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Huellas N.9, Octubre 2010

ACTUALIDAD / Oriente Medio

Nosotros, los mártires de Mosul

Monica Maggioni y Gian Micalessin

Bombas en las iglesias. Un verdulero asesinado en pleno día. Cientos de familias que huyen… Reportaje desde Iraq, en donde los cristianos son perseguidos ante la indiferencia de todos, y en donde hay algunos que han elegido seguir viviendo su fe

Bassam empieza a hablar. De repente se para. Hace un gesto a su mujer, señalando a los niños. Ella les agarra del brazo y desaparecen en el claustro del santuario. Bassam retoma la conversación. «No quiero que crezcan con miedo, no quiero que sean como nosotros». Bassam no ha hecho nada malo, aparte de nacer cristiano. Y además, de haber visto.
«Si no hubiese visto con estos ojos, todavía estaría en mi casa. Pero he visto y sé… Ya no puedo vivir en Mosul». Se santigua. Mira de reojo a sus hijos, que juegan en el claustro. «Sucedió en febrero, en frente de la universidad, en el puesto de verduras de un cristiano. Era un buen hombre, no molestaba a nadie. De repente llegaron dos tipos. Le llamaron y le pidieron la documentación. Él tenía miedo, balbuceaba, gesticulaba. Sacó su carnet de identidad. Yo pensé: son policías. Se lo devolvieron, sacaron una pistola y le dispararon en la frente. Leyeron en su carnet: “cristiano”, y apretaron el gatillo. Nadie dijo nada, nadie movió un solo dedo. Ni siquiera yo. ¿Quién se atrevía? Nos quedamos paralizados, aterrorizados, mientras aquel pobrecillo agonizaba y los asesinos escapaban».
Bassam se ajusta las gafas y nos muestra la celda del santuario. Camas y colchones unos encima de otros. La respiración tranquila de un bebé colgado del pecho de su madre, el olor a comida, a cacerolas incrustadas en un hornillo oxidado. El único en una habitación para doce personas. La celda de un monasterio se ha convertido en un campo de refugiados. «Mira cómo hemos acabado… En Mosul tenía un negocio de aire acondicionado, no tenía problemas. Pero desde aquel día Mosul es sinónimo de miedo, ansia y terror. Es mejor la miseria, vivir como refugiados y perderlo todo, que arriesgar la vida de mi mujer y de mis hijos».

A los pies de las montañas. Bassam es uno de los muchos cristianos que ha huido de Mosul. Desde hace meses vive entre las paredes de piedra del monasterio de Notre Dame, en el pueblo de Al Qosh. Sólo dista algo más de treinta kilómetros de Mosul, pero este camino a las puertas del Kurdistán y de los montes Bayhidhra se ha convertido en uno de los senderos del éxodo cristiano. Por aquí pasa una de las vías de escape de una comunidad doblegada, humillada y perseguida. Una comunidad nacida en los albores del cristianismo, a los pies de estas montañas, en esa llanura de Nínive en donde el apóstol Tomás plantó la cruz. Desde entonces, Mosul es la sede del Patriarcado caldeo. Dos mil años después, la tradición antigua corre el riesgo de desaparecer. Nos lo explica desde Bagdad monseñor Shlemon Warduni, Patriarca vicario caldeo, testigo desde su iglesia –en el corazón de la capital– del comienzo de la persecución cristiana. «En los años noventa éramos más de un millón de fieles, éramos felices y nos respetaban. En 2003, después de la invasión americana, empezó el odio, los ataques, los secuestros, los intentos de expulsarnos, la huida de doscientas cincuenta mil personas. En el barrio de Doha vivía una de las comunidades caldeas más importantes… Hoy ya no queda nadie, los han expulsado a golpe de disparos, de secuestros y de asesinatos. Después empiezan los ataques a las iglesias y la gran huida de Bagdad. Muchos esperaban encontrar paz en Mosul o en la llanura de Nínive, en las tierras en las que habíamos vividos durante miles de años, pero se equivocaban».
Lo expresa perfectamente el padre Mazen Matoka, un sacerdote de Mosul, párroco de Qaraqosh, a quince kilómetros del centro. «Aquí el terror llegó en 2008. Empezó con las bombas que caían sobre iglesias, casas, escuelas privadas… Semana a semana vimos cómo huían setecientas familias. Ahora quedan en Mosul unas mil familias». La familia del padre Mazen ya no está entre ellas. Una tarde del pasado mes de febrero, el párroco fue a decir misa a Qaraqosh. En Mosul se quedaron su madre, sus dos hermanas, su padre Jeshu y sus hermanos Mukhlas y Bassem. Mientras él celebraba la misa, llegaron unos sicarios. «Sacaron sus pistolas, pidieron la documentación, empujaron a una habitación a mi madre y a mis hermanas. Mamá les ofreció dinero, pero ellos lo rechazaron. Ella escapó por el balcón, gritó, pidió ayuda, pero no vino nadie. Pasado un rato, en la otra habitación, empezaron a disparar. Mi madre corrió dentro. Uno de los tres asesinos temblaba, no era capaz de apretar el gatillo, pero los otros no dudaron… Mataron primero a papá, luego a Mukhlas y a Bassem». El párroco suspira. «Destruyeron mi familia. Así es como matan a los cristianos en Mosul». El aspecto más inquietante de esa masacre es la indiferencia. «Desde que entraron en casa hasta que huyeron, pasó más de una hora. Los vecinos escucharon los gritos y llamaron a la policía, pero no vino nadie. A día de hoy nadie me ha explicado por qué».
La idea de un complot, de una conspiración orquestada para expulsar a los cristianos y apropiarse de sus tierras está muy difundida. El centro petrolífero de Mosul es, junto al de Kirkuk, más importante, una de las dos grandes ciudades disputadas del norte de Iraq, una ciudad en la que los kurdos buscan la hegemonía en detrimento de las tribus árabes sunnitas. En opinión de Gabriel Toma, de cuarenta años, párroco caldeo del monasterio de Al Qosh, esa lucha alimenta también la persecución de los cristianos. «Los grupos fundamentalistas que asesinan y secuestran a nuestros fieles son sólo el síntoma, la manifestación del mal. Pero hay que preguntarse a quién beneficia asesinar a los cristianos, a quién le favorece cambiar la composición territorial de la zona». Según esta interpretación, las facciones kurdas fingen proteger a los cristianos, pero en realidad no mueven un dedo. Detrás de esta actitud ambigua se esconde el rencor por el apoyo dado por la comunidad cristiana al régimen de Sadam, el recuerdo del papel jugado dentro del régimen por el caldeo Tarek Aziz. Atheel al-Nujaifi, gobernador sunnita de la provincia de Nínive, acusa explícitamente a los jefes milicianos kurdos y los señala como los verdaderos instigadores de la violencia. «Matar a un cristiano es el mejor modo para instaurar un clima de miedo e inestabilidad… Aquí todo aquel que se opone a los planes kurdos es perseguido, amenazado, arrestado y con frecuencia liquidado», acusa Nujaifi. Y Bassam Bello, alcalde cristiano del pueblo de Tel Kaif, lo confirma. «Después de cada ataque, varias familias huyen de aquí. El plan es muy simple: quieren desalojar a los cristianos originarios de estas zonas para meter mano a nuestras tierras».

Armas en la puerta. Pero hay quien ha decidido seguir rezando a Cristo. Aunque sea con una espada al lado. O con un kalashnikov. Para entenderlo, basta con acercarse al santuario de Santa Bárbara, en el pueblo cristiano de Karamlis. Allí, en el camino hacia Mosul, un grupo de hombres armados bloquea el tráfico, inspecciona los coches, controla la documentación y a los pasajeros. Un poco más allá, otro grupo está preparado para echar una mano por si hiciera falta. Entre los arcos y la sacristía del santuario, un gran grupo de párrocos y prelados saluda al obispo de Mosul, monseñor Amel Nuna. Sale a nuestro encuentro con una gran sonrisa. Y pidiendo perdón. «Siento mucho lo de las armas en la puerta, pero debéis comprender nuestra situación». Para entenderlo basta con conocer la historia de Paulos Farai Rakha, su predecesor, encontrado cadáver hace dos años después de haber sido secuestrado por un grupo fundamentalista. «Aquí, si llevas esto al cuello corres el riesgo de no volver vivo», explica acariciando la cruz dorada. «Por eso, en algunas zonas nuestros fieles deben defenderse por sí mismos».
El cuartel general de los milicianos de Karamlis se halla delante de la iglesia de San Adday, en el centro del pueblo. Un “coronel” y un “capitán”, rodeados de un grupo de fieles pertrechados de kalashnikov y radiotransmisor, hacen guardia en la antigua oficina de correos, convertida en puesto de mando. Desde ahí, organizan la defensa de cinco mil cristianos amenazados. Detrás de los grados militares –recuerdo de una carrera en el ejército de Sadam– están Shaker Banjamin y Latif Issa, dos antiguos oficiales de cuarenta y ocho años, que, tras la caída del dictador, se encontraron en la calle y sin sueldo. «Hasta 2003, nosotros y el resto de los cristianos de este pueblo, vivíamos felices –cuenta el “coronel” Shaker–, luego cambió todo repentinamente: Latif y yo nos quedamos sin trabajo, y el pueblo se convirtió en objetivo para los kurdos y los musulmanes de la zona. Por eso ese mismo año, después de las primeras amenazas, Latif y yo pusimos en pie una guardia cívica desarmada para controlar el centro de la población». Pero dos años después no bastaba con aquel primer embrión de milicia. «A nuestro alrededor, Al Qaeda y otros grupos extremistas ponían bombas y mataban a civiles. Entonces pedimos autorización a los americanos para organizar una guardia civil con uniforme, armas, radio y puestos de control. Ahora el gobierno y el ejército iraquí han reconocido oficialmente nuestra función».

Guardia civil. Hoy en día, los cinco mil habitantes cristianos de Karamlis pueden contar con una verdadera milicia “cruzada”, compuesta por doscientos cuarenta y tres hombres y diez ex oficiales sadamistas. La presencia de la “guardia civil” ha evitado ya muchas sorpresas desagradables. «Todos mis hombres son voluntarios. Viven gracias a los donativos obtenidos en la iglesia, y han detenido ya a muchos extremistas listos para atacarnos. Trabajan para defender a sus propias familias, y por eso son mucho más eficientes que un verdadero ejército. Pero no necesitan disparar. Para eliminar la amenaza es suficiente con su presencia. En Mosul asesinan a cristianos porque la policía no mueve un dedo. Aquí no se atreven a entrar. Saben que se lo haríamos pagar caro».


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DATOS DE UNA PRESENCIA
7 iglesias católicas de Oriente: maronita, melquita, armenia, copta, caldea, latina y siríaca

13 millones de cristianos de lengua árabe en Oriente Medio, muchos de ellos sometidos a persecución

3 millones de católicos en esta región

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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