lo ha dicho mejor que yo y de un modo comprensible para cualquiera que lleve la paz en el corazón.
¿Qué sentimientos y pensamientos le suscita la guerra civil?
Los sentimientos se confunden con los pensamientos y viceversa. La situación es muy grave y nadie es capaz de hablar de un modo objetivo. Nadie es capaz de dar un paso atrás y recobrar una mirada de conjunto. Todos estamos implicados de algún modo y hay una inmensa falta de información. O mejor dicho: hay una avalancha de informaciones, pero proceden todas de la propaganda de ambos bandos. Nadie está seguro de lo que está sucediendo. Lo único seguro es que nadie está seguro. Esta es la mayor dificultad, porque sólo cuando puedes entender cuál es el problema puedes también afrontarlo. La otra cosa segura es que el pueblo entero sufre. Hay un sufrimiento generalizado. Y me refiero al ciudadano sirio de a pie, no a los extremistas de ambos bandos. Todos sufren y no se puede tener una visión maniquea de los acontecimientos: los buenos y los malos. Es un desastre. Nadie sabe cómo será el futuro. Los sirios han perdido su sonrisa.
¿Cuántos son los refugiados sirios?
Según Naciones Unidas, habría entre 3,4 y 4 millones de desplazados dentro de Siria y casi dos millones de refugiados en los países vecinos. Son casi el 30 por ciento de la población siria. Pero a estos números hay que añadir los que se ven afectados por la guerra y viven bajo el umbral de la pobreza: entre 2,5 y 3 millones. Por lo que respecta al número de muertos, no hay datos exactos. La ONU habla de 110.000 víctimas, pero podrían ser hasta 150.000. Sin hablar de aquellos de los que no se sabe nada: prisioneros, rehenes o simplemente desaparecidos.
¿Cómo ayudan ustedes a los refugiados y desplazados?
Atendemos a casi 17.000 familias dentro de Siria: en Damasco, Homs, Alepo y la costa. El 80 por ciento son musulmanes. Todas las familias reciben ayuda alimentaria cada mes, tenemos comedores que sirven comida caliente a 17.000 personas en Alepo y a otras cinco mil en la región rural de Damasco. Repartimos colchones, mantas y ropa. Ofrecemos asistencia a casi doce mil enfermos. Otro de nuestros frentes de trabajo son las actividades psicosociales, sobre todo para niños que sufren las atrocidades de la guerra.
Lo que sufren los cristianos se ha convertido en una auténtica persecución.
Nadie tiene el monopolio del sufrimiento, todos los sirios sufren a causa del ascenso del fundamentalismo islámico. Los cristianos están preocupados por todo el pueblo sirio. No son un punto de mira por ser cristianos. Son el punto de mira en las zonas dominadas por los grupos radicales. Es verdad que son el punto débil de la sociedad y sufren las atrocidades que sufren todos, pero sobre ellos el impacto es mayor porque están dispersados por el país y son minoría en todas partes. La cuestión es que los cristianos tienen miedo. Pero se usa nuestro miedo como arma en nuestra contra. El miedo puede generar lo que uno teme. Los cristianos que huyen de Siria muestran a los demás cristianos que hay motivos para huir. Corre el riesgo de convertirse en un círculo vicioso.
Siria está irreconocible respecto a dos años atrás.
Podría convertirse en otra Corea del Norte o Somalia. No tengo nada contra estos dos pueblos, evidentemente; me refiero al modelo de Estado. Para los extremistas de ambos bandos, el objetivo es eliminar al adversario. El régimen quiere hacerse con el control completo de todo el territorio sirio, pero nunca lo logrará. En el otro lado, el objetivo es imponer una visión de la sociedad exclusiva y extremista. Pero es impensable que pueda ser así. Ambos proyectos son realizables sólo en partes circunscritas de Siria, no en todo el territorio.
¿Cómo se puede salir de esta situación?
Si no se convencen de que, sea cual sea el resultado, todos saldrán perdiendo, la violencia continuará aún durante mucho tiempo. Mientras no se acepte que todos pierden en esta guerra, no lograremos sentarnos en torno a una mesa para dialogar y decidir juntos el futuro de nuestro país.
La violencia ha empeorado en los últimos seis meses, ¿por qué?
Digo lo mismo que antes: la violencia produce violencia. Esto también es un círculo vicioso. Si yo pierdo niños, padres, familiares de un modo violento, mi reacción será aún más violenta, y mataré a los niños, padres y familiares de mis enemigos.
¿Los cristianos sirios sienten la cercanía de la Iglesia universal o se sienten abandonados a su destino?
No, al contrario: nos sentimos muy sostenidos. Sostenidos por la oración, por los diversos llamamientos, por la oración del Santo Padre… También las demás Iglesias rezan por nosotros. Y sentimos que las oraciones no son sólo por los cristianos sino por todo el pueblo sirio. Además de esto, tenemos todo el apoyo de las organizaciones católicas, como Cáritas internacional. La ayuda llega para los cristianos, pero también para los demás sirios.
¿Cómo ha cambiado la comunidad cristiana en estos meses de guerra?
Diría que ahora estamos más unidos como pueblo de Dios. Entre las distintas comunidades e iglesias. Estamos en condiciones de trabajar juntos entre católicos y ortodoxos, entre católicos de distintos ritos y entre ortodoxos de distintos ritos. Entre el clero y los laicos. Entre las diferentes parroquias, entre las diversas diócesis. Tratamos de ayudar al pueblo de Dios juntos. Los miembros de nuestro equipo pertenecen a distintas comunidades cristianas, pero también hay musulmanes. Este es el lado bueno de la crisis que estamos viviendo.
Cuando reza por su país, ¿qué pide?
Muy sencillo, le digo a Jesús: estamos cansados, pedimos la paz. Cuando pienso en la situación de un modo pragmático, me digo que no hay nada que hacer. Pero cuando miro la situación con los ojos de la fe, me digo: hay mucho por hacer. Él está con nosotros, de otro modo no podríamos seguir adelante.
LA PAZ DE FRANCISCO
Alessandra Buzzetti
El papa Francisco tiene los ojos de un niño mientras mira fijamente, durante horas, la imagen de la Virgen, Salus populi romani; tiene los brazos de un padre, capaces de atraer hacia sí a los hijos más alejados; tiene la voz de un profeta, que recuerda al hombre que, sin reconocer a Aquel que le ha creado, destruye el futuro en vez de construirlo.
Es esta sorprendente unidad, entre gestos y palabras, la que vuelve a llamar la atención en el papa Francisco que, en menos de una semana, movilizó al mundo para invocar de Dios la paz para Siria. La claridad de su propuesta se vio el sábado 7 de septiembre en la Plaza de San Pedro: llegaron cien mil personas, nadie se quejó ante la prohibición de llevar pancartas ni banderas, muchos – jóvenes y ancianos – aprovecharon la ocasión al ver a los confesores que esperaban bajo la columnata de Bernini, todos rezaron. La mayoría siguiendo al Papa que, sentado en el estado, rezaba el Rosario, acompañado de la lectura de algunos fragmentos de santa Teresa de Lisieux, y que luego se arrodilló durante la larga adoración eucarística.
Un pueblo de rostros quizá nunca antes tan distintos: desde los más pequeños – muchos – que participaron en las cuatro horas de vigilia sin moverse de sus carritos hasta los rostros velados de mujeres musulmanas o los de aquellos que se encontraban por vez primera rezando con un Papa.
Francisco habló poco más de un cuarto de hora y recordó a todos que el drama del hombre es el mismo que al principio de los tiempos: cuando se excluye a Dios de la existencia y se decide seguir la mentira de los ídolos, se abren las puertas del corazón del mundo al caos y a la violencia. «En cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros!», exclamó, con determinación, describiendo el abismo cotidiano de quien vive con la conciencia adormecida, hasta el punto de que el hermano se convierte en enemigo a combatir.
El Papa planteó la pregunta que todos llevamos en el corazón: ¿acaso será posible salir de esta espiral de dolor y de muerte, y aprender a recorrer los caminos de la paz, hechos de perdón, diálogo y reconciliación? La respuesta de Francisco es un sí sin reservas, posible para todos, también para los que están llamados a gobernar las naciones.
«¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz!», dijo: «Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz».
Es el lenguaje que las cien mil personas de aquella plaza supieron hablar, escuchar y también mirar en un testigo grande y humilde. Quién sabe si también sabrán entenderlo los poderosos.
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